Referencias presentadas en la clase del 13 de Marzo de 2021 de la Antena Clínica de Bilbao, Curso 2020/2021, dedicado al Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, de Jacques Lacan.

Fue dictada por Graciela Brodsky y dedicada a las clases 13, 14 y 15 del Seminario XI. Se trata de un trío a través del cual Graciela Brodsky perfiló el concepto del amor a través de tres perspectivas diferentes: La imaginaria como amor narcisista del estadio del espejo, simbólica en consonancia al aforismo “dar lo que no se tiene” y una inédita forma de amor que pudiera ser Real.

El campo pulsional, por Ester González

Se trata del capítulo XVIII del Seminario “El Otro que no existe y sus comités de ética” dictado por Jacques Alain Miller en colaboración con Eric Laurent y publicado en 2006.

En el comienzo del capítulo Miller ya anuncia que lo que va a intentar construir es que el síntoma tiene una doble relación: por un lado, con la pulsión y por otro con lo que Lacan llamó el Otro. Se obtiene así un nuevo enfoque de lo que llamamos objeto a.

Decimos síntoma cuando algo no va bien, nuestro punto de vista sobre el síntoma es considerarlo un disfuncionamiento, disfuncionamiento que solo es sintomático respecto del ideal. Pero cuando dejamos de ubicarlo respecto del ideal, el síntoma es un funcionamiento.

En el síntoma está lo que cambia y lo que no cambia; nos topamos con nuevos síntomas, nuevos fantasmas, pero hasta ahora no hay nueva pulsión. Entonces no interesa, nos dice Miller, alentar al sujeto en su invención sintomática; lo que Lacan llamaba alimentar el síntoma. Lo que nos interesa del síntoma es que está relacionado con el plus de gozar y en esta vertiente su fórmula es cerrada, tipo autista.

Hay una parte constante del síntoma, que es su lazo pulsional y otra variable, que es su inscripción en el campo del Otro. Para estar bien orientado respecto del síntoma hay que guiarse por la disyunción que se establece entre las pulsiones y el Otro sexual.

Freud negaba esta disyunción al plantear la existencia de pulsión genital, es decir, una pulsión que se satisface en la relación sexual con el Otro, lo que le permite a Freud presentarnos un desarrollo pulsional. Y en este punto interviene Lacan formulando “no hay pulsión genital, se trata de una ficción freudiana, como las pulsiones en general, pero que no funciona, no corresponde”.

Que haya una disyunción entre la pulsión y el Otro, evidencia el estatuto autoerótico de la pulsión, es decir, las pulsiones afectan el cuerpo propio y se satisfacen en este. El lugar de este goce es el cuerpo del Uno, lo que vuelve siempre problemático el estatuto del goce Otro y de su cuerpo; aunque es posible decir que el cuerpo del Uno está marcado por el Otro, está significantizado… desde el punto de vista del goce, el lugar propio del goce es el cuerpo del Uno.

En el “cada uno para sí” pulsional no hay lugar para el “todos”; la horrible soledad del goce se evidencia en la dimensión autística del síntoma. Hay algo del síntoma que separa del campo del Otro; las pulsiones están del lado del Uno y por otra parte está el lado del Otro. Del lado del campo del Otro se organiza, de manera disyunta, la relación con el Otro sexual.

Esta organización depende de la cultura como espacio donde se inventan los semblantes, modos de gozar. Se trata de semblantes que no reemplazan lo real que falta, pero consiguen engañarlo.

La disyunción entre las pulsiones y el Otro es la no relación sexual en tanto tal, lo que significa que la pulsión está programada, mientras que la relación sexual no lo está. Esta disyunción es coherente con que la especie humana hable; el lenguaje se establece en esa brecha misma, lo que explica por qué la lengua que hablamos es inestable, está siempre en evolución. Se teje de malentendidos precisamente porque no va a la par de la no relación sexual.

Ahora bien, aunque no haya pulsión sexual, hay que suponer un goce no autoerótico en la medida en que lo que pasa en el campo del Otro incide en las condiciones del goce pulsional. Hace falta entonces, la intersección que Lacan define ubicando el a en esa zona.

Cuando hablamos del placer o de la pulsión, los anudamos al objeto perdido; no es posible utilizar estos conceptos sin deslizar de una manera u otra el objeto perdido que hay que ir a buscar en el Otro. Esta es la doble cara del objeto a: es a la vez lo que falta a la pulsión autoerótica y lo que debe buscarse en el Otro.

Por último, Miller habla de la significación de la castración; la ubica del lado del Otro donde hay como “mandíbulas”, es el término que utiliza, que atrapan parte de este goce autista. La verdad de la castración es que hay que pasar por el Otro y cederle goce; entonces, a es esa parte del goce, ese plus de goce atrapado por los artificios sociales, entre ellos la lengua, que a veces son muy resistentes y a veces pueden desgastarse.

Cuando el semblante social no alcanza, cuando los síntomas como modo de gozar que la cultura nos ofrece no bastan, en esos intersticios hay lugar para los síntomas individuales que, sin embargo, son de la misma esencia que los sociales. Se trata en todos los casos de aparatos para rodear y situar el plus de gozar.

De este modo, podemos pensar el síntoma como una prótesis, un aparato del plus de gozar.

En el S. 11 Lacan formula la pulsión a partir del “hacerse ver” “hacerse escuchar” “hacerse chupar o comer”.

Para Freud las pulsiones responden a una lógica o una gramática actividad-pasividad: ver-ser visto, pegar-ser pegado. Las en una lógica a-a’ a partir de una relación inversa escópica.

