Al principio de las entrevistas, con la escucha de Lacan, seguimos a Freud.
Es decir, que partimos de la idea que el síntoma que lo trae a un análisis, está hecho de sustitutos de lo olvidado y que tiene sus raíces en la historia de sus identificaciones y las fijaciones de goce allí enlazadas. Esas, que lo instituyen como sujeto que habla y que por hablar, goza.
La narrativa , siempre singular a cada sujeto es el resultado de los encuentros contingentes con los objetos que atrajeron su libido, enganchándolos a significantes que pasaban justo por ahí deviniendo la solución semántica con la que se organizó el saber inconscientes que le es propio.
Por eso, la tarea a la que un analista debe estar presto, bajo la forma de la atención flotante, es a la regla de oro de la asociación libre del analizante. Asociación libre que es la menos libre dado que la materialidad del lenguaje y sus leyes sirven al enmascaramiento del punto traumático configurado en al menos dos tiempos: uno, el traumatismo del encuentro con la lengua, sin sentido; otro, el acontecimiento de goce, localizado en el cuerpo como impacto de ese encuentro . Es lo que reencontramos en el síntoma mudo, bajo la forma del modo en que el sujeto goza de su inconsciente. Sin saber que goza. Sin saber de qué está hecho ese nudo.
Esa oferta a la asociación libre, que pone palabras a lo mudo y autosuficiente de la satisfacción en juego y advierte a qué goce sirve, es lo que resulta de un trabajo: el trabajo que en el dispositivo analítico, no es sin la interpretación del analista, y se efectúa sobre el sujeto en tanto ser que habla, en tanto parlêtre.
No es cualquier atención flotante, sino aquella que permite escuchar tras lo que se oye , lo que se dice, bajo las especies de ese deseo de analista que Lacan nos enseñó a esclarecer.
Mónica Unterberger
(1) Lacan, J. La dirección de la cura y los principios de su poder, Lectura estructuralista de Freud- Siglo XXI, 1971.
¿Qué pasa (o qué no) si el analista no interpreta; si sólo está ahí, nada más que escuchando?