Por supuesto que lo que más nos interesa es la relación de esta compulsión de repetir con la trasferencia y la resistencia. Pronto advertimos que la trasferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la repetición es la trasferencia del pasado olvidado; pero no sólo sobre el médico: también sobre todos los otros ámbitos de la situación presente. Por eso tenemos que estar preparados para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no sólo en la relación personal con el médico, sino en todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su vida -por ejemplo, si durante la cura elige un objeto de amor, toma a su cargo una tarea, inicia una empresa-. Tampoco es difícil discernir la participación de la resistencia. Mientras mayor sea esta, tanto más será sustituido el recordar por el actuar (repetir).

Freud, S. (1914). “Recordar, repetir, elaborar”. En Obras Completas, Tomo XII, p. 152., Amorrortu, Buenos Aires, 2000.

Para Freud, la transferencia estuvo vinculada a la repetición, a la represión y, finalmente, a la sugestión. Para quien fuera el descubridor del psicoanálisis, la potencia de su principal herramienta, la transferencia, se le reveló pronto. La fue conceptualizando con su trabajo con los pacientes. En los textos freudianos, la transferencia aparece—ya desde La interpretación de los sueños— muy próxima al propio inconsciente e, incluso, las fronteras entre ambos conceptos pueden aparecer desdibujadas a lo largo de sus escritos.

En el texto que nos ocupa, la transferencia se mueve entre la repetición y la represión. Diríamos que la represión actúa como su límite. Pero es por la transferencia que se opera sobre ese mismo límite. Porque hay repetición “se actúa” según el pasado reprimido del paciente. Le corresponde al analista operar sobre esta represión que funciona bidireccionalmente. Por un lado, en la transferencia se actúa en el presente lo reprimido pasado, obstaculizando así la rememoración. Por otro lado, es gracias a la transferencia con el analista que éste puede actuar sobre lo reprimido y llevar al analizante a rememorarlo. A esta particularidad, Freud le da el nombre de la “neurosis de transferencia” que actúa, según sus palabras, como una “zona intermedia entre la vida y la enfermedad” (1).

No es el momento de entrar en detalle sobre lo que supuso en la historia del psicoanálisis el empuje de los psicoanalistas a interpretar lo reprimido, a forzar al paciente a “comprender”. Ya en este artículo, Freud consigna que a veces estas interpretaciones pueden no obtener ningún efecto, al menos, de inmediato. Lacan fue en este sentido menos freudiano. Su apuesta por el inconsciente, siempre inequívoca, le llevó a advertir en varias ocasiones sobre los efectos de cortocircuito que puede tener una interpretación apresurada. Por ejemplo, en el Seminario 8, La transferencia, advierte sobre las consecuencias de cerrazón del inconsciente del obsesivo que puede producir una interpretación a destiempo: “Al obsesivo no es preciso darle ni así de ánimos, de desculpabilización, incluso un comentario interpretativo que se adelante un poco más de la cuenta. Si lo hacen, entonces tendrán que ir mucho más lejos y se encontrarán accediendo—y cediendo para su mayor maldición—a ese mecanismo, precisamente, mediante el cual quiere hacerles comer, si puedo decirlo así, su propio ser como una mierda (2).

Para Freud, como se lee bien en la cita que nos toca comentar, tanto la transferencia como la repetición pertenecen al ámbito del inconsciente. Por lo que no hay propiamente distinción entre lo que se actúa en la transferencia y la vida real, por llamarla de algún modo, del analizante. En la transferencia, escribirá un poco más adelante Freud, se ponen en acto “las inhibiciones, tendencias inutilizadas, rasgos de carácter patológico” (3). De ahí que Freud sugiera que se actúe sobre la realidad para prevenir de que le ocurran mayores desastres.

Para Lacan, sin embargo, la transferencia no puede confundirse con el inconsciente. Por eso no hay que hacer homologables las repeticiones del sujeto en los avatares de su existencia con el fenómeno propio de la transferencia. Lo que hace única la transferencia, dirá, es que se dirige a alguien, que se produce en tanto que la palabra está dirigida al analista. Como podemos leer el Seminario 8: “Me parece imposible eliminar del fenómeno de la transferencia el hecho de que se manifiesta en la relación con alguien a quien se le habla. Este hecho es constitutivo. Constituye una frontera y nos incita al mismo tiempo a no diluir el fenómeno de la transferencia en la posibilidad general de repetición que constituye la existencia misma del inconsciente” (4). En efecto, el concepto de Sujeto supuesto Saber, que llegará en el seminario 11, permitirá la diferenciación entre transferencia e inconsciente. Pero, sobre todo, transferencia y repetición se separarán definitivamente. Lacan pondrá la repetición del lado de la pulsión y la transferencia del lado del inconsciente, lo que encontrará su expresión mayor con la expresión de inconsciente transferencial. Entonces, la transferencia ya no será únicamente el lugar de lo necesario, sino la oportunidad de que lo contingente pueda advenir.

Neus Carbonell


(1) Freud, S. (1914). “Recordar, repetir, elaborar”. En Obras Completas, Tomo V, Madrid: Biblioteca Nueva, p. 1687.

(2) Lacan, El Seminario 8. La transferencia. Buenos Aires: Paidós, 2003, pp. 238-239.

(3) Freud, S. (1914). “Recordar, repetir, elaborar”. En Obras Completas, Tomo V, Madrid: Biblioteca Nueva, p. 1685.

(4) Lacan, El Seminario 8. La transferencia. Buenos Aires: Paidós, 2003, pp. 203-204.