“¿Que puede usted hacer por mí?” es la manera por la cual las demandas actuales dirigidas a los psicoanalistas interrogan, de entrada, su práctica en un entorno perturbado por relaciones interhumanas y modos de goce profundamente modificados. Lo que se exige es una respuesta inmediata a “lo que no va bien”, constitutivo del sujeto mismo. Hoy, esto se ha transformado en un insoportable que pasa por alto el esfuerzo del sujeto para plantearse la cuestión de su deseo y de cómo debería arreglárselas con las cojeras y los estancamientos del mismo.

Entonces, ¿cuándo empiezan los análisis? Hoy más que nunca, “sería un error orientarse de manera exclusiva en la demanda hecha al analista. Ciertamente este paso tiene el valor de acto para el sujeto, tiene sus coordenadas simbólicas, y en todos los casos, un estilo de dar un salto.[1]” Esta demanda supone la transferencia al psicoanálisis, eventualmente a un psicoanalista, pero esto no significa en absoluto que un sujeto haya entrado en análisis.

En efecto, sea cual sea esta transferencia previa -este amor que se dirige al saber– no decimos que con él comienza el análisis: una diferencia se marca entre entrada en la transferencia y entrada en análisis. Esto vuelve a dar un verdadero alcance a las entrevistas preliminares, a ese momento dialéctico que es la rectificación subjetiva[2] y a lo que, con Lacan, llamamos síntoma analítico.

Estos franqueamientos siguen siendo, más allá de las modalidades de las demandas actuales, las condiciones de entrada en análisis.

 

Guy Briole


[1] Miller J.-A., “C.S.T.”, Bitácora Lacaniana, Revista de la NEL, n° 6, septiembre 2017, p.73
[2] Lacan J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos II, México, Siglo XXI, 2007, p. 576-582.