Ahora bien, la cuestión es si se puede salir de la transferencia, si el pase, el final de análisis, es salir de la transferencia. Mi opinión es que no, que no hay grado cero de la transferencia. A pesar de ello, existe la idea de que al final del análisis el sujeto tiene una relación diferente con la transferencia y de que, en esa otra relación, es capaz de decir algo original y válido sobre su experiencia analítica. No trato de desarrollar el tema, complejo, de cuándo un testimonio es considerado válido en el análisis, si cuando se trata del testimonio de un analista o del testimonio de un analizante; es algo que se invierte al final del análisis: antes del final, el testimonio válido es el del analista, pero al final del análisis hay algo que escapa al analista y de lo que sólo el analizante puede dar testimonio.
(Miller, J. A., (1990), “La Escuela y su psicoanalista”, Introducción a la Clínica Lacaniana. Conferencias en España, RBA, Barcelona, 2006, págs. 258-259.)
Selección: Jesús Sebastián
Comentario:
El final de la cura orienta la lectura de lo que ocurrió en su inicio, así la cuestión de la transferencia al final concierne a la transferencia y su trama en el inicio. Podríamos decir que la transferencia es el punto en que se produce el engarce al analista y el punto por el que se separará pudiéndole dar otro destino y que, entretanto, se ha transformado de algún modo: el analizante tiene otra relación con ella. Acompañaré mi comentario con algunos fragmentos tomados del primer testimonio de pase de Gustavo Stiglitz: La experiencia analítica es la escritura de un arco que se lee al final, después de ser escrita una vez más (1).
La transferencia es el depósito de una pregunta que pasa de distintos modos en la vida a lo largo del análisis, al final y también después. En ella se sostiene la imposible pregunta por el amor como real: “¿Puedes perderme?” (2). En ella se sostiene el imposible lugar en el Otro: algo de lo que puede hablar el analizante al final, solo él.
Del psicoanálisis se testimonia, no hay demostración general. Del psicoanálisis no puede haber universalización como sí la hay de las matemáticas. Por eso las matemáticas no necesitan ser demostradas y el psicoanálisis, sí. Podríamos preguntarnos ¿por qué las matemáticas no necesitan ser demostradas para que creamos en ellas? (3) Es suficiente con que quince personas en el mundo sostengan que una fórmula se demostró para que el resto lo demos por válido. Es que confiamos en que sin nuestra participación el edificio matemático va a seguir funcionando.
En cambio, en psicoanálisis se trata de algo que no funciona en el mundo y que tiene que ver con la participación más íntima de cada uno. No hay demostración posible porque no hay universalización en el campo del goce. Sin embargo, un analista puede mostrarlo en un ejercicio de transmisión al final. Y eso tiene un efecto demostrativo en primer lugar porque puede resonar, como la poesía, permitiendo el reconocimiento de algo íntimo en el que escucha. En segundo lugar, porque es posible mostrar la lógica de la cura.
La pregunta que funda a un sujeto en su vida – ¿quién soy? ¿quién soy para ti? – es velada a través de las identificaciones y los vínculos que consigue sostener a lo largo de su existencia, con una manera de hacer. Es una pregunta que habitualmente el sujeto responde con su modo de hablar y sus actuaciones. En el caso de Stiglitz, el humor, darle la risa al Otro, había sido una solución sintomática infantil que contenía en su apariencia amable el rasgo siniestro que a él mismo espantaba. Un encuentro con lo real puede revelar el punto inconsistente de tales operaciones hasta el punto de devenir un síntoma intolerable. En el caso de Stiglitz, el síntoma que le llevó a consultar fue un “estar siempre por fuera”, apoyado en un fantasma de exclusión (4).
¿Qué es la transferencia? El punto en que el que consulta se aviene a ceder al analista la porción de real sinsentido que fundó su pregunta, se aviene a depositar su afecto y a no ser correspondido sino por el saber que obtiene de la presencia del otro, que devendrá Otro.
El psicoanálisis concierne a cada uno pero para entrar en él, el sujeto debe consentir a enlazar su síntoma en la transferencia. Significa que la operación de amor que supone la transferencia, consiente a ser enigmatizada, a ser convertida en una pregunta, a ceder amor o desamor para obtener saber. Pero de eso ¿qué sabría el analista que escucha? Nada. Renunciando a toda imposición de poder, renunciando a detentar las significaciones, el analista sostiene un lugar para el malestar mientras el analizante le procura una mejor salida. El analista sostiene un semblante de saber para que el analizante pueda construir sobre aquel lo que su cuerpo sabe.
En el testimonio de referencia, el primer avatar importante de la transferencia se produjo en el momento en que el sentimiento de exclusión tomó forma en la percepción de faltar la nostalgia (5).
Más adelante, tras la muerte del analista y la “soledad infinita”, el nudo transferencial con un nuevo analista se produjo por el juego significante “ya pasó” que tomó las sílabas del “payaso” y el “sopaya” aportados por él mismo. Articulación significante que envolvió el punto de real que llegaría al final de otro modo por las operaciones que el analista promovió y permitiendo, en una última vuelta, el paso del excluido a la heterogeneidad.
La transferencia acogió ese goce para que se pudiese decir y en ese decir, se aligeraba el espacio del vacío que lo había fundado. De tal modo que la pregunta ya no se respondía con una actuación sino que se sostuvo con un estilo: Más que de ridiculizarme a mí mismo, se trataba de hacer el ridículo de la buena manera (6).
Cuando cayó la suposición de saber, no cayó el resto, sino que se apañaba con él: No avergonzarme de servirme de los semblantes con los que cuento para cernir mis trozos de real, sabiendo que fallan (7).
No fue un momento cero de la transferencia, sino que se tramó a otros mimbres: la relación con la Escuela ya no era de costado (8).
Entonces, en este momento privilegiado, el analizante pudo tomar los restos a su cargo y ponerlos a disposición de la Escuela y de la ciudad como mostración de lo que eso fue, para qué sirvió y lo que quedaba. La Escuela devino, casi al final, un polo libidinal [donde alojar] el vacío de significación necesario para el despliegue del deseo del analista.
Según Miller habría una transformación del trabajo de transferencia – o transferencia analítica – al final del análisis en transferencia de trabajo (9). El analizante trabaja por la transferencia dirigiéndose al S (Ⱥ), mientras que el Analista de la Escuela se vale de S (Ⱥ) para un trabajo sobre el fondo de su ignorancia y de que el Otro no sabe (10). Así, sí en el trabajo de transferencia todo el esfuerzo se dirige a no saber de la falta de significante en el Otro, en cambio en la transferencia de trabajo se cede el esfuerzo. Un modo de privilegiar la pereza en el ejercicio de ser analista. Es por esta vía que se preserva el real que la transferencia analítica deberá envolver.
Araceli Teixidó
Notas
- Stiglitz, G. Buenos días Escuela Una pág. 1. También se encuentra publicado en la revista Lacaniana num. 10, octubre 2010.
- Ibíd. Pág. 2
- Continuando el desarrollo de Jacques-Alain Miller sobre la misma cuestión en las pág. 166-167 del capítulo “La enseñanza del psicoanálisis” en el Banquete de los analistas. Paidós. Buenos Aires, 2000
- Stiglitz, Pág. 1
- Ibíd, Pág. 5
- Ibíd, Pág. 1
- Ibíd.
- Ibíd.
- Miller, J.-A. El banquete de los analistas. Cit. Pág. 176
- Ibíd, pág. 177
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