Clausura del curso 2019-20 del NUCEP

Vamos a dar comienzo a este evento que lleva por título “Vigencia del psicoanálisis hoy, 20 años después”, con el cual queremos concluir el final de curso del Nucep, final al que hemos llegado habiendo podido cumplir con el programa de enseñanza que nos habíamos propuesto, y ello a pesar de la pandemia, frente a lo cual ni los docentes ni los participantes hemos retrocedido, causados sin duda por nuestro empeño en mantener viva la transmisión del psicoanálisis y su vigencia hoy día que consideramos, vistos los acontecimientos, imprescindible.

También les hemos convocado para celebrar con ustedes los 20 años de la creación del Nucep, el Nuevo Centro de Estudios de Psicoanálisis del Instituto del Campo freudiano.

El Nucep, en efecto, tiene una prehistoria. En 1998, asistimos a una puesta al día del funcionamiento de las diversas Secciones clínicas presentes en varias ciudades de Europa y de América cuyo modelo era la Sección clínica de Paris, inaugurada por J. Lacan en 1976. Esa primera Sección clínica y las siguientes, fueron creadas bajo el empuje decidido de Jacques-Alain Miller, que es nuestro director, con el propósito de brindar una enseñanza metódica y rigurosa del psicoanálisis, en contrapunto con el modelo del discurso universitario. El Nucep fue el resultado de la remodelación de la Sección clínica de Madrid creada a su vez en 1987. En esa tarea fuimos también acompañados muy de cerca por nuestro querido amigo y maestro Eric Laurent. Se trataba sobre todo de acoger una demanda de los participantes que iba en el sentido de una puesta al día de las enseñanzas teniendo en cuenta que ni la psiquiatría del momento ni la psicología, que ya se mostraba ampliamente cognitiva, facilitaban su relación con el psicoanálisis. Es decir, se trataba de tomar nota de que en la universidad, y no solo en España, también en Francia, ya no se estudiaba a Freud ni a los autores o saberes que les permitirían leer a Lacan. Por otro lado, los participantes mostraban la necesidad de obtener un saber hacer con la clínica y una preocupación por obtener el título de psicoterapeuta, que hasta ese momento era un vocablo que solo tenía consistencia como actividad ligada al psicoanálisis. Se pedía también una cercanía de los docentes, un acompañamiento sostenido en la evaluación continua de los progresos, a cambio de una participación activa de los estudiantes que no se conformaban con escuchar atentamente la clase ex_catedra.

Si hablamos de veinte años es porque el Nucep se creó poco tiempo antes de la fundación de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (año 2000) que, en efecto, acaba de celebrar su vigésimo aniversario y con la cual hemos compartido muy de cerca todos estos años, de una manera fecunda, ya que se ha nutrido fundamentalmente de aquellos que iniciaron su formación en el Nucep y encontraron ahí el aliento de proseguirla en la Escuela. Sin embargo, nuestra elección no fue la de ofrecer ese título de psicoterapeuta, pues no se trataba de entrar en competencia con la voluntad universitaria de legislar el ámbito del saber, “movidos por una inquietud consumista”, se decía en ese momento, como se ha demostrado luego con la promoción de los masters. Nuestro anhelo, ha sido más bien, sin renegar del valor del psicoanálisis aplicado a la terapéutica, trasmitir la teoría y la praxis del psicoanálisis propiamente dicho, a aquellos que en diferentes campos se enfrentan con el malestar en la civilización y que a título propio tienen un interés en las enseñanzas del psicoanálisis, porque les ofrece un instrumento ilustrado de lectura de los síntomas contemporáneos, de la subjetividad de la época, como nos gusta decir. Eso les ha llevado a muchos, en un segundo momento, al ejercicio del psicoanálisis, es decir, a prepararse concienzudamente y durante años para poder operar.