Lacan le corrige para mostrar que el campo pulsional responde a una lógica completamente distinta y ubica el movimiento circular de la pulsión, donde el cuerpo propio está al principio y al final del circuito pulsional; sus zonas erógenas son la fuente de la pulsión y también el lugar donde se cumple la satisfacción, el lugar del goce fundamental, del goce autoerótico de la pulsión.

Este cambio que introduce Lacan con el “hacerse” y el circuito circular muestra que la pulsión es siempre activa y que, a diferencia de lo que plantea Freud, su forma pasiva es ilusoria; la fase pasiva de la pulsión es la continuación de la fase activa.

Lo fundamental de esta disimetría de la pulsión es que el Otro no es el doble del yo, sino el gran Otro y que en el movimiento circular de la pulsión el sujeto alcanza la dimensión del Otro: se establece así la intersección entre el campo pulsional y el campo de Otro. No se alcanza al Otro en el nivel del espejo, sino en el de la pulsión.

Lo esencial del S.11 es que la pulsión introduce al Otro, tesis que encontramos en la tercera parte del capítulo XV, donde habla de la pulsión escópica para extenderla a las otras pulsiones. La pulsión considerada de este modo es un llamado a algo que está en el Otro; Lacan lo denominó objeto a porque redujo la libido a la función del objeto perdido. La pulsión buscará en el Otro el objeto que se separó de ella.

El seno o las heces no son el objeto a sino solo sus representantes, sus semblantes. De modo que la satisfacción en juego está en el bucle de la pulsión; la pulsión oral no es la boca que engulle, sino la que se besaría a si misma; se trata más bien de la contracción muscular de la boca. Por eso están en la pulsión oral tanto el fumador como el que come.

La paradoja es que se trata de un circuito autoerótico que solo se riza por medio del objeto y del Otro. En un sentido es un autoerotismo y en otro, un heterotismo. El objeto a no es una sustancia sino un hueco, un vacío topológico; puede representarse con sustancias y objetos, pero al materializarse es sólo semblante.

Desde esta perspectiva la pulsión empuja al campo del Otro, donde encuentra los semblantes necesarios para mantener su autoerotismo.

Capítulo 5 del Seminario de JAM (1985-86) Extimidad por María Verdejo

En este capítulo 5 Miller refiere que es a partir del seminario 11 que “la presencia del analista” cobra una función completamente nueva. Y que dicha función la podemos extraer del efecto de amor que se produce en la transferencia.

Nos comenta que este viraje que se va a producir en relación con la vertiente del objeto en la trasferencia supone el cambio que se va produciendo desde el seminario 7 en la enseñanza de Lacan, en el que puso en su lugar la función de das Ding, y situó el goce como vacuola.

Como Lacan va necesitando introducirse en otro tipo de topología que a las que hasta ese momento nos tenía acostumbrados.

Así Miller nos dice en la pág. 95 “En el fondo, en este camino de la transferencia abierto por la ética, podría ponerse como emblema esta vacuola, un doble redondel. El seminario de la transferencia es la escenificación de esta vacuola, es la necesidad de poder situar lo que subsiste fuera de la simbolización, la tópica en juego es la del afuera y el adentro.

Entonces, este capítulo que nos ocupa transita por el recorrido que Lacan realiza para re-formular el concepto de transferencia tomando la vertiente del amor y hacer de la presencia del analista una nueva función, presencia del analista que encarna el lugar de la pulsión.

Pág. 93: “la posición justa de la transferencia está en el nivel de la pulsión…la transferencia es lo que hace emerger el estatuto de la pulsión. Está inscrita sobre el vector de la demanda de y al Gran Otro, puesto que la pulsión es una demanda”.

El tema implicado en esta confluencia de la transferencia y de la pulsión supondrá plantear también el objeto en ese estatuto de real, y no considerar que la pulsión misma está articulada en términos significantes.

Leemos en la página 94: “debe decirse que plantear el objeto no como simbólico e imaginario, sino como real no es en absoluto evidente. Sin embargo, esto se prepara por la conjunción, incluso por la identidad, de la transferencia y el amor, que ya obliga a definir en el Gran Otro lo que no tiene y que le sirve de incentivo”.

Comienza el capítulo con el párrafo siguiente,

Cito:

La definición operatoria de la transferencia a partir del sujeto supuesto saber-que se volvió popular-tuvo como consecuencia velar, dificultar el acceso a la función del objeto en ella.

Un poco más adelante, en el mismo párrafo continúa,

Sin embargo, fue la consideración de la transferencia lo que condujo a Lacan a elaborar un estatuto del objeto inédito hasta entonces que hoy manipulamos con familiaridad como el objeta a, objeto que estaba ausente en todo el comienzo de su enseñanza, y que hará equivaler al real no simbolizado.

En el segundo párrafo de la misma página Miller continúa:

Cito:

Fue incluso a propósito de la transferencia como se volvió insistente en su enseñanza el tema que resumimos con esta fórmula: a  A, que implica la inclusión del objeto a en el Gran Otro.

Se trata de una inclusión cuyo estatuto es complejo…esta relación de inclusión es lo que motivó una nueva topología de Lacan más allá de los grafos. Una topología que pudiera dar cuenta de un afuera, fuera de la simbolización que califica de exterioridad pura y simple. Se define lo real, así como lo que no existe para el sujeto, lo que no encuentra su lugar, pero que conserva sus efectos, y es con los ejemplos de la alucinación y el acting out, que da cuenta de cómo, aunque estén fuera de la simbolización no por ello dejan de estar en juego. De que, a pesar de no entrar en el proceso de la simbolización ex -sisten.

