El apogeo de la enfermedad, se formó en Schreber, bajo el influjo de unas visiones “de naturaleza en parte horrorosa, pero en parte también de una indescriptible grandiosidad”, la convicción sobre una gran catástrofe, un sepultamiento {fin} del mundo.

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El enfermo ha sustraído de las personas de su entorno, y del mundo exterior en general, la investidura libidinal que hasta entonces les había dirigido; con ello, todo se le ha vuelto indiferente y sin envolvimiento para él, y tiene que explicarlo, mediante una racionalización secundaria, como cosa “de milagro, improvisada de apuro”. El sepultamiento del mundo es la proyección de esta catástrofe interior; su mundo subjetivo se ha sepultado desde que él ha sustraído su amor.

Freud, Sigmund. Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente (1911 [1910]), Amorrortu editores, Buenos Aires 1986, Vol. XII. p. 63 y 65.

La psicosis es un terreno privilegiado para captar de qué está hecha la realidad y con que se anudan sus elementos.

Los fragmentos de goce de las primeras experiencias vitales se recortan por el lenguaje y se reúnen en aquello que uno supone que fue para el Otro y el modo en que se trata lo imposible de saber en ese punto. Es decir, el sujeto es el producto de una respuesta a la pregunta que el encuentro con el goce le plantea, ¿quién fui para el Otro?, y su estructura la discernimos por su posición frente a ese enigma. En la neurosis, la significación fálica trama para el sujeto la posibilidad de responder por el síntoma cuando ese enigma se actualiza en ocasión de ser convocado a un acto. En la psicosis, la misma actualización puede producir un desencadenamiento.

El psicótico no accede a la significación fálica y, por eso, para él el estatuto ficcional de la realidad o es imposible o es absoluto. Imposible, cuando el goce no se pudo separar del sujeto y quedó tramado indisolublemente con la realidad. Entonces, la realidad es su goce y ante el enigma se responderá con una certeza que remitirá al cuerpo. Absoluto, cuando el goce no pudo alcanzar al sujeto y quedó del lado del Otro que devino para siempre separado y exterior. La realidad es una ficción y la certeza se dirige al Otro. Para Schreber la realidad es una absoluta ficción como se revela en el hecho de que su Dios nada sabe del goce que agita su cuerpo, pero él mismo sólo responde del goce de Dios, por la certeza de un deseo.

Esto lo percibimos en el momento del desencadenamiento psicótico pues hasta entonces el goce parecía estar bien distribuido entre el yo y los objetos. Pero el desencadenamiento muestra que el nudo con que el yo tramó la realidad, al deshacerse derrumba al mismo tiempo realidad y sujeto, revelando su sola realización en el eje imaginario y el agujero que se abre por la falta de un deseo que hubiese permitido anudar la realidad al ser con el margen de misterio necesario para soportar la falta de respuesta universal al llamado de un padre. Al no poder responder personalmente del acto al que es convocado, se desencadena la proliferación imaginaria.

Un padre ordena la sexualidad en el registro universal, da un nombre al sujeto y al linaje, pero no tiene la respuesta que dará al hijo el saber cómo hacer en el momento del encuentro singular. A esa falta de respuesta, sólo se puede responder si hubo registro de tal falta. Schreber nada dice del padre, excepto que escribió un “Manual de gimnasia de alcoba” (1). No hubo transmisión de una falta.

Sin ella el encuentro con el llamado al acto será imposible de resolver y aun podrá arrastrar consigo el andamiaje que el sujeto pudo construir a través de la captura imaginaria. Por eso al lugar de la falta del propio acto, irá la certeza delirante. Cuando Schreber es convocado a dar una respuesta singular, la libido se retira del mundo y este deviene confuso, hasta que la vía del delirio le permite restituir un orden posible.

Araceli Teixidó


NOTAS:

(1) P. 404 Seminario 3.