Una persona a la que no designaré de otro modo más que como piadosa consideraba aparentemente, según los últimos ecos, en fin, los ecos de hace tres meses, que para ella era un desafío insostenible fundar la transferencia en el sujeto supuesto saber, puesto que por otra parte el método implica que el analista mantenga una ausencia total de prejuicios en cuanto al caso. ¿Sujeto supuesto saber qué, entonces?, me permitiré preguntar a esta persona. ¿Al psicoanalista debe suponérsele saber lo que hace?, ¿y lo sabe efectivamente?

(Lacan, J., De un discurso que no fuera del semblante. Paidós, Buenos Aires, 2009, p. 58)

Selección: Donato Bencivenga

Comentario:

En primer lugar, me llama la atención en la frase el adjetivo de “piadosa” con el que Lacan se refiere a esa persona.

Creo que tiene todas sus resonancias en la divergencia que establece entre el saber que se despliega en la experiencia analítica y los ideales de un saber completo e instituido, tal como plantea la IPA, que equipara con el saber dogmático de la religión y la promesa de una verdad superior.

La suposición de saber al analista por parte de aquel sujeto que realiza su demanda, a partir de un síntoma que perturba su vida, es la condición para la instauración de la transferencia como amor al saber que propicia el consentimiento a la asociación libre.

Por otro lado, está lo que debe saber el analista sobre los principios de su acción. Que se trata de pasar del amor al saber que se le supone, a la suposición de saber en el inconsciente y, de ahí, al deseo de saber al final.

No hay un saber establecido que valga para todos sino el que se produce en la singularidad de la experiencia, uno por uno.

El amor al saber vela que la causa del horror al saber es el a que contiene la castración. Dicho en otros términos, el horror al saber es defensa del sujeto frente a lo real. Este saber fundamental lo extrae el analista de su propio análisis, de la experiencia de la caída de sus identificaciones y el encuentro con la singularidad de su goce al confrontarse con un saber presente en lo real: que la relación sexual es imposible de escribir. En el nivel del discurso del analista, lo escrito es el goce.

Haber llegado hasta este punto permite al analista, en el discurso que sostiene su acción, funcionar como semblante del objeto a (como resto y como causa) y estar en el lugar del amo, pero sin identificarse con él. El saber está situado en el lugar de la verdad que solo puede decirse a medias porque ese saber entraña también un real que nada tiene que ver con la verdad sino con lo imposible.

 

Clara Bardón