Estamos en la estructura de la extimidad, que se supone capaz de conjugar el afuera y el adentro y ponernos en condiciones de construir el modo de presencia de lo real en lo simbólico, de modo que lo que le interesa a Lacan es esta intersección entre lo real y lo simbólico y que obliga a unir al sujeto que es producto del lenguaje en otra vertiente, la vertiente del objeto que lo causa, pudiendo encontrar lo vivo más allá de la mortificación significante.

He tomado en primer lugar el último párrafo titulado “Erastés y Erómenos” para poder comprender esa pragmática del amor en la experiencia analítica.

No sé si se puede decir así, se diría entonces que está el efecto del amor en la transferencia y como es necesario conoce lo que se produce con ello, comprender este amor, para poderlo volver operativo, para servirse de él y que el sujeto pueda encontrar la causa que lo origina.

Dice Miller:

“Resulta notable que la primera definición que Lacan da del amor sea a partir del significante: el amor es una metáfora, es decir, una sustitución, cuando el lugar del erómenos se sustituye por la función del erastés” pág. 95, último párrafo.

Esta definición significante del amor descansa, sin embargo, en el objeto, ¿Cómo? Fedro lo dice de sí mismo: el que ama (erastés) es el que no tiene. El amado es el que tiene.

En el amor está en juego el tener-no tener.

Tal como lo destaca Lacan, lo que constituye la paradoja del amor en un sujeto es que él, que es amable, que tiene, puede proponerse como el que no tiene. (página 96)

Esto se ejemplifica en el banquete, en la escenificación de Aristófanes, que está en posición de amante, presentando a Sócrates como el que tiene, tiene ese objeto preciosos, ese agalma y como Sócrates rehúsa esa posición, Sócrates escenifica así al Otro del discurso, quien nunca pretendió el amor de Alcibíades, nunca pretendió , dice Miller, nunca pretendió más que estar en lo simbólico y esto lo amarra, no sintiéndose él mismo más que efecto del significante da lugar sin embargo a la ilusión de que en su interior se hallaría, el objeto precioso, el agalma.

La particularidad de ese objeto agalmático es que es “nada”.

Sócrates sabe algo sobre su propio agalma, sabe que no tiene ningún objeto que valga la pena. Sócrates no cree ser el continente de un objeto, sino sólo el continente “nada”. De allí procede su agalma para Lacan. Sócrates se identifica con esa nada que es el sujeto mismo; se reconoce como un puto erastés.

Lacan conserva esa nada. Llega incluso a convertirla, en el discurso analítico, en algo real. Está incluida en el analista, pero no es nada que sea amable, salvo por la anamorfosis del saber que se produce en el discurso.

Además de negarse como objeto de amor, dirige a Alcíbiades a su verdadero objeto, qu es Agatón. Lacan dirá que ésta es la esencia de la interpretación analítica, apuntar al objeto.

No es por casualidad, refiere Miller, que ya en esas fechas Lacan manifiesta su interés por las anamorfosis. Los circuitos significantes se condensarían en la imagen maravillosa del agalma y darían la ilusión del objeto precioso.

Entonces, lo que estructura la situación analítica es que el analista, la función del analista se sostiene desde el rechazo a lo que concierne en la metáfora del amor. El rehúsa admitirse legítimamente como el amado.

Así podemos retomar el párrafo correspondiente a la presencia del analista, pág. 90

“Lacan ya se ubica en la línea de este pequeño a incluido en el Gran Otro por su definición del amor, que es una pura paradoja. “Amar es dar lo que no se tiene”, …Pero, si se puede dar,

si puede dar lo que no tiene, si no existe, se necesita un estatuto singular de la inclusión. Y es que, para darlo, es preciso tener de alguna manera lo que no se tiene. Este es el punto de partida de Lacan sobre la transferencia, que da razón del amor primario de transferencia, El analista no tiene para dar más que lo que no tiene, esa nada. Sin embargo, Lacan sitúa en ese momento de su enseñanza como el analista sí da, da su presencia. Presencia que es el lugar de la escucha, escucha que implica la condición de la palabra, puesto que no hay palabra sin escucha, y que si hay escucha, hay entonces presencia. Se trata de una pura deducción de la necesidad de la presencia a partir de las exigencias de la palabra, de la función de la palabra, es decir, a partir de las exigencias de lo simbólico.

Entonces Lacan subraya que esta presencia es discreta, aludiendo así, a lo que liga esta presencia del analista con el silencio de la pulsión, comienzo de lo que deberá ser en ese lugar la posición del objeto pequeño a.

Reseña del capítulo VII Revalorización del amor del partenaire-síntoma de 14-Enero-1998[1] por Kepa Torrealdai

Se trata de una conversación entre Pierre-Gilles Guéguen y Jacques Alain Miller en el que se dedican al comentario del capítulo V del Seminario XX[2], Seminario Aún. Este capítulo V fue titulado por JAM como Aristóteles y Freud, La otra satisfacción.

Introducción:

Este capítulo V de Ancore, se inaugura con la frase de Lacan: “Todas las necesidades del ser que habla están contaminadas por el hecho de estar implicadas en otra satisfacción a la cual pueden faltar”. “La otra satisfacción es lo que se satisface a nivel del inconsciente”. Y concluye esta introducción con: “el goce del que depende esa otra satisfacción cuyo soporte es el lenguaje”.

Entonces partimos desde 3 puntos: las necesidades, la otra satisfacción y el lenguaje como aparato de goce.

Para situarnos, hemos hecho un salto desde el paradigma IV del Seminario XI donde el goce estaba fragmentado en objetos a, circunscritos a una especie de pequeño hueco, al paradigma VI de la no relación de Aún, donde hay una disyunción entre goce y el Otro.

