El término “protesta viril o masculina” fue introducido por Alfred Adler (1870-1937) en el artículo “El hermafroditismo psíquico en la vida y en la neurosis” presentado en el Congreso de Nurembreg de 1910. Originada por el “sentimiento de inferioridad”, que para Adler es de “inferioridad órgano” y sirve cualquiera para ello, el hombre la “sobrecompensa” con reacciones desordenadas que serían los síntomas neuróticos y psicóticos. Rechazaba el concepto de represión de la libido como origen de la neurosis.

Alfred Adler, médico vienés, había sido invitado por S. Freud a formar parte de la Sociedad Psicoanalítica de Viena en 1902. Su órgano de expresión era la revista creada por Freud Zentralbaltt für Psychoanalyse, Adler fue director adjunto de esta publicación, y en 1909 asumió la presidencia de la Sociedad. Las divergencias entre las teorías de Adler y el psicoanálisis fueron patentes muy rápidamente y en 1911 Adler tras retirarlo Freud de la redacción de la revista, presentó su renuncia a la presidencia del grupo vienés de la Asociación Psicoanalítica Internacional.

Más allá de significar la primera ruptura interna en un naciente movimiento psicoanalítico, nos interesan destacar los argumentos de Freud para considerar que lo que Adler proponía era una “psicología del yo” denominación que imperó en sus desarrollos posteriores en USA. Dice Freud “La tercera porción de la doctrina de Adler, las reinterpretaciones y desfiguraciones de los hechos analíticos incómodos, contiene aquello que divorcia definitivamente a esa «psicología individual», como ha de llamársela en lo sucesivo, del análisis. El principio del sistema de Adler reza, como es sabido, que el propósito de la autoafirmación del individuo, su «voluntad de poder», es el que bajo la forma de «protesta masculina» se revela dominante en la conducción de la vida, en la formación del carácter y en la neurosis. Ahora bien, esta protesta masculina, el motor adleriano, no es otra cosa que la represión desprendida de su mecanismo psicológico y sexualizada, por añadidura, lo que mal condice con el proclamado destronamiento del papel de la sexualidad dentro de la vida anímica”.i Freud pone el ejemplo de la observación por parte de un niño varón, del acto sexual entre adultos y describe dos aspiraciones pulsionales contrapuestas, ponerse en el lugar del varón activo e identificarse con la mujer pasiva. Y dice Freud “Sólo la primera admite subordinarse a la protesta masculina, si es que este concepto ha de conservar algún sentido. La segunda, de cuyo destino Adler no hace caso, o no lo conoce, es la que cobrará una importancia mayor para la neurosis subsiguiente. Adler se ha recluido tan enteramente dentro de la celosa estrechez del yo que sólo toma en cuenta aquellas mociones pulsionales que son agradables para el yo y que este promueve; precisamente el caso de la neurosis, donde esas mociones se contraponen al yo, cae fuera de su horizonte.”ii

Tanto el niño como la niña parten de la premisa de poseer el mismo órgano genital (el masculino), y será años después, en 1925, cuando Freud afine más en el impacto producido por el descubrimiento de la falta en el Otro. Pero en este texto, ya afirma Freud el no-todo del lado mujer “Existen mujeres en cuya neurosis el deseo de ser un hombre no ha cumplido papel alguno.” Y prosigue con firmeza, “Lo que hay de comprobable en la protesta masculina se reconduce con facilidad a la perturbación del narcisismo primordial por la amenaza de castración, o a los primeros obstáculos puestos a las actividades sexuales. Toda polémica acerca de la psicogénesis de las neurosis deberá zanjarse en definitiva en el ámbito de las neurosis infantiles.”iii Es decir, no hay neurosis del adulto sin neurosis infantil.

En el mismo año, publica Freud Introducción al narcisismo, y allí vuelve a referirse al concepto de Adler de esta forma: “En la investigación psicoanalítica se ha admitido desde el comienzo mismo la existencia e importancia de la «protesta masculina», pero, en contra de Adler, se sostuvo que era de naturaleza narcisista y que tenía su origen en el complejo de castración”. Y más adelante refuta de nuevo que puedan explicarse por sobrecompensación, los buenos rendimientos: “No todos los pintores están aquejados de fallas en la vista, no todos los oradores fueron al comienzo tartamudos. Sobrados son los ejemplos de un rendimiento excelente sobre la base de una dotación de órgano privilegiada. Para la etiología de las neurosis, la inferioridad y la atrofia orgánicas desempeñan ínfimo papel, el mismo, digamos, que el material perceptivo actual tiene para la formación del sueño.”iv

Freud interpreta la deriva de Adler con tacto, señala que ha caído en lo “unfair” por el “cúmulo de malignidades pequeñitas que desfiguran sus trabajos, y los pujos de una desaforada manía de prioridad que ahí se traslucen.”v

En la 25ª Conferencia “La angustia”, Freud retoma su discusión con Adler sobre el origen de la angustia en los niños. Nos dice que el niño no se angustia frente a los extraños porque compare su debilidad con la fuerza de ellos y les atribuya malas intenciones, dice “Un niño así, desconfiado, aterrorizado por la pulsión de agresión que gobernaría al mundo, no es más que una malograda construcción teórica”. El niño se angustia “porque espera ver a la persona familiar y amada: en el fondo, a la madre. Son su desengaño y su añoranza las que se trasponen en angustia; vale decir, en una libido que ha quedado inaplicable, que por el momento no puede mantenerse en suspenso, sino que es descargada como angustia”.vi

