Decía J. A. Miller que, a diferencia de las llamadas “descompensaciones múltiples” compensadas sin cesar por un “pattern repetitivo”, el desencadenamiento es una ruptura: “Decimos «desencadenó» cuando eso se produce una vez.” Y continúa “cuando tienen una psicosis que se desencadena, el periodo que precede es un periodo de psicosis no desencadenada”. “Pero el paso siguiente es el de comprender que ciertas psicosis no van hacia un desencadenamiento: psicosis con un desorden en la juntura más íntima que evoluciona sin ruido, sin explosión, pero con un agujero, una desviación o una desconexión que se perpetúa.”

Esas psicosis no desencadenadas abren toda una puerta a la interrogación por el modo en que el sujeto psicótico hace con sus anudamientos más o menos precarios o con éxito.

Es el instante de ver del hombre de los lobos en la alucinación del dedo cortado, agujero abismal que quedó “encapsulado” sin conexión aparente pero que abrió a este sujeto la oportunidad de darse un lugar en el mundo: ser objeto causa de estudio para los analista que no dejaron de acogerlo y así seguir interrogándose por su singularidad.

Podríamos decir que es un precedente de esa posición irónica de Joyce, convencido –y con razón– que su obra sería objeto de cuatrocientos años de estudio para especialistas doctos. ¿Acaso el hombre de los lobos no fue motivo durante años y años de un debate fructífero para la clínica psicoanalítica?

En ninguno de los dos sujetos hubo desencadenamiento como ruptura o explosión, y sí un verdadero y continuado testimonio que empujaba a la apertura de un campo siempre más y más abierto a la invención singular de anudamiento desde una lógica de la forclusión.

Motivo de enseñanza ha sido también la tesis con la que Lacan aprendió de Aimée no solo la relación del delirio con el crimen sino y sobre todo, que mediante el pasaje al acto consiguió que la ley sancionara con la cárcel su responsabilidad en el acto. Su determinación de reparación en la autopunición, refrendada por la ley, hizo remitir el delirio.

Louis Althusser que no fue declarado culpable del asesinato de su mujer, en lo que se adujo como enajenación mental, encontró la vía de la escritura de sus memorias “El porvenir es largo”, en las que defendió ser sujeto de derecho punible y por lo tanto la necesidad de reparar su acto, independiente éste de estar o no enajenado.

Hay pues un saber que el psicótico nos enseña: cómo hacer con lo real, con el agujero al que todos estamos confrontados. Si bien cada uno con nuestras posibilidades y limitaciones, el real nos permite encontrar nuevos y singulares anudamientos. La topología permite la flexibilidad de las deformaciones singulares.

Es el wake-up de la formación analítica al que Lacan nos conduce, escuchar y saber hacer con el “murmullo de la lengua” en el que “todo se comunica, todo se entrecruza”. Porque “lo que más ayuda, es la ayuda contra”, orientación que J. A. Miller desarrolló en su curso “Piezas sueltas”.

Será en la próxima Conversación Clínica que el trabajo a cielo abierto pondrá a prueba lo imposible que siempre empuja e invita a ese “segundo despertar”.

Margarita Bolinches