Así en este capítulo de Aún, Lacan pone en tensión la ética a Nicómaco de Aristóteles con el principio de placer de Freud. Y se pregunta ¿En qué habría habido falta respecto a cierto goce? Lacan nos explica que la realidad se aborda con los aparatos del goce y que no hay otro aparato que el del lenguaje. Entonces, el goce se apareja en el ser que habla a través del lenguaje. Pero también podríamos formular que el goce a su vez muestra que está en falta, que hace falta que algo cojee de su lado. Desmonta que el proceso primario sea anterior y asume que Lutzprinzip se satisface con el bla-bla-bla. Esto quiere decir que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”.

De esta manera, seguimos a Lacan en este capítulo V de Aún a través del siguiente trabalenguas para responder a la siguiente pregunta: ¿Entonces para qué sirven las palabras?

“Para que haya el goce que falta”. Esto debe leerse: “el goce que hace falta que no haya”. “Se produce entonces el goce que haría falta que no fuese. “Es el correlato de que no haya relación sexual y es lo sustancial de la función fálica”. “Si hubiese otro goce que el fálico, haría falta que no fuese ese”, “pero no hay sino el goce fálico a no ser por el que la mujer calla, el que la hace no-toda”. Entonces, ”la Urverdrangung, la represión primordial, reprime el goce porque no conviene que sea dicho”. Finalmente: “el goce no conviene a la relación sexual”. “Porque habla, dicho goce, la relación sexual no es”.

Al final de este retruécano llegamos a esta consideración: “Del lado macho sería el objeto a lo que viene a suplir la Relación Sexual [RS] que no es, pero del lado de La/ mujer está en juego otra cosa.”

4 puntos de la Revalorización del amor capítulo VII del Partenaire-síntoma:

1.- Estatuto del amor:

Pierre-Gilles Guéguen se pregunta si el vector del amor permite alojar el objeto a para el hombre y el otro goce para la mujer, en el lugar donde el Otro no existe. A su vez, opone el apólogo de San Martin (silencioso) con el de Salomón en el que introduce la palabra y un nuevo amor se pone en juego.

JAM responde retomando a Freud, que el amor supone una la naturaleza profundamente narcisista y recuerda que es a ti mismo a quien amas en el Otro. Incluso cuando se ama al que lo protege o nutre, queda esta base de amor narcisista.

Leyendo el capítulo V de Aún desde el Seminario IV podríamos decir “Todas las necesidades del ser que habla están contaminadas por su implicación en la demanda de amor”. Ya en Donc, en 1993 Miller había subrayado que este amor que está en la palabra, en el llamado a la palabra y en el don de la respuesta, es un operador esencial. Función eminentemente simbólica, surge la pregunta por el amor en lo real. En el Seminario VII y a través del apólogo de San Martin se hace un acercamiento fugaz, ¿Se puede amar al Otro en su goce?

2.- El amor es más que el amor:

La perspectiva de Aún es la de la pulsión. Una pulsión concebida como profundamente autoerótica. Que se cierra sobre sí misma. Que encuentra el objeto en su interior. La boca que se besa a sí misma. Una satisfacción con una especie de objeto interno. Lacan invitaba a distinguir el objeto de la pulsión que uno puede buscar por el mundo, a este objeto interno, que es el medio para que la pulsión se cierre a sí misma.

Aquí podríamos hacernos la pregunta, ¿Si la pulsión se cierra sobre sí misma cómo puede establecerse una relación con el Otro?

Entonces, surge el amor en una función inédita. Es un amor a nivel de lo real, a nivel de lo real de la pulsión. Cómo el goce pulsional se descompleta para embarcarse en los asuntos del deseo. El final de este recorrido se resumirá en el matema: amor/[RS], que el amor en lo real suple la ausencia de la relación sexual. El amor como metáfora de algo que no hay. “No hay relación sexual, es el correlato del autoerotismo de la pulsión”.

Fue dictada por Graciela Brodsky y dedicada a las clases 13, 14 y 15 del Seminario XI. Se trata de un trío a través del cual Graciela Brodsky perfiló el concepto del amor a través de tres perspectivas diferentes: La imaginaria como amor narcisista del estadio del espejo, simbólica en consonancia al aforismo “dar lo que no se tiene” y una inédita forma de amor que pudiera ser Real.

El campo pulsional, por Ester González

Se trata del capítulo XVIII del Seminario “El Otro que no existe y sus comités de ética” dictado por Jacques Alain Miller en colaboración con Eric Laurent y publicado en 2006.

En el comienzo del capítulo Miller ya anuncia que lo que va a intentar construir es que el síntoma tiene una doble relación: por un lado, con la pulsión y por otro con lo que Lacan llamó el Otro. Se obtiene así un nuevo enfoque de lo que llamamos objeto a.

Decimos síntoma cuando algo no va bien, nuestro punto de vista sobre el síntoma es considerarlo un disfuncionamiento, disfuncionamiento que solo es sintomático respecto del ideal. Pero cuando dejamos de ubicarlo respecto del ideal, el síntoma es un funcionamiento.

En el síntoma está lo que cambia y lo que no cambia; nos topamos con nuevos síntomas, nuevos fantasmas, pero hasta ahora no hay nueva pulsión. Entonces no interesa, nos dice Miller, alentar al sujeto en su invención sintomática; lo que Lacan llamaba alimentar el síntoma. Lo que nos interesa del síntoma es que está relacionado con el plus de gozar y en esta vertiente su fórmula es cerrada, tipo autista.

