Franz Huchel: ¿Cómo lo hace?

Prof. Freud: Normalmente la gente se tumba en un diván y comienza a hablar.

Franz Huchel: ¿En un diván?

Prof. Freud: Podrían quedarse de pie, pero el diván es más conveniente.

Franz Huchel: El diván parece más cómodo.

Prof. Freud: La verdad es que rara vez lo es.

 

“El vendedor de tabaco”, versión cinematográfica de la novela con el mismo título de Robert Seethaler

 

¿Por qué solemos usar el diván en psicoanálisis?

No voy a detenerme en las recomendaciones e indicaciones de Freud al respecto que podemos leer en textos tales como “Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis)” o “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”, entre otros.

El sujeto que recibimos viene sostenido, al menos en la mayoría de los casos en el discurso del amo que es el del Inconsciente y donde quien trabaja es el significante y no el sujeto. Para que trabaje el sujeto es necesaria la presencia del analista y su deseo específico. Esto no ocurre sin que el sujeto, en su pasaje de paciente a analizante, le otorgue este lugar y el analista lo tome. La puesta en marcha de la transferencia transforma el síntoma mismo: de demanda, a vía de paso para el deseo.

El acto analítico se dirige a marcar la contingencia, no la causalidad, para que el trabajo del inconsciente y sus formaciones hacia el saber, se cortocircuite y ponga de manifiesto que el saber no puede decir todo. (Véase la parte de abajo de la fórmula del discurso del analista). El saber en el lugar de la verdad, puesto en juego por el discurso del analista, es un saber que no se tiene de antemano, es un acto que se anuda al tiempo, al instante como ocasión y contingencia.

En “La carta robada” de Poe, el inspector Dupin afirma que los asuntos importantes deben examinarse en la oscuridad y cuando va a buscar la carta a casa del ladrón usa unas gafas verdes que impiden ver su mirada. La mirada es uno de los objetos de la pulsión, evanescente, pero también punto de referencia del todo de la completud imaginaria. En el campo del lenguaje y la cultura el diván evoca al lecho y lo que en él puede ocurrir: el nacimiento, el sueño, la enfermedad, el sexo y la muerte. La presencia del analista se vehicula en la sesión a través de la voz… y del silencio y su lugar se anuda a una mirada supuesta pero no visible. Hay cierta incompatibilidad entre la mirada y la palabra, el acto y el ojo. Y está la dimensión del tiempo, que en el acto analítico toma la dimensión del instante propicio. Si nuestra sesión es breve, es para intentar impedir que la cadena significante vuelva a cerrarse sobre la serie de la repetición y para hacer emerger la imposibilidad de decirlo todo.

Hacer semblante del objeto causa no lo asegura ningún diván, pero sí que puede ser un recurso técnico, especialmente en esta época de la globalización de la mirada y el decir-todo al servicio del deseo de diferencia absoluta, atravesado por la contingencia y el no-todo.

Paloma Blanco Díaz