“¿De dónde viene la trasferencia, qué dificultades nos depara, cómo la superamos y qué utilidad extraemos en definitiva de ella? He ahí asuntos dignos de ser tratados con detalle en una instrucción técnica para el análisis, y que hoy solo rozaré. Queda excluido ceder a las demandas del paciente derivadas de su trasferencia, y sería absurdo rechazar las inamistosamente o con indignación; superamos la trasferencia cuando demostramos al enfermo que sus sentimientos no provienen de la situación presente y no valen para la persona del médico, sino que repiten lo que a él le ocurrió una vez, con anterioridad. De tal manera lo forzamos a mudar su repetición en recuerdo. Y entonces la trasferencia, que, tierna u hostil, en cualquier caso parecía significar la más poderosa amenaza para la cura, se convierte en el mejor instrumento de ella, con cuya ayuda pueden desplegarse los más cerrados abanicos de la vida anímica”.

Sigmund Freud. “Conferencias de introducción al psicoanálisis. Conferencia 27: La trasferencia”. Obras Completas, Tomo XVI, p. 281, Buenos Aires, Amorrortu, 2000.

Estos párrafos sobre la transferencia son ya el resultado de fecundas elaboraciones que Freud desarrolló desde 1911 a 1918, en una serie de artículos que fueron recopilados bajo el título “Trabajos sobre técnica psicoanalítica” (1).

En ellos Freud intenta responder a las dificultades que encuentran él y sus discípulos en su práctica, dificultades que están centradas en la transferencia. Pero si Freud retoma las cuestiones técnicas a partir de la transferencia es porque ha quedado al descubierto su otra cara, la cara menos amable de la transferencia, que puede devenir “la más poderosa amenaza para la cura”. Freud destaca aquí la trasferencia como resistencia.

Para Freud la rememoración (recordar), “mudar la repetición en recuerdo”, sigue siendo prioritaria pues demuestra la victoria sobre la represión y la resistencia, constituye el modo ideal del retorno de lo reprimido y la mejor verificación de los efectos de la interpretación.

Pero a lo largo de esos textos se planteará también que la transferencia no es pura repetición del pasado, “reactualización de los amores infantiles”, está también el amor de transferencia… que no es una ilusión, que es un amor verdadero y que, sin duda, se le presenta a Freud y a sus discípulos como un “momento crítico” de la cura.

Plantear que “los sentimientos del enfermo no provienen de la situación presente y no valen para la persona del médico sino que repiten lo que a él le ocurrió una vez, con anterioridad” entra en contradicción con esta nueva perspectiva donde la transferencia se revelará ya no sólo como un vehículo de la repetición, sino como un valioso instrumento para dar lugar a lo nuevo.

El problema se plantea cuando Freud percibe que precisamente interpretar ese amor como repetición no siempre convoca el recuerdo. ¿Cuál es el hueso que hace a la transferencia rebelde a la rememoración? Se trata de “la presencia del analista” que como obstáculo mayor va a venir al primer plano en estos “escritos técnicos”, como hueso duro de la resistencia al análisis.

Acostumbramos a referirnos a esta otra “instrucción técnica” de Freud: “Nadie puede ser vencido in absentia o in effigie” (2). Ahora bien, o se considera la transferencia como un fenómeno imaginario, un lugar de paso para la acción de lo simbólico, resorte del análisis, es decir, como puro artefacto para la repetición o acordamos que el analista no es “ausencia” sino presencia, no es efigie sino cuerpo real. De ahí que Lacan planteara, no sin ironía, que “no basta con que el analista sirva de soporte a la función de Tiresias, también es preciso, como dice Apollinaire, que tenga tetas” (3). No basta el analista interpretador.

A partir de ahora la resistencia estará ligada a la presencia del analista. Y Freud advierte del riesgo de la interpretación rápida, si se quita al analista como soporte de la cura. Definitivamente, no se interpreta el amor de transferencia porque se trata de amor verdadero. El amor es una interpretación del deseo del Otro. Entonces, se trata de sostener el deseo. Y se advierte cómo Freud intenta llevar a sus discípulos a ese terreno. Ahí donde el analizante manifiesta su demanda de amor, al analista le corresponde desear, apostar por el análisis rechazando el goce que se le ofrece. Lacan tomará esta orientación para diferenciar bien Demanda de amor y deseo hasta convocar a ese pivote de la cura que es el Deseo del analista.

Carmen Cuñat


(1) Freud, S. “Trabajos sobre técnica Psicoanalítica”, Vol. XII, O. C. Amorrortu.

(2) Freud, S. “La dinámica de la transferencia”, Óp. cit. p. 105.

(3) Lacan, J. El Seminario, Libro XI, “Los cuatro conceptos…”, B. A., Paidós, p. 278.