Hay una parte constante del síntoma, que es su lazo pulsional y otra variable, que es su inscripción en el campo del Otro. Para estar bien orientado respecto del síntoma hay que guiarse por la disyunción que se establece entre las pulsiones y el Otro sexual.

Freud negaba esta disyunción al plantear la existencia de pulsión genital, es decir, una pulsión que se satisface en la relación sexual con el Otro, lo que le permite a Freud presentarnos un desarrollo pulsional. Y en este punto interviene Lacan formulando “no hay pulsión genital, se trata de una ficción freudiana, como las pulsiones en general, pero que no funciona, no corresponde”.

Que haya una disyunción entre la pulsión y el Otro, evidencia el estatuto autoerótico de la pulsión, es decir, las pulsiones afectan el cuerpo propio y se satisfacen en este. El lugar de este goce es el cuerpo del Uno, lo que vuelve siempre problemático el estatuto del goce Otro y de su cuerpo; aunque es posible decir que el cuerpo del Uno está marcado por el Otro, está significantizado… desde el punto de vista del goce, el lugar propio del goce es el cuerpo del Uno.

En el “cada uno para sí” pulsional no hay lugar para el “todos”; la horrible soledad del goce se evidencia en la dimensión autística del síntoma. Hay algo del síntoma que separa del campo del Otro; las pulsiones están del lado del Uno y por otra parte está el lado del Otro. Del lado del campo del Otro se organiza, de manera disyunta, la relación con el Otro sexual.

Esta organización depende de la cultura como espacio donde se inventan los semblantes, modos de gozar. Se trata de semblantes que no reemplazan lo real que falta, pero consiguen engañarlo.

La disyunción entre las pulsiones y el Otro es la no relación sexual en tanto tal, lo que significa que la pulsión está programada, mientras que la relación sexual no lo está. Esta disyunción es coherente con que la especie humana hable; el lenguaje se establece en esa brecha misma, lo que explica por qué la lengua que hablamos es inestable, está siempre en evolución. Se teje de malentendidos precisamente porque no va a la par de la no relación sexual.

Ahora bien, aunque no haya pulsión sexual, hay que suponer un goce no autoerótico en la medida en que lo que pasa en el campo del Otro incide en las condiciones del goce pulsional. Hace falta entonces, la intersección que Lacan define ubicando el a en esa zona.

Cuando hablamos del placer o de la pulsión, los anudamos al objeto perdido; no es posible utilizar estos conceptos sin deslizar de una manera u otra el objeto perdido que hay que ir a buscar en el Otro. Esta es la doble cara del objeto a: es a la vez lo que falta a la pulsión autoerótica y lo que debe buscarse en el Otro.

Por último, Miller habla de la significación de la castración; la ubica del lado del Otro donde hay como “mandíbulas”, es el término que utiliza, que atrapan parte de este goce autista. La verdad de la castración es que hay que pasar por el Otro y cederle goce; entonces, a es esa parte del goce, ese plus de goce atrapado por los artificios sociales, entre ellos la lengua, que a veces son muy resistentes y a veces pueden desgastarse.

Cuando el semblante social no alcanza, cuando los síntomas como modo de gozar que la cultura nos ofrece no bastan, en esos intersticios hay lugar para los síntomas individuales que, sin embargo, son de la misma esencia que los sociales. Se trata en todos los casos de aparatos para rodear y situar el plus de gozar.

De este modo, podemos pensar el síntoma como una prótesis, un aparato del plus de gozar.

En el S. 11 Lacan formula la pulsión a partir del “hacerse ver” “hacerse escuchar” “hacerse chupar o comer”.

Para Freud las pulsiones responden a una lógica o una gramática actividad-pasividad: ver-ser visto, pegar-ser pegado. Las en una lógica a-a’ a partir de una relación inversa escópica.

Lacan le corrige para mostrar que el campo pulsional responde a una lógica completamente distinta y ubica el movimiento circular de la pulsión, donde el cuerpo propio está al principio y al final del circuito pulsional; sus zonas erógenas son la fuente de la pulsión y también el lugar donde se cumple la satisfacción, el lugar del goce fundamental, del goce autoerótico de la pulsión.

Este cambio que introduce Lacan con el “hacerse” y el circuito circular muestra que la pulsión es siempre activa y que, a diferencia de lo que plantea Freud, su forma pasiva es ilusoria; la fase pasiva de la pulsión es la continuación de la fase activa.

Lo fundamental de esta disimetría de la pulsión es que el Otro no es el doble del yo, sino el gran Otro y que en el movimiento circular de la pulsión el sujeto alcanza la dimensión del Otro: se establece así la intersección entre el campo pulsional y el campo de Otro. No se alcanza al Otro en el nivel del espejo, sino en el de la pulsión.

Lo esencial del S.11 es que la pulsión introduce al Otro, tesis que encontramos en la tercera parte del capítulo XV, donde habla de la pulsión escópica para extenderla a las otras pulsiones. La pulsión considerada de este modo es un llamado a algo que está en el Otro; Lacan lo denominó objeto a porque redujo la libido a la función del objeto perdido. La pulsión buscará en el Otro el objeto que se separó de ella.

El seno o las heces no son el objeto a sino solo sus representantes, sus semblantes. De modo que la satisfacción en juego está en el bucle de la pulsión; la pulsión oral no es la boca que engulle, sino la que se besaría a si misma; se trata más bien de la contracción muscular de la boca. Por eso están en la pulsión oral tanto el fumador como el que come.

La paradoja es que se trata de un circuito autoerótico que solo se riza por medio del objeto y del Otro. En un sentido es un autoerotismo y en otro, un heterotismo. El objeto a no es una sustancia sino un hueco, un vacío topológico; puede representarse con sustancias y objetos, pero al materializarse es sólo semblante.

