Presentación en la mesa redonda organizada por el NUCEP sobre “Comienzos de análisis”. 25 septiembre 2020

En este segundo debate nos interesa interrogar el comienzo de un análisis. ¿Cuándo comienza? ¿Cómo comienza? ¿Puede hacer algo el analista para favorecer su inicio? ¿Hay alguna diferencia entre el comienzo de un análisis y la entrada en el mismo? ¿Cuál sería? ¿Cuál es la función de las llamadas entrevistas preliminares?

Hay una multiplicidad de formas de comienzo, sin embargo, estas se acompañan de algo que es una constante. Dicha constante, que constatamos cada vez, es que el sujeto se ha visto tocado por un malestar que supera su propia capacidad de respuesta, habitual o nueva, y que se ha convertido en un enigma para él. El sujeto ha experimentado el encuentro con lo real, ciertamente molesto o inquietante, que opera como una piedra en el zapato o como una conmoción -algo que no va- y que lo lleva a levantar el teléfono y hacer una demanda a quien supone que lo puede ayudar. La demanda se sostiene entonces en un síntoma que se pondrá en palabras durante las entrevistas. Podemos decir que un análisis comienza cuando el malestar, el síntoma, se convierte en una pregunta sin respuesta para el sujeto y este supone que alguien debe de saber sobre lo que le pasa: se instala el sujeto supuesto saber, lo que llamamos la transferencia.

El sujeto se dirige al analista porque le supone a este, o al propio psicoanálisis, un saber sobre lo que le pasa. Es decir, que la transferencia precede a la llamada. El sinsentido de su malestar podrá ser dilucidado por el analista quien le dirá el sentido ausente de sus síntomas. Pero el saber sobre su malestar no lo tiene el analista, sino que habita como un saber no sabido en el inconsciente del sujeto. La operación de la transferencia es una transferencia de saber, de dicho saber no sabido, sobre el analista, transferencia que emergerá específicamente sobre un analista. Este, valiéndose de esta transferencia, le dará todo el lugar al saber del inconsciente y al goce que encierra. Un inconsciente que, como planteó Jacques-Alain Miller, ya ha hecho su interpretación.

Las primeras entrevistas con el analista, las que se ha dado en llamar preliminares, son en realidad segundas con respecto a una transferencia ya presente. Podemos decir que estas entrevistas se pueden dar por la transferencia previa con un sujeto supuesto saber (psicoanálisis, un amigo que lo deriva, con el analista…). En dichas entrevistas el síntoma se va a poner en palabras y tal como lo señala Lacan en el seminario de La Angustia[1] y posteriormente Jacques-Alain Miller en Sutilezas analíticas[2], el síntoma va a pasar de un estado amorfo, lo amorfo mental, a cobrar una forma. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que el sujeto le va a contar a otro sus pensamientos más íntimos, pensamientos que lo molestan, que lo angustian, a los cuales no termina de poder darles un sentido, o le hablará de sus síntomas físicos, o de algún mal encuentro, o de dificultades del lazo social, o de problemas con la pareja, o… Todo esto que viene sin forma, sin estar hilado, gracias a contarlo en las sesiones irá cobrando la forma de un discurso. También se puede dar el caso contrario donde la forma del dicho esté tan consolidada, tan ordenada, que no es posible penetrar en ella: es un texto sin fisuras. Entonces, será necesario molestar la forma para que el discurso se fisure y la enunciación del sujeto se haga presente. En las entrevistas se vivirá una verdadera transformación, una mutación, de algo que era amorfo a un discurso dirigido al analista, lo cual producirá muchas revelaciones. Jacques-Alain Miller lo dice del siguiente modo:

“Un análisis que comienza se desarrolla en un atmósfera de revelación. No empieza entonces necesariamente cuando se emprende un proceso de encuentros regulares sino a partir del momento en que el sujeto hace el esfuerzo de trasladar el acontecimiento del pensamiento a la palabra. Así, el análisis se desarrolla, regularmente si me permiten, como un fuego artificial de revelaciones.” [3]

Nos preguntábamos qué puede hacer el analista para empujar en esta dirección. Estas entrevistas son la oportunidad de escuchar los significantes primordiales del sujeto y hacer una operación de ruptura entre esos significantes primordiales y el saber que se ha consolidado alrededor de él. Se trata de ir aislando a estos significantes amos de la cadena conocida de explicaciones que lo enmarcan, desmontar la cadena del sentido: S1//S2. Dejarlo solo para que pueda soltar algo de la satisfacción que lo habita, de la marca de goce, que es la causa de la repetición. Podríamos decir que es una operación de desconcierto del sujeto que lo quitará del discurso habitual para introducirlo en el enigma de su propio inconsciente. Se produce un verdadero franqueamiento. Hay un antes y un después en el hecho de demandar un análisis.

Es interesante plantearse cómo reconoce el analista a estos significantes especiales de entre el enjambre de palabras, cómo los detecta. Son palabras que se muestran anudadas a un sufrimiento y que desvelan una modalidad singular de relación con el Otro. Esto es lo que orientará al analista.

Tengamos en cuenta que en las entrevistas lo que opera al comienzo es la pregunta: ¿qué quiere decir eso? Es una pregunta por el sentido ausente del síntoma, pero al analista también lo orienta desde el inicio otra pregunta: ¿qué goza ahí?

