Un momento es crítico cuando es decisivo, cuando el devenir de un ser depende de lo que ocurra entonces. Implica la crisis de un estado de cosas o de un funcionamiento y el surgimiento de algo nuevo, la posibilidad de una transformación. Este concepto lo encontramos en diferentes disciplinas, desde la historia hasta la biología.
En nuestro campo encontramos múltiples versiones de lo que sería un momento crítico en la vida de un sujeto. Una que me parece ejemplar es la descripción que hace Lacan de lo que supone la experiencia del destete para el recién nacido: “una excitación corporal se convierte en intención mental” (1). Se trata de un momento crítico porque el futuro de ese ser depende de cómo es integrada esa primera experiencia subjetiva, ese primer encuentro con lo real. También tenemos la manera en que Lacan entiende la crisis de Juanito que está en el principio de su fobia: la aparición de un goce que hace estallar el espejo, es decir, la solución imaginaria en la que se había sostenido hasta ese momento y lo obliga a un trabajo subjetivo cuyo resultado es el síntoma fóbico como principio de solución.
Lo más interesante de estos ejemplos que podemos encontrar en Freud o en Lacan es que reconocemos en ellos una constante: lo traumático no consiste únicamente en la ausencia o el desfallecimiento del Otro que no aporta la respuesta salvadora, sino el empuje de la pulsión, que fuerza al sujeto a transformarse en la búsqueda de una salida a esa excitación real.
En su texto “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte”, Freud se va a referir también a esto, aunque en relación a la conexión descubierta por el psicoanálisis entre la inteligencia y la vida afectiva. “Los filósofos han afirmado que el enigma intelectual que la imagen de la muerte planteaba al hombre primordial hubo de forzarle a reflexionar y fue así el punto de partida de toda reflexión…Habremos…de limitar y corregir tal afirmación…Lo que dio su primer impulso a la investigación humana no fue el enigma intelectual, ni tampoco cualquier muerte, sino el conflicto sentimental emergente a la muerte de seres amados y, sin embargo, también extraños y odiados” (2).
Lo que quiero resaltar es el énfasis, tanto de Freud como de Lacan, en que lo que pone en crisis al sujeto y al mismo tiempo lo fuerza a un trabajo subjetivo que lo transforma, no es la falta del Otro simbólico únicamente sino el goce “de más” que irrumpe obligando a ese sujeto a construir un Otro que pueda acogerlo de alguna manera. Algo que podemos seguir con detalle en la transformación del sujeto Schreber, que se ve forzado a un trabajo delirante para construirse un Otro capaz de acoger el goce que – retornando “en lo real” – lo había desestabilizado al principio de su enfermedad.
Vemos entonces que los síntomas de los que el psicoanálisis se ocupa no son solo “trastornos del funcionamiento” sino “soluciones” que el sujeto ha puesto en pie a partir de lo que tenía a mano y forzado por sus encuentros contingentes con el goce. Por eso el dispositivo analítico apunta a que, en el marco de la transferencia, el sujeto pueda ir al encuentro del traumatismo que está en el origen de su síntoma, de modo que pueda tener – como dice Freud – “una segunda oportunidad”, la de elegir otra manera de responder al encuentro con la ausencia del Otro y con las exigencias del goce que no sea el rechazo de saber.
Los momentos críticos en un análisis responden entonces al sentido que tiene ese concepto en la medida en que el sujeto se ve confrontado a un acto que decide su futuro como tal. Por eso tanto Freud como Lacan enfatizaron la importancia de que el analista esté a la altura y sepa maniobrar en la transferencia en esos momentos, para permitirle al sujeto ir con su deseo más allá del “principio del placer” y afrontar de otra manera la angustia que comporta el acto de “bien decir” el inconsciente.
Jorge Sosa
1) J. Lacan, “La familia”, Ed. Anagrama. “Otros escritos”, Ed. Paidos.
2) S. Freud, “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, Obras Completas.
Deja tu comentario