Desde esta perspectiva la pulsión empuja al campo del Otro, donde encuentra los semblantes necesarios para mantener su autoerotismo.

Capítulo 5 del Seminario de JAM (1985-86) Extimidad por María Verdejo

En este capítulo 5 Miller refiere que es a partir del seminario 11 que “la presencia del analista” cobra una función completamente nueva. Y que dicha función la podemos extraer del efecto de amor que se produce en la transferencia.

Nos comenta que este viraje que se va a producir en relación con la vertiente del objeto en la trasferencia supone el cambio que se va produciendo desde el seminario 7 en la enseñanza de Lacan, en el que puso en su lugar la función de das Ding, y situó el goce como vacuola.

Como Lacan va necesitando introducirse en otro tipo de topología que a las que hasta ese momento nos tenía acostumbrados.

Así Miller nos dice en la pág. 95 “En el fondo, en este camino de la transferencia abierto por la ética, podría ponerse como emblema esta vacuola, un doble redondel. El seminario de la transferencia es la escenificación de esta vacuola, es la necesidad de poder situar lo que subsiste fuera de la simbolización, la tópica en juego es la del afuera y el adentro.

Entonces, este capítulo que nos ocupa transita por el recorrido que Lacan realiza para re-formular el concepto de transferencia tomando la vertiente del amor y hacer de la presencia del analista una nueva función, presencia del analista que encarna el lugar de la pulsión.

Pág. 93: “la posición justa de la transferencia está en el nivel de la pulsión…la transferencia es lo que hace emerger el estatuto de la pulsión. Está inscrita sobre el vector de la demanda de y al Gran Otro, puesto que la pulsión es una demanda”.

El tema implicado en esta confluencia de la transferencia y de la pulsión supondrá plantear también el objeto en ese estatuto de real, y no considerar que la pulsión misma está articulada en términos significantes.

Leemos en la página 94: “debe decirse que plantear el objeto no como simbólico e imaginario, sino como real no es en absoluto evidente. Sin embargo, esto se prepara por la conjunción, incluso por la identidad, de la transferencia y el amor, que ya obliga a definir en el Gran Otro lo que no tiene y que le sirve de incentivo”.

Comienza el capítulo con el párrafo siguiente,

Cito:

La definición operatoria de la transferencia a partir del sujeto supuesto saber-que se volvió popular-tuvo como consecuencia velar, dificultar el acceso a la función del objeto en ella.

Un poco más adelante, en el mismo párrafo continúa,

Sin embargo, fue la consideración de la transferencia lo que condujo a Lacan a elaborar un estatuto del objeto inédito hasta entonces que hoy manipulamos con familiaridad como el objeta a, objeto que estaba ausente en todo el comienzo de su enseñanza, y que hará equivaler al real no simbolizado.

En el segundo párrafo de la misma página Miller continúa:

Cito:

Fue incluso a propósito de la transferencia como se volvió insistente en su enseñanza el tema que resumimos con esta fórmula: a  A, que implica la inclusión del objeto a en el Gran Otro.

Se trata de una inclusión cuyo estatuto es complejo…esta relación de inclusión es lo que motivó una nueva topología de Lacan más allá de los grafos. Una topología que pudiera dar cuenta de un afuera, fuera de la simbolización que califica de exterioridad pura y simple. Se define lo real, así como lo que no existe para el sujeto, lo que no encuentra su lugar, pero que conserva sus efectos, y es con los ejemplos de la alucinación y el acting out, que da cuenta de cómo, aunque estén fuera de la simbolización no por ello dejan de estar en juego. De que, a pesar de no entrar en el proceso de la simbolización ex -sisten.

Estamos en la estructura de la extimidad, que se supone capaz de conjugar el afuera y el adentro y ponernos en condiciones de construir el modo de presencia de lo real en lo simbólico, de modo que lo que le interesa a Lacan es esta intersección entre lo real y lo simbólico y que obliga a unir al sujeto que es producto del lenguaje en otra vertiente, la vertiente del objeto que lo causa, pudiendo encontrar lo vivo más allá de la mortificación significante.

He tomado en primer lugar el último párrafo titulado “Erastés y Erómenos” para poder comprender esa pragmática del amor en la experiencia analítica.

No sé si se puede decir así, se diría entonces que está el efecto del amor en la transferencia y como es necesario conoce lo que se produce con ello, comprender este amor, para poderlo volver operativo, para servirse de él y que el sujeto pueda encontrar la causa que lo origina.

Dice Miller:

“Resulta notable que la primera definición que Lacan da del amor sea a partir del significante: el amor es una metáfora, es decir, una sustitución, cuando el lugar del erómenos se sustituye por la función del erastés” pág. 95, último párrafo.

Esta definición significante del amor descansa, sin embargo, en el objeto, ¿Cómo? Fedro lo dice de sí mismo: el que ama (erastés) es el que no tiene. El amado es el que tiene.

En el amor está en juego el tener-no tener.

Tal como lo destaca Lacan, lo que constituye la paradoja del amor en un sujeto es que él, que es amable, que tiene, puede proponerse como el que no tiene. (página 96)

Esto se ejemplifica en el banquete, en la escenificación de Aristófanes, que está en posición de amante, presentando a Sócrates como el que tiene, tiene ese objeto preciosos, ese agalma y como Sócrates rehúsa esa posición, Sócrates escenifica así al Otro del discurso, quien nunca pretendió el amor de Alcibíades, nunca pretendió , dice Miller, nunca pretendió más que estar en lo simbólico y esto lo amarra, no sintiéndose él mismo más que efecto del significante da lugar sin embargo a la ilusión de que en su interior se hallaría, el objeto precioso, el agalma.

