“Pues nadie es menos exigente que un psicoanalista sobre lo que puede dar su estatuto a una acción que no está lejos de considerar él mismo como mágica, a falta de saber dónde situarla en una concepción de su campo que no se le ocurre hacer concordar con su práctica.”
Jacques Lacan, Función y Campo de la palabra y el lenguaje, pag. 234, Escritos 1, Ed. Siglo XXI.
Lacan no escatima reproches a los colegas de la IPA en su Informe de Roma de 1953, a la vez que dirige su discurso a los estudiantes. En esa intervención, entre crítica y didáctica, y en un clima de fuerte conflicto, Lacan pone las bases de su lectura estructuralista de Freud que caracteriza este período inicial de su enseñanza, cuestionando la ortodoxia anafreudiana.
Es un cuestionamiento científico y también ético. Cuando asevera que “nadie es menos exigente que un psicoanalista…”, ya dice mucho de la opinión que Lacan tiene de sus colegas. Y su alusión a la consideración mágica de la acción del analista, es un tanto irónica, a falta de un desarrollo más extenso sobre la causa y el efecto en la magia, la religión, la ciencia, y el psicoanálisis, cuestión que abordará en un escrito bastante posterior, La ciencia y la verdad, de 1965.
Un poco antes, en el inicio de su escrito Lacan afirma: “Creemos por nuestra parte que, si innovamos, no está en nuestros gustos hacer de ello un mérito.
En una disciplina que no debe su valor científico sino a los conceptos teóricos que Freud forjó en el progreso de su experiencia, pero que, por estar todavía mal criticados y conservar por lo tanto la ambigüedad de la lengua vulgar, se aprovechan de esas resonancias no sin incurrir en malentendidos, nos parecería prematuro romper la tradición de su terminología.
Pero me parece que esos términos no pueden sino esclarecerse con que se establezca su equivalencia en el lenguaje actual de la antropología, incluso en los últimos problemas de la filosofía, donde a menudo el psicoanálisis no tiene sino que recobrar lo que es suyo.”
En esta declaración, que precede unas líneas a la cita objeto de este comentario, Lacan señala a la antropología, estructuralista, con Levy-Strauss como referente, como disciplina a la que interrogar, junto con “los últimos problemas de la filosofía” –quizás una referencia a la lectura Kojeviana de Hegel, o a la de Heidegger.
Lacan introduce su crítica al conformismo decadente y desviado de sus colegas, en el trasfondo de un pensamiento y actitud anquilosados. No olvidemos que Sartre afirma que “cuando yo tenía veinte años en 1925, no había cátedra de marxismo en la universidad…el horror de la dialéctica era tal, que el mismo Hegel nos era desconocido”, señalando así el estado kantiano-cartesiano de las cosas en aquel momento, una suerte de ideología oficial de la república, como doctrina científico moral.
De ahí la llamada a despertar de Lacan: “Urgente en todo caso nos parece la tarea de desbrozar en nociones que se amortiguan en un uso de rutina el sentido que recobran tanto por un retorno a su historia como por una reflexión sobre sus fundamentos subjetivos.
Esta es sin duda la función del docente, de donde todas las otras dependen, y es en ella donde mejor se inscribe el precio de la experiencia.
Descuídesela y se obliterará el sentido de una acción que no recibe sus efectos sino del sentido, y las reglas técnicas, de reducirse a recetas, quitan a la experiencia todo alcance de conocimiento e incluso todo criterio de realidad.”
Lacan va a insistir en su informe en “la pérdida del sentido de la acción analítica” precisamente como consecuencia de la renuncia a la interrogación sobre su fundamento. Es la tarea a la que Lacan va a dedicar el resto de su enseñanza, en dirección hacia un real que nos exige una incesante innovación.
Andrés Borderías
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