“El principal recurso para domeñar la compulsión de repetición del paciente, y trasformarla en un motivo para el recordar, reside en el manejo de la trasferencia.
Volvemos esa compulsión inocua y, más aún, aprovechable si le concedemos su derecho a ser tolerada en cierto ámbito: le abrimos la trasferencia como la palestra donde tiene permitido desplegarse con una libertad casi total, y donde se le ordena que escenifique para nosotros todo pulsionar patógeno que permanezca escondido en la vida anímica del analizado. Con tal que el paciente nos muestre al menos la solicitud [Entgegenkotnmen] de respetar las condiciones de existencia del tratamiento, conseguimos, casi siempre, dar a todos los síntomas de la enfermedad un nuevo significado trasferencial, sustituir su neurosis ordinaria por una neurosis de trasferencia, de la que puede ser curado en virtud del trabajo terapéutico”.
Freud, S. (1914). “Recordar, repetir, elaborar”. En Obras Completas, Tomo XII, p.156, Amorrortu, Buenos Aires, 2000.
Releyendo ese texto fundamental no deja de sorprendernos la labor de traducción del discurso freudiano llevada a cabo por Lacan y que nos ayuda a captar por un lado, la estructura del sujeto descubierta por el psicoanálisis, así como la lógica que rige el trabajo analítico. Que Freud nombra allí “traducción” y actualmente denominamos “desciframiento” cuyo fin es la elaboración de saber, en términos freudianos, el “recordar.”
Para acceder a la dimensión pulsional de la repetición, la que determina su carácter “compulsivo” no existe otro camino que la transferencia entendida como “la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente”, según los términos del Seminario XI en donde Lacan distingue y articula transferencia y repetición.
La dimensión libidinal de la transferencia se efectúa en el acto de alojar en objeto a en el analista, anudado a una nueva significación por el hecho de producirse en un discurso diferente a aquél en donde el sujeto es efecto del significante (discurso del inconsciente, que Lacan asimila al discurso del amo). En el discurso analítico se produce algo diferente, los lugares de la estructura cambian por efecto del marco simbólico del dispositivo siendo necesario que el sujeto respete “las condiciones de existencia del tratamiento.”
Gracias a ello la transferencia deviene la “palestra”, pudiendo ejercerse con una “libertad casi total” la demanda inconsciente, la “escenificación” de la modalidad de la relación al Otro propia del sujeto siendo posible entonces que el analista, según este texto, vaya puntuando los modos de la resistencia. Algo que dio lugar a una confusión enorme en la práctica y que Lacan resolvió situando la resistencia en el analista cuando no sabe localizar las resistencias al discurso, y más tarde, con el sintagma “molestar la defensa.” Gracias a lo cual lo actuado puede pasar al decir.
Es lo que hace posible el analista concebido como “el partenaire capaz de responder. “ El fantasma, matriz de la modalidad de la relación del sujeto al Otro instaura el lazo de amor transferencial en el modo habitual, repetitivo. El analista, al poner a raya su subjetividad, tiene la ocasión de responder, guiando al sujeto “en el doloroso camino de la transferencia.” Responde, no a la Demanda inconsciente, sino orientando la cura hasta lograr cernir la diferencia absoluta que hace de su analizante un ser singular.
Vima Coccoz
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