La particularidad de ese objeto agalmático es que es “nada”.

Sócrates sabe algo sobre su propio agalma, sabe que no tiene ningún objeto que valga la pena. Sócrates no cree ser el continente de un objeto, sino sólo el continente “nada”. De allí procede su agalma para Lacan. Sócrates se identifica con esa nada que es el sujeto mismo; se reconoce como un puto erastés.

Lacan conserva esa nada. Llega incluso a convertirla, en el discurso analítico, en algo real. Está incluida en el analista, pero no es nada que sea amable, salvo por la anamorfosis del saber que se produce en el discurso.

Además de negarse como objeto de amor, dirige a Alcíbiades a su verdadero objeto, qu es Agatón. Lacan dirá que ésta es la esencia de la interpretación analítica, apuntar al objeto.

No es por casualidad, refiere Miller, que ya en esas fechas Lacan manifiesta su interés por las anamorfosis. Los circuitos significantes se condensarían en la imagen maravillosa del agalma y darían la ilusión del objeto precioso.

Entonces, lo que estructura la situación analítica es que el analista, la función del analista se sostiene desde el rechazo a lo que concierne en la metáfora del amor. El rehúsa admitirse legítimamente como el amado.

Así podemos retomar el párrafo correspondiente a la presencia del analista, pág. 90

“Lacan ya se ubica en la línea de este pequeño a incluido en el Gran Otro por su definición del amor, que es una pura paradoja. “Amar es dar lo que no se tiene”, …Pero, si se puede dar,

si puede dar lo que no tiene, si no existe, se necesita un estatuto singular de la inclusión. Y es que, para darlo, es preciso tener de alguna manera lo que no se tiene. Este es el punto de partida de Lacan sobre la transferencia, que da razón del amor primario de transferencia, El analista no tiene para dar más que lo que no tiene, esa nada. Sin embargo, Lacan sitúa en ese momento de su enseñanza como el analista sí da, da su presencia. Presencia que es el lugar de la escucha, escucha que implica la condición de la palabra, puesto que no hay palabra sin escucha, y que si hay escucha, hay entonces presencia. Se trata de una pura deducción de la necesidad de la presencia a partir de las exigencias de la palabra, de la función de la palabra, es decir, a partir de las exigencias de lo simbólico.

Entonces Lacan subraya que esta presencia es discreta, aludiendo así, a lo que liga esta presencia del analista con el silencio de la pulsión, comienzo de lo que deberá ser en ese lugar la posición del objeto pequeño a.

Reseña del capítulo VII Revalorización del amor del partenaire-síntoma de 14-Enero-1998 por Kepa Torrealdai

Se trata de una conversación entre Pierre-Gilles Guéguen y Jacques Alain Miller en el que se dedican al comentario del capítulo V del Seminario XX , Seminario Aún. Este capítulo V fue titulado por JAM como Aristóteles y Freud, La otra satisfacción.

Introducción:

Este capítulo V de Ancore, se inaugura con la frase de Lacan: “Todas las necesidades del ser que habla están contaminadas por el hecho de estar implicadas en otra satisfacción a la cual pueden faltar”. “La otra satisfacción es lo que se satisface a nivel del inconsciente”. Y concluye esta introducción con: “el goce del que depende esa otra satisfacción cuyo soporte es el lenguaje”.

Entonces partimos desde 3 puntos: las necesidades, la otra satisfacción y el lenguaje como aparato de goce.

Para situarnos, hemos hecho un salto desde el paradigma IV del Seminario XI donde el goce estaba fragmentado en objetos a, circunscritos a una especie de pequeño hueco, al paradigma VI de la no relación de Aún, donde hay una disyunción entre goce y el Otro.

Así en este capítulo de Aún, Lacan pone en tensión la ética a Nicómaco de Aristóteles con el principio de placer de Freud. Y se pregunta ¿En qué habría habido falta respecto a cierto goce? Lacan nos explica que la realidad se aborda con los aparatos del goce y que no hay otro aparato que el del lenguaje. Entonces, el goce se apareja en el ser que habla a través del lenguaje. Pero también podríamos formular que el goce a su vez muestra que está en falta, que hace falta que algo cojee de su lado. Desmonta que el proceso primario sea anterior y asume que Lutzprinzip se satisface con el bla-bla-bla. Esto quiere decir que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”.

De esta manera, seguimos a Lacan en este capítulo V de Aún a través del siguiente trabalenguas para responder a la siguiente pregunta: ¿Entonces para qué sirven las palabras?

“Para que haya el goce que falta”. Esto debe leerse: “el goce que hace falta que no haya”. “Se produce entonces el goce que haría falta que no fuese. “Es el correlato de que no haya relación sexual y es lo sustancial de la función fálica”. “Si hubiese otro goce que el fálico, haría falta que no fuese ese”, “pero no hay sino el goce fálico a no ser por el que la mujer calla, el que la hace no-toda”. Entonces, ”la Urverdrangung, la represión primordial, reprime el goce porque no conviene que sea dicho”. Finalmente: “el goce no conviene a la relación sexual”. “Porque habla, dicho goce, la relación sexual no es”.

Al final de este retruécano llegamos a esta consideración: “Del lado macho sería el objeto a lo que viene a suplir la Relación Sexual [RS] que no es, pero del lado de La/ mujer está en juego otra cosa.”