Será en su obra Pegan a un niño (1919), donde S. Freud despliega más intensamente las razones por las que la construcción de Adler, ni siquiera se sostiene como fantasía del neurótico. “La teoría de la protesta masculina parece pasar mucho mejor la prueba de su aplicación a las fantasías de paliza. Tanto en el varón como en la niña, la fantasía de paliza corresponde a una actitud femenina, vale decir, a una permanencia en la línea femenina; y ambos sexos, mediante represión de la fantasía, se apresuran a librarse de esa postura {actitud}. Es verdad que la protesta masculina parece alcanzar pleno éxito únicamente en la niña, quien presenta un ejemplo poco menos que ideal de la acción de dicha protesta. En el varón, el éxito no es cabalmente satisfactorio; la línea femenina no es resignada y el muchacho por cierto no está «encima» en su fantasía masoquista consciente. Por eso responde a la expectativa derivada de esta teoría que en la fantasía discernamos un síntoma nacido del fracaso de la protesta masculina. Pero nos deja perplejos el hecho de que la fantasía surgida en la niña tras la represión tenga igualmente el valor y el significado de un síntoma. Es que aquí, donde la protesta masculina ha cumplido cabalmente su propósito, deberían faltar las condiciones para la formación de síntoma”.(198-9) “si la protesta masculina parecía explicar bien la represión de las fantasías pasivas, más tarde masoquistas, se vuelve del todo inutilizable justamente para el caso contrapuesto, el de las fantasías activas. 0 sea: la doctrina de la protesta masculina es por completo inconciliable con el hecho de la represión”(199). No es lícito, dirá Freud “sexualizar” los motivos de la represión, es decir diferenciarlos en masculinos y femeninos, “la sexualidad infantil, que sucumbe a la represión, es la principal fuerza pulsional de la formación de síntoma, y por eso la pieza esencial de su contenido, el complejo de Edipo, es el complejo nuclear de la neurosis”.vii

En Análisis terminable e interminable (1937), Freud destaca los dos temas, que en relación a la diferencia de los sexos y a la castración, dan guerra al analista en todo tipo de análisis “Esos dos temas en recíproca correspondencia son, para la mujer, la envidia del pene -el positivo querer-alcanzar la posesión de un genital masculino-, y para el hombre, la revuelta contra su actitud pasiva o femenina hacia otro hombre. Eso común ha sido destacado muy temprano en la nomenclatura psicoanalítica como conducta frente al complejo de castración, y más tarde Alfred Adler ha impuesto el uso de la designación, enteramente acertada para el caso del hombre, de «protesta masculina»; yo creo que «desautorización de la feminidad» habría sido desde el comienzo la descripción correcta de este fragmento tan asombroso de la vida anímica de los seres humanos”. ¡Brillante Freud!, no deja de disputar con sus antiguos discípulos y es capaz de rescatar lo poco de verdad que hay en sus conceptos. En el varón, la aspiración de masculinidad aparece desde el comienzo mismo y es por entero acorde con el yo; la actitud pasiva, puesto que presupone la castración, es enérgicamente reprimida, y muchas veces sólo unas sobre-compensaciones excesivas señalan su presencia. También en la mujer el querer-alcanzar la masculinidad es acorde con el yo en cierta época, a saber, en la fase fálica, antes del desarrollo hacia la feminidad. Pero luego sucumbe a aquel sustantivo proceso de represión, de cuyo desenlace, como a menudo se ha expuesto, dependen los destinos de la feminidad”viii.

Para concluir, en este repaso que es parcial, quiero referirme a otro momento en la obra de Freud en que apunta a las consecuencias para la práctica clínica. “En efecto, sea el paciente un homosexual o un necrófilo, un histérico aquejado de angustia, un neurótico obsesivo bloqueado o un delirante furioso, el psicólogo individual de la escuela de Adler indicará en todos los casos como motivo impulsor de su estado la voluntad de imponerse a los demás, de sobrecompensar su inferioridad, de permanecer «encima», de pasar de la línea femenina a la masculina. Algo parecido habíamos oído en la clínica siendo jóvenes estudiantes cada vez que se presentaba un caso de histeria: las histéricas producen sus síntomas para hacerse las interesantes, para llamar la atención. ¡Cómo reaparecen siempre las viejas sabidurías! “. Señala Freud, que el yo quiere sacar ventaja de la condición de enfermo y que a eso el psicoanálisis lo llama “la ganancia secundaria de la enfermedad” y prosigue “No obstante, es seguro que si uno piensa en los hechos del masoquismo, de la necesidad inconsciente de castigo y de la autolesión neurótica pondrá en duda también la validez universal de esa verdad de perogrullo sobre la que ha levantado su edificio doctrinario la psicología individual. Pero la multitud dará sin duda una entusiasta bienvenida a semejante doctrina, que no admite complicaciones, no introduce nuevos conceptos de difícil comprensión, nada sabe de lo inconsciente, elimina de un tajo el problema de la sexualidad que a todos oprime, se limita a poner en descubierto las tretas con que la gente pretende vivir cómoda.” ix

Paloma Larena


i Freud, S. Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914). O. C. Amorrortu, vol. XIV, p. 52

ii Ibid, p.53

iii Ibid, p. 54

iv Freud, S. Introducción al narcisismo (1914), O. C. Amorrortu, vol. XIV, p 95.

v Freud, S. Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914). O. C. Amorrortu, vol. XIV, p. 49

vi Freud, S. Conferencia 25 “La angustia” (1917), O. C. Amorrortu, vol. XVI, p. 370.

vii Freud, S. Pegan a un niño (1919), O. C. Amorrortu, vol. XVII, p. 198-9

viii Freud, S. Análisis terminable e interminable (1937). O.C. Amorrortu, vol. XXIII, p. 251-2.

ix Freud, S. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Conferencia 34 (1933). O.C. Amorrortu, vol. XXII, p.131-2.