Convengamos en que no hay un momento cronológico preciso que delimite cuándo comienza realmente un análisis. El plural del título de esta Conversación clínica, “comienzos”, nos indica ya que puede haber más de uno, incluso si nos referimos a un solo caso donde podemos hablar también a veces de recomienzos. Las mal llamadas “primeras entrevistas”, supuestamente previas al comienzo de un análisis, implican que sólo lo habrán sido si llegan unas segundas, y después unas terceras hasta que pudiéramos situar entonces, siempre retroactivamente, el comienzo de un análisis. Pero tal vez el análisis comenzó ya antes de esas “primeras”, con la pre-interpretación que el sujeto ha hecho de su malestar dándole valor de síntoma. La cosa no mejora mucho si llamamos a estas entrevistas “preliminares”, preámbulo del supuesto comienzo. La paradoja de los comienzos de un análisis es semejante a la de aquel sujeto que comienza a hablar diciendo: “antes de comenzar a hablar quería decir…” En el comienzo de un análisis hay algo siempre de este estilo: ya has comenzado… sin saberlo. Y es sólo a partir de este “sin saberlo” donde debemos situar la puerta de entrada al análisis, aquella puerta que sólo se abre llamando desde el interior. Es por otra parte lo que define propiamente un acto en el discurso del psicoanálisis: no hay un sujeto ni un saber explícitos y previos al acto, los dos son un efecto y un producto posteriores lógicamente al acto. Estrictamente hablando, no hay entonces un modo preciso de situar cronológicamente el comienzo de un análisis.
En realidad, lo único que puede definir lógicamente el punto de discontinuidad que marca el comienzo de un análisis es la transferencia, aquella transferencia que Lacan situó precisamente en el comienzo, en el principio lógico del psicoanálisis: “Al comienzo del psicoanálisis está la transferencia”[1]. ¿Y qué es la transferencia? Se trata siempre y en cada caso de un encuentro con un real que desencadena la función del sujeto supuesto saber, lo que quiere decir tanto suponer un saber a otro sujeto como suponer un sujeto al saber, a ese saber no sabido que lo habrá llevado al acto. Tal encuentro es también aquello que precipita el síntoma para que cristalice, en una suerte de reacción en cadena, alrededor de un significante que por esta misma razón llamamos “significante de la transferencia”. Así pudo situarlo Jacques-Alain Miller en los comienzos del Campo Freudiano en aquella operación —clínica, política y epistémica— que fue en realidad la de un retorno, un recomienzo pues, de la clínica bajo transferencia: “El paso del que se trata no se confunde de ningún modo con el paso del sujeto cuando se dirige al analista, es anterior, y se corresponde con aquello que llamaré la pre-interpretación por el sujeto de sus síntomas.”[2]
Recomencemos pues: Campo Freudiano, año cero.
Miquel Bassols
[1] Jacques Lacan, “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires 2012, p. 265.
[2] Jacques-Alain Miller, “C.S.T.”, en Ornicar? Nº 29, Paris 1984, p. 144.
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