4 puntos de la Revalorización del amor capítulo VII del Partenaire-síntoma:

1.- Estatuto del amor:

Pierre-Gilles Guéguen se pregunta si el vector del amor permite alojar el objeto a para el hombre y el otro goce para la mujer, en el lugar donde el Otro no existe. A su vez, opone el apólogo de San Martin (silencioso) con el de Salomón en el que introduce la palabra y un nuevo amor se pone en juego.

JAM responde retomando a Freud, que el amor supone una la naturaleza profundamente narcisista y recuerda que es a ti mismo a quien amas en el Otro. Incluso cuando se ama al que lo protege o nutre, queda esta base de amor narcisista.

Leyendo el capítulo V de Aún desde el Seminario IV podríamos decir “Todas las necesidades del ser que habla están contaminadas por su implicación en la demanda de amor”. Ya en Donc, en 1993 Miller había subrayado que este amor que está en la palabra, en el llamado a la palabra y en el don de la respuesta, es un operador esencial. Función eminentemente simbólica, surge la pregunta por el amor en lo real. En el Seminario VII y a través del apólogo de San Martin se hace un acercamiento fugaz, ¿Se puede amar al Otro en su goce?

2.- El amor es más que el amor:

La perspectiva de Aún es la de la pulsión. Una pulsión concebida como profundamente autoerótica. Que se cierra sobre sí misma. Que encuentra el objeto en su interior. La boca que se besa a sí misma. Una satisfacción con una especie de objeto interno. Lacan invitaba a distinguir el objeto de la pulsión que uno puede buscar por el mundo, a este objeto interno, que es el medio para que la pulsión se cierre a sí misma.

Aquí podríamos hacernos la pregunta, ¿Si la pulsión se cierra sobre sí misma cómo puede establecerse una relación con el Otro?

Entonces, surge el amor en una función inédita. Es un amor a nivel de lo real, a nivel de lo real de la pulsión. Cómo el goce pulsional se descompleta para embarcarse en los asuntos del deseo. El final de este recorrido se resumirá en el matema: amor/[RS], que el amor en lo real suple la ausencia de la relación sexual. El amor como metáfora de algo que no hay. “No hay relación sexual, es el correlato del autoerotismo de la pulsión”.

De esta manera se puede abordar la sexualidad femenina. Dice esencialmente que el goce femenino tiene relación con el Otro bajo la forma de S(A/), mientras que del lado macho domina la pulsión. Del lado macho no hay apertutra al Otro, el acto de amor no le da esta apertura. Permanece encadenado a lo autoerótico de la pulsión, como mucho es capaz de hacer del Otro un objeto a que le sirva para la satisfacción pulsional. Del lado femenino sin embargo se supera la doble barra, se engancha al Otro, se independentiza de la exigencia pulsional.

3.- Lenguaje aparato de goce:

JAM nos dice que bajo la estructura del Edipo habita una estructura más fundamental. Se trata de que el lenguaje como tal tiene efecto del Nombre del Padre, que la verdadera identidad del NP es el lenguaje. Produce un vaciamiento del goce. Hasta el Seminario XVIII el lenguaje se presentaba como anti-goce. Colocaba entonces el Otro como evacuado de goce. De esta manera el goce se refugiaba en las zonas erógenas de Freud.

En Aún se viene a subvertir esto diciendo que “el lenguaje mismo es aparato de goce”. Hasta Aún el goce es un asunto de resto. En Aún sin embargo, el goce está en todas partes. “Todas las necesidades del ser que habla están contaminadas por el hecho de estar implicadas en otra satisfacción”. Ya no se trata de sujeto, usará el neologismo ser que habla (parlêtre), porque sujeto S/ remite al lenguaje como vaciador de goce. Al final capítulo IV de Aun dirá “El sujeto, como tal, no tiene mucho que ver con el goce”. A partir de Aun el término de Sujeto ya no alcanza. El ser hablante incluye el cuerpo, ya no pensará al inconsciente sin la pulsión. Así en el Seminario XXIV reformulará el concepto de inconsciente como L´une-bévue haciendo una lectura neológica del l´Unbewust freudiano.

Da así un vuelco a toda la doctrina lacaniana donde “Todas las necesidades del ser que habla están contaminadas por un goce” que se encuentra en el nivel mismo de la palabra, cuestionando incluso la función del significante por sus efectos de significado, cuando se apoyaba en la metáfora y la metonimia. Lo coloca al nivel de la sustancia gozante, no por encima. Diciendo finalmente, que el significante es causa de goce.

4.- Eso quiere decir:

Desanuda Significante y significado. No tienen relación. Separa S1-S2 del inconsciente estructurado como un lenguaje. No hay relación. Y pone al Significante en relación a su efecto de goce. Explicará que lo que ancla el significante con el significado ya no es el NP sino el discurso de una comunidad. ¿Pero qué hace necesario el discurso? La ausencia de Relación sexual. El discurso viene a taponar esta hiancia a través del significante. El lazo social es el término que responde a la relación sexual. “A falta de pan, buenas son tortas”. A falta del goce de la relación sexual, tenemos el goce de los universales, el de la comunicación, el goce comunitario, el grupal…Todo esto es del orden del goce sublimatorio, “cuando lo dejan solo, el cuerpo hablante sublima todo el rato”[3], no implica al Otro.

Pero aquí lo que se aporta como novedad, es que la sexualidad femenina tiene una relación especial con el Otro.


[1] Presentado el 13 Marzo de 2021 a petición de Graciela Brodsky para el comentario de los capítulos XIII, XIV y XV del Seminario XI

[2] Jacques Lacan Seminario XX. Aun. Ed Paidós capítulo V. Clase del 13 de Febrero de 1973

[3] Jacques Lacan Seminario XX, Ed Paidós pag 146