Tanto Freud como Lacan van a asignar un lugar central a las entrevistas preliminares. Así Freud en “Sobre la iniciación del tratamiento” (1913) va a señalar que son un período de prueba con una motivación diagnóstica donde se va a discriminar quién puede hacer un psicoanálisis y quién no. Es decir, con qué paciente va a mantener una promesa de curación y con cuál no. Ahora bien, va a sostener que este período de prueba ya es el comienzo del psicoanálisis y debe obedecer a sus reglas diferenciándose en que en dichas entrevistas se lo hace hablar al paciente sin interpretar más que lo indispensable, más de lo preciso para que aquel siga hablando y, como decíamos, el síntoma se ponga en forma.

Por su parte Lacan en el seminario 19 va a decir: “Todos saben -muchos lo ignoran- la insistencia que pongo ante quienes me piden consejo sobre las entrevistas preliminares en el análisis. Eso tiene una función para el analista, por supuesto esencial. No hay entrada posible en análisis sin entrevistas preliminares”

Se escucha que Lacan pone a las entrevistas como condición de entrada en análisis: sin ellas no habría posibilidad de analizarse. Sería un paso que no se podría saltar. Es preciso el trabajo de las entrevistas para entrar en un análisis. Algo tiene que suceder en las mismas como para que se den las condiciones necesarias. Por lo tanto, no existe una línea continua entre dichas entrevistas y el análisis propiamente dicho.

Este dispositivo que Freud propuso y que Lacan lo llevó a la categoría de esencial va a valorar la posibilidad del sujeto de sostener la apuesta analítica. Podríamos decir que es el tiempo donde se investiga si el sujeto se hace responsable de su malestar o no, es el lugar donde se van a construir las vías que lleven a esta responsabilidad. Es el tiempo donde se verifica o no la disposición subjetiva a acceder al saber inconsciente y la posibilidad de responder a la demanda de asociar libremente, condiciones necesarias para lanzar el dispositivo analítico. Son el campo preparatorio de un posible análisis.

En ellas el analista va a interrogar lo que es evidente, lo que es obvio, mostrando desde el inicio la diferencia que hay entre hablar con cualquiera y hacerlo con un analista. Este no da nada por supuesto, no acepta la complicidad imaginaria sobre el sentido del dicho, sino que apunta a que los dichos pueden querer decir otra cosa que lo que aparentan. En el análisis no se da por sentado nada. La propia pregunta instala al inconsciente y apunta a la división subjetiva marcando la diferencia entre el enunciado y la enunciación: “Dice esto, pero ¿qué quiere decir con ello?” Rompe, como decíamos, el lazo entre el S1 y el S2.

La interrogación es hija del malentendido y hace volver al sujeto sobre su propio texto, a escucharse y a interrogarse sobre lo que dijo. Esto favorecería la emergencia de la transferencia sobre el analista como depositario del sujeto supuesto saber y va señalando que lo que el sujeto dice puede tener un sentido diferente o un sentido simplemente. En la Introducción al método psicoanalítico Jacques-Alain Miller lo dice así: “Sólo es posible convencer al paciente de nuestra capacidad de entender introduciendo el malentendido”.

Hay que señalar que la interrogación no es un mero recurso técnico que se transmitiría a los futuros analistas como un “deben interrogar lo evidente pues esto favorece la instalación de la transferencia” sino que dicha necesidad interrogativa tiene un sostén ético ya que el analista no sabe nada del sujeto que lo viene a consultar ni comprende los textos del paciente; el analista rechaza radicalmente la comprensión como forma de abordar el dicho. Hay dos peligros que señala Lacan: uno es no ser lo bastante curiosos y el otro es el de comprender, pues comprendemos siempre demasiado. Afirma que: “(…) las puertas de la comprensión analítica se abren en base a un cierto rechazo de la comprensión”[4].

El analista suspende su saber teórico, pues este no le sirve para saber a priori y de modo universal lo que al paciente le aqueja, no lo encaja en una categoría. Esta posición de ignorancia no implica que el analista no sabe, sino que se coloca en una posición de ignorancia que espera lo nuevo que va a ocurrir. Suspende su saber. Es el analista el que introduce la ignorancia en las EP -ignorancia del sujeto sobre lo que le pasa- al introducir como polo la búsqueda de la verdad. Pero aclara Lacan que esta ignorancia del sujeto en realidad no es una verdadera ignorancia, sino que habría que precisarla como un verdadero desconocimiento constituido en el proceso de la Verneinung (El “no es mi madre” que relata Freud en su texto La negación de 1925)[5], ya que desconocimiento no es ignorancia pues implica un cierto conocimiento de lo que se tiene que desconocer.

Por otra parte, es importante señalar que en las entrevistas emerge la abstención por parte del analista del juicio, tanto moral como pragmático. Ni valorar moralmente lo que el paciente hace ni decirle lo que hay que hacer para mejorar su vida o para que se consigan efectos analíticos. La regla analítica -la asociación libre- quita al superyó de la escena e instala otro, el propiamente analítico, que implica la exigencia de decir toda la verdad y muestra que el discurso analítico es un discurso que no es como los demás.

Joaquín Caretti.

 


[1] Lacan Jacques. La angustia. Seminario X. Paidós. Buenos Aires. 2006. P. 62

[2] Miller Jacques-Alain. Sutilezas analíticas. Paidós. Buenos Aires. 2011. P. 111.

[3] Ibídem. P 114.

[4] Lacan Jacques. Los escritos técnicos de Freud. Paidós. Buenos Aires. P. 120.

[5] Freud, Sigmund. La negación (1925). Obras Completas. Volumen XIX. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 2011.