Luego, mi fórmula de que el inconsciente está estructurado como un lenguaje indica que, a mínima, la condición del inconsciente es el lenguaje.
Pero esto no quita alcance al enigma que consiste en que el inconsciente sepa más de lo que aparenta, puesto que fue de esta sorpresa de donde se había partido para nombrarlo como se lo hizo. Él sabe cosas. Naturalmente, esto se malogra de inmediato si se recubre dicho inconsciente con todos los instintos, que por otra parte están siempre allí como aguafiestas. Lean cualquier cosa publicada fuera de mi Escuela.
Lacan, J., De un discurso que no fuera del semblante. Paidós, Buenos Aires, 2009, p. 141.
Comentario:
Cinco años después de haber formulado su conocido aforismo, “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”, Lacan retorna sobre sus palabras para aclarar que no se trata de lingüística sino de la división fundamental entre semblante y goce. El lenguaje, como condición del inconsciente, apunta a la desviación que existe entre lo que se cree decir y lo que se revela más allá de lo dicho. La entrada en análisis se funda justamente en ese instante en que el sujeto reconoce un saber enigmático en sus propias palabras. Momento que aparece como un destello y el sujeto mismo se encuentra, de manera inesperada, confrontado a la división entre sus dichos y otra verdad en otro lugar. Esta revelación funda la existencia misma del inconsciente como ese que sabe más “de lo que aparenta”.
La verdad freudiana que Lacan enunció como: “Yo, la verdad hablo”[1] significa que importa menos lo que el sujeto quiera decir, que lo que dice. La verdad se revela como medio-dicha siempre que uno se pone a hablar. He aquí el sentido de la regla fundamental del psicoanálisis, la “asociación libre”: lo dicho en un análisis poco tiene de libre y es por la libertad de la palabra que la lógica de una vida puede franquearse.
La entrada en análisis es, de este modo, un primer franqueamiento en tanto que desvela que existiría una lógica desconocida que daría cuenta del malestar. Se produce entonces un doble reconocimiento. Por un lado de lo que no se sabe y, por otro, del saber supuesto al inconsciente.
No obstante, añade Lacan, no hay que malograr ese saber recubriéndolo con los “instintos”, con un saber que iría por fuera del lenguaje. Para el parlêtre no hay otro destino que el lenguaje. En un análisis se aprende a escuchar las propias palabras y, con ello, lo que tiene de ignorado la lengua particular de uno para llegar a descifrarla y a hacerla un poco menos extranjera. Entrar en análisis supone atravesar el umbral de las palabras para adentrarse en lo extranjero que habita en la lengua particular de cada cual.
Neus Carbonell
[1] “La cosa freudiana o el sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, Escritos I, p. 396.
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