Un análisis esta hecho de momentos críticos. El psicoanálisis trabaja con lo simbólico, sin embargo, esto tiene un límite porque el aparato simbólico no puede reabsorber todo lo real. Los momentos críticos son emergencia de lo real y allí el practicante debe encontrar cómo operar sabiendo del límite de lo imposible.
Por eso no hay manual de técnica porque no hay lo general sino lo singular y la maniobra específica que no puede transformarse en recurso estándar.
Lo que interesa en esos momentos es cómo se sitúa el sujeto, cómo trata sintomáticamente el real en juego y cómo puede ubicarse, en relación a ese punto, de distinta manera a lo largo de la experiencia.
Es verdad que en esos momentos se juega tanto la operatividad del deseo del analista como la disponibilidad del analizante a consentir atravesarlos.
Entonces, ¿cómo se orienta el analista sin manual? Por la posibilidad de hacer una hipótesis sobre el funcionamiento Los distintos momentos críticos trazan las marcas de un recorrido que no es cronológico sino lógico.
Si se sigue la línea del funcionamiento del analizante, entendiendo por funcionamiento la forma de cada uno de hacer con lo real, se descubre que el mismo es iterativo. Partiendo de esta premisa se podrá comprobar, en los giros del análisis, que lo que desencadena los momentos críticos es siempre lo mismo pero tomado en una vuelta diferente. Es decir, no se trata de un accidente sino de una programación que se desestabiliza cada vez que se vuelve a tocar algo de la falla del anudamiento.
Si un análisis es largo es porque las vueltas son necesarias. Del idilio inicial con el sentido a la vivencia de lo iterativo hay una camino difícil que permite ir más allá hasta encontrar su final. Sin duda que los momentos críticos introducen un corte que hace ver que el relato vela la continuidad muda del goce. Los giros necesarios permiten desgastar y al mismo tiempo fijan la modalidad de goce con la que el analizante tendrá que saber hacer de una nueva manera.
Hebe Tizio
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