En lo que esos estudiantes se basaban para demandar, con cierta urgencia, la remodelación de la enseñanza, está ahora a la orden del día. Pues lejos queda ya la época en la que alguien se acercaba al psicoanálisis para saber algo de su inconsciente, o movido por aquello que habría escuchado sobre otra manera de abordar la sexualidad. Hablar de lo que a uno le ocurría, le producía angustia o tristeza, o de sus síntomas fóbicos o compulsivos o que se manifestaban en el cuerpo sin causa aparente, era una opción que se prefería a tomar una medicación que, por lo demás, en ese momento no mostraba aun ningún efecto convincente. Ahora estamos en la época del protocolo para clasificar los síntomas con el propósito de dar respuesta a todos de una manera homogénea, “el empuje a gozar no ofende ya a ningún pudor”, la promoción de la autoestima, del yo autónomo, de la individualidad, legitíma un narcisismo a ultranza difícil de conmover. Se destierra la angustia, como experiencia existencial pero también como afecto productivo, como aquello que antecede al acto movido por un deseo, y esto en favor sino de la ansiedad generalizada, del diagnostico de depresión que no da cuenta de otra cosa que de la falta de deseo, y que parece responder mejor a los medicamentos de ultima generación. Estamos en la época de la imaginería cerebral, del imperio del cognitivismo avalado cada vez más por la neurociencia, en definitiva, del empuje a imaginarizar lo real. Bajo la bandera del cientificismo, la ciencia ficción se instala cómodamente. ¿Qué lugar para el psicoanálisis entonces?

Lo que el psicoanálisis enseña, ¿cómo enseñarlo?, esta pregunta se la hacía Lacan en 1957 cuando ya para él no era evidente que los psicoanalistas pudieran mantener abierta la brecha producida por Freud cuando planteó su hipótesis del inconsciente. Lacan predecía que los psicoanalistas rendirían sus armas a esos nuevos saberes a menos que alguien tomara cartas en el asunto. Conocemos la historia, él mismo se lanzó a la reconquista del Campo freudiano creando su Escuela y muchos le siguieron. Esa reconquista le llevó a cuestionar los conceptos freudianos, y a introducir otros nuevos, guiado por la experiencia analítica misma. La práctica del psicoanálisis tal como se conocía quedó conmovida. Pero más allá del debate permanente con sus congéneres, el empeño de Lacan era que la experiencia del psicoanálisis fuera transmisible, que no se resguardara en lo inefable o en lo iniciático. Que las enseñanzas del psicoanálisis pasaran de lo privado a lo publico, esa era su ambición científica y, podríamos decir, política. Lacan no retrocedió frente a la subjetividad contemporánea, al revés, invitó a estar a la altura, renovó él también sus propios conceptos. Los que seguimos en la brecha abierta por Freud, renovamos esa apuesta cada día, y por ahora nada nos invita a cejar en nuestro empeño, a pesar de la irrupción de nuevos discursos afianzados por las nuevas tecnologías, a las cuales sin embargo no renunciamos, intentando hacer un buen uso de ellas. En el próximo curso, utilizaremos la vía on-line, hasta que podamos volver a las clases presenciales. El psicoanálisis nos enseña fundamentalmente a escuchar lo más genuino de cada uno y sobre todo a estar presentes en acto. Esto tiene una fuerza inconmensurable.

Ahora voy a pasar la palabra a mis colegas que están aquí por haber ejercido como coordinadores del Nucep a lo largo de estos años. Gustavo Dessal fue el primero cuando se inició el Nucep, poco más tarde lo acompañaría Marta Davidovich que falleció en julio de 2017 y a la que recordamos siempre con cariño, luego tomaron las riendas Mercedes de Francisco y Rosa López, y ahora nos ocupamos Santiago Castellanos y yo misma. Ellos os van a dar su versión de la vigencia del psicoanálisis hoy, les escuchamos por este orden: Santiago Castellanos, Rosa Lopez, Mercedes de Francisco y finalmente Gustavo Dessal.

Carmen Cuñat
15 de julio de 2020