“Algunos años después, en una reunión científica, me encontré con un destacado médico compatriota de la señora Emmy y le pregunté si conocía a esa dama y si sabía algo acerca de su estado. Pues sí; la conocía, y él mismo le había brindado tratamiento hipnótico, pero ella había escenificado con él— y aún con otros médicos—el mismo drama que conmigo. Tras llegar a estados miserables, había premiado con un éxito extraordinario el tratamiento hipnótico, para después enemistarse de repente con el médico, abandonarlo y reactivar toda la dimensión de su condición de enferma. Era la verdadera “compulsión de repetición”.

Freud, S. (1895): “Sobre la psicoterapia de la histeria”, Obras Completas, Tomo II, pág. 122, Buenos Aires, Amorrortu, 1999.

Esta cita sobre el caso Emmy Von N pone de relevancia “la compulsión de repetición”. La relectura del caso freudiano me ha sugerido dos cuestiones de un lado la idea de “compulsión de repetición” en el contexto citado, al tema de la transferencia negativa que en el caso Emmy se constata en algunos momentos hacia Freud y hacia otros médicos que la trataron y por otra parte a una cuestión fundamental que tiene relación con lo real del síntoma analítico.

El historial clínico de Freud se sitúa en los albores de la clínica freudiana, lo que Lacan nombró como “las histéricas de antaño” (1) ya que permitieron el nacimiento del método psicoanalítico cuando Freud consintió a escucharlas e inventó la asociación libre, abandonando la hipnosis, al comprobar que no era suficiente para la eliminación de los síntomas.

La compulsión de repetición leída como una transferencia negativa en este caso, aparece tras una transferencia positiva que inicialmente permitió un cierto alivio de los síntomas como acontecimientos de cuerpo en Emmy. La transferencia fue un fenómeno que descubrió Freud que por una parte era un motor ligado al amor, pero por otra parte era un obstáculo a la experiencia, ligado al odio. Si seguimos a J.-A. Miller (2) “lo que se puede captar algo a través de la transferencia negativa… es el fenómeno de la sospecha”, una cierta sospecha que iría a la contra de la transferencia positiva ligada al amor del sujeto supuesto al saber que sabe algo del inconsciente del analizante y en el caso de la transferencia negativa un “desuponer” un saber que puede conllevar al odio o a un estancamiento, a una crisis en la experiencia analítica. En el seminario 20, Lacan, señala que en el análisis no se conoce amor sin odio.

El mismo Freud reconoce lo poco duraderos que fueron los efectos terapéuticos usando el método catártico en Emmy Von N, porque el saber alcanzado no tocaba lo real del síntoma. Ni los posteriores tratamientos que siguió aliviaron sus síntomas.

En segundo lugar “la compulsión de repetición” podemos entenderla a la luz de la última enseñanza. Lacan cuando retoma la histeria en el Seminario 23, o en la conferencia de Bruselas: “El inconsciente se origina en el hecho que de que la histérica no sabe lo que dice cuando, de hecho, algo dice con las palabras que le faltan. El inconsciente en un sedimento de lenguaje (3)”. Esta idea que expone Lacan apunta a lo actualmente llamamos orientación a lo real que remarca no el sentido de los síntomas hablados si no al sinsentido, un ir más allá del inconsciente.

La idea del inconsciente en la última enseñanza da un viraje muy importante siguiendo a J.-A. Miller, Seminario 20, Aún, Lacan introduce el hay Uno (il y a de l’Un), “reducción sensacional de lo simbólico y especialmente de la articulación significante para extraer, como su real y su culmen la iteración. La iteración como núcleo, como centro como lo que queda de la articulación” (4) como un hueso.

Este inconsciente va a ser un inconsciente formado por un nudo entre lo imaginario, lo simbólico y lo real.

En este real va a estar presente este Uno solo, Uno del goce, que no hace cadena, pero que será la repetición de lo mismo, de lo que no cesa.

Por tanto, la “compulsión de repetición” en el caso Emmy y en los analizantes es una versión del síntoma puesto que lo que se repite es este Uno del goce solo, que no hace cadena y que Lacan llamó “criatura salvaje del goce (…) que está fuera del sistema que es una escritura del Uno -solo (…) Es decir la raíz del síntoma es la adicción” (5).

Estas concepciones de Lacan van a tener consecuencias sobre la dirección de la experiencia analítica por parte del analista y sobre la interpretación, en el Seminario El Sinthome se refiere a la interpretación como la “manipulación interpretativa” (6) que será fundamentalmente por medio del equivoco, interpretación borromea. Interpretación como perturbación de la defensa, defensa frente a lo real del hablanteser, ya que la idea en la última etapa de la enseñanza de Lacan el inconsciente se completa con lo que el cuerpo tiene de real, ya que el síntoma es un acontecimiento de cuerpo.

Esta idea de la interpretación, no se basará en un saber, sino que Lacan invita al uso de una cierta poética, que incide en la materialidad de la palabra, a una invención, cuyos efectos son incalculables, lo cual implica una posición activa del analista, que apunta a tocar algo del cuerpo y así hará uso de su voz, de su entonación, el gesto… el analista debe poner el cuerpo para tocar la potencia del síntoma en tanto satisfacción del hablanteser. Incidir en lo que hace agujero y no en el sentido.

Para ello el analista tendrá que saber de su Uno solo, que habrá aislado en su propio análisis, con su saber hacer con lo real y que junto con el deseo del analista le permitirá ubicarse en una posición para lograr maniobrar, interpretar a sus analizantes.

Isabel Alonso Martín


(1) Lacan J. “Consideraciones sobre la histeria, Granada 2013, Ed Universidad de Granada e ICF de Granada, pág. 23.

(2) Miller J.-A. “La transferencia negativa”, Colección Escuela del Campo Freudiano de Barcelona, Nº 2, Barcelona 1999, pag. 15.

(3) Ibiden pág. 24.

(4) Miller, J.-A. “El Ser y el Uno”, lección 18 de mayo 2011, en Freudiana 67.

(5) Miller, J.-A. “El Ser y el Uno”, lección 10, 6 de abril de 2011, en Freudiana 71.

(6) Miller, J.-A. “El ultimísimo Lacan”, BBAA, 2013. Paidós pág. 169.