Publicado en Too Mach! nº 3: Hacia las IX Jornadas de la ELP. Madrid 2010.

Querido Gustavo:

Al momento de empezar a pensar cómo corresponder a tu amable invitación, me vino a la cabeza –seguramente influenciado por tu faceta de escritor- la deliciosa novela de Isaac Bashevis Singer titulada Enemigos, una historia de amor. El libro se editó en español en 1978, por Plaza & Janés, el mismo año en el que Singer recibió el Premio Nóbel de Literatura. Existe también una entretenida adaptación de la novela al cine hecha por Paul Mazursky, en 1989, (con Anjélica Huston, Lena Olin y Ron Silver).

La novela trata de la historia de Herman Broder, judío polaco cuya familia fue aniquilada en el holocausto nazi. Él logra escapar gracias a que una campesina polaca, Yadwiga, lo esconde en un henil. Terminada la guerra se va a vivir a Brooklyn y se casa con Yadwiga porque cree que se lo debe, pero también tiene una amante, Masha. Y, por si fuera poco, descubre que su mujer, Tamara, que creía fusilada por los nazis, sigue viva y acaba de llegar a New York.

Pero lo más extraordinario es que descubrimos en la novela de I.B. Singer lo que Freud trata en “El tema de la elección del cofrecillo” (“Das Motiv der Kätstchenwahl”), a saber, las tres relaciones inevitables del hombre con la mujer: “Podríamos decir que para el hombre existen tres relaciones inevitables con la mujer, aquí representadas: la madre (die Gebärerin), la compañera (die Genossin) y la destructora (die Verderberin). O las tres formas que adopta la imagen de la madre en el curso de la vida: la madre misma, la amada, elegida a su imagen, y, por último, la madre tierra, que la acoge de nuevo en su seno”.

En la novela de Singer, las relaciones de Herman Broder son, pues, Tamara, la primera esposa, que encarna la figura de la muerte; Yadwiga, la de la madre; y Masha, la amante. Igual que en el análisis de Freud, la pregunta es : ¿porqué la más bella, la única verdaderamente amante, es la que se calla? Freud propone ver este personaje como la figura invertida punto por punto por el inconsciente, de la diosa de la muerte, la más terrible, aquella que fija ella sus elecciones sin réplica.

El silencio es la particularidad que llama la atención de la tercera mujer. Freud lo señala en su artículo: “Puede llamarnos la atención que aquella tercera mujer tenga en varios casos, además de su hermosura, ciertas particularidades…”. Freud se detiene ante algunos indicios bien interesantes. Encuentra que reiteradamente aparece en ellas la mudez como atributo, ya sea en forma directa o en otras que considera asimilables: el ocultarse (La Cenicienta); la palidez del plomo (en comparación con la naturaleza estridente del oro y la plata) en Porcia (El mercader de Venecia); la modestia en Cordelia (El rey Lear), que ama y calla.

Se ve bien en la novela que el discurso de la mujer y su mutismo no están en una relación de exclusión recíproca: las mismas heroínas que hablaban en el terreno masculino, pueden también encontrar el deseo de callarse. Toda palabra femenina se desdobla en un silencio portador del misterio de la vida como de la muerte.

Vicente Palomera