Si uno entiende cómo funciona la interpretación, eso no es una interpretación analítica.

Jacques Lacan, citado por J.-A. Miller en «Lo real en el siglo XXI»

En el Seminario 18 Lacan (2009: 109), al tratar de dilucidar los conceptos de escritura y letra, afirma que todo lo que en ese momento de su enseñanza está tratando de transmitir carecería de sentido sin su teorización anterior del inconsciente. Aunque sin explicitar, es esa, a mi modo de ver, la premisa que ha orientado el quehacer de este grupo de investigación, cuyo trabajo ha transitado por textos de muy diversa cronología, oscilado entre trabajos inscritos en la etapa de la primacía simbólica de Lacan hasta escritos de sus últimos seminarios, pasando por las aportaciones de Miller fundamentalmente y otros autores también contemporáneos.

Al igual que ocurre con la mayor parte de los conceptos analíticos, la interpretación no puede pensarse sin atender a otros aspectos de los que resulta indisociable: la posición del analista ?el lugar desde el que interpreta y hacia dónde dirige su interpretación?; el par inconsciente transferencial e inconsciente real ?en tanto que la práctica interpretativa es correlativa a la noción de inconsciente con el que cada analista opera (Miller, 2014: 48)?, y la interpretación no solo apunta a los significantes, sino que también recae sobre los intersticios, allí donde el sentido no tiene lugar, donde habita lo indecible; el paso del concepto de inconsciente al de parlêtre; la pre-interpretación de los síntomas por parte del inconsciente (Miller, 1984: 7) y la interpretación del analizante y del analista ?pensar la interpretación desde este último sería hacer de la interpretación un metalenguaje, más aún, unilateralizar la interpretación desde el lado del analista conduce a un callejón sin salida (Miller, 1996: 8)?; el binomio síntoma y fantasma, en tanto que aquel pertenece a la esfera de lo simbólico y puede descifrarse, mientras que este, al caer del lado del goce debe construirse y no admite interpretación; la transferencia y el SsS, puesto que la interpretación requiere de una atmósfera que se construye con el correr del tiempo en las sesiones?; el fin de análisis, dado el vínculo que este tiene respecto a la interpretación; la extimidad, como función o lugar que posibilita la interpretación del analista, pues solo desde ese lugar se tiene posibilidad de deshacer el síntoma (Miller, 1986: 19) y un largo etcétera.

Todo ello convierte el abordaje de la interpretación analítica, desde un punto de vista teórico, en una difícil tarea. Efectivamente, y como afirma Miller (2012: 47), la interpretación no tiene un matema, no es una técnica, sino una ética, de ahí que, como suele decirse, resulte una suerte de arte con el que cada analista ha de saber hacer.

Sostener que la interpretación analítica es un concepto solidario del de inconsciente puede resultar una afirmación reduccionista si reparamos en que nos encontramos en un momento, el actual, en el que el orden real está en el punto de mira teórico del discurso analítico. Por esa razón es posible hablar de una interpretación simbólica que apunta al inconsciente transferencial y una interpretación de otro orden que se dirige al inconsciente real, lo que no significa que esta última forma de proceder implique obviar la interpretación a la manera freudiana, es decir, el desciframiento de las formaciones del inconsciente, pues, como apunta Miller (2012: 49), la interpretación de sueños, lapsus y síntomas tiene la función de instalar la atmósfera interpretativa sin la cual no sería posible la experiencia analítica. Por otro lado Marie-Hélène Brousse ilumina esta cuestión al decir que las operaciones analíticas que funcionan se fundamentan en la homofonía, como materializaciones de sonido, con en el witz; y después, se puede metaforizar, ampliar, es decir, producir sentido. Por eso, continúa la autora, las explicaciones que algunas veces hacemos en la cura analítica quedan sin ningún efecto, no producen nada, «lo que sucede es que cuando produces esto, también produces olas que son efectos de verdad, el efecto de real produce efecto de verdad, por el anudamiento entre lo simbólico, lo real y lo imaginario» (2002: 88-95).

La definición del inconsciente freudiano como un saber fundamentado en la articulación de los significantes se la debemos a Lacan. En el «Discurso de Roma» lo explicita contundentemente: «al orden significante y a ningún otro pertenece el fenómeno del inconsciente» (2012: 151). Así pues, un inconsciente sometido a las leyes del lenguaje en el que la noción de interpretación está muy próxima a la de desciframiento que hace emerger un nuevo sentido que atenúa el sufrimiento causado por el síntoma. Ahora bien, la interpretación es el inconsciente mismo, por eso Lacan no la considera un concepto fundamental del psicoanálisis, y el inconsciente ?primero en interpretar? quiere además ser interpretado, de manera que la interpretación no hace más que sumar, producir sentido sin cesar, corriendo el riesgo de infinitizarse (Miller, 1996: 7-10), eternizando consigo el goce que el interminable cifrado lleva aparejado. No obstante, el delirio que puede traer consigo la interpretación tiene un límite, en la medida en que no todo es interpretable. El contorno del inconsciente transferencial termina allí donde un significante deja de remitir a otro significante. El inconsciente transferencial hace nudo con la interpretación, y el objetivo de esta «no es tanto el sentido sino la reducción de los significantes a su sin-sentido» (Lacan, 2010a: 219). El analista, pues, debe abstenerse de injertar más sentido a la interpretación del inconsciente y del analizante. Se pasa así de la idea de inconsciente estructurado como un lenguaje a la de un inconsciente en el que lo real se superpone a lo verdadero, un inconsciente solitario, sin leyes, estrechamente vinculado a los fenómenos del cuerpo, al goce.

Cuando en 1971 Lacan se dirige a los psicoanalistas en Ste. Anne, nos dice Silvia Salman (2004), afirma que no hay interpretación que no concierna al goce, es decir, al lazo de lo que se manifiesta en la palabra con el goce. Pero ¿cómo tocar un inconsciente que, a diferencia del transferencial, no quiere decir? ¿Cómo, desde la posición de analista, apuntar a la dimensión real del cuerpo que habla, al parlêtre, para intentar modificar el goce o producir una relación menos mortífera del analizante con su propio goce? ¿Cómo desplazarse del lenguaje a lalangue? Preguntas todas que pueden resumirse en una sola: ¿qué acto analítico poner en juego cuando significante y goce son dos caras de una misma moneda, cuando de lo que se trata ya no es de un saber, sino de un real azaroso y contingente, un fragmento asistemático separado del saber ficcional?

Repercutir en el núcleo real del goce de un sujeto no es posible más que a través de un rodeo; el analista debe conducir a lo no dicho, interpretar el silencio de la pulsión. No se trata, por tanto, de levantar la defensa, sino de perturbarla. En este contexto, la tarea del analista, como afirma Miller (2003: 35-36), no consiste en interpretar la defensa, lo que implicaría aducir más sentido, sino trastocarla, turbarla de la buena manera para hacer ver lo imposible-de-decir. Tratándose de la defensa, por tanto, el registro de la interpretación cambia; el analista yerra si apunta directamente a la pulsión, pues lo que de ahí probablemente emergerá será una transferencia negativa que haga abandonar el análisis al paciente.

No toda intervención del analista es una interpretación. Asimismo, no toda interpretación, aun con sus efectos, único modo, por otro lado, de verificarla, tiene eficacia mutativa respecto al goce. La interpretación por la cita, por alusión, la interpretación disociativa o la interpretación apofántica, por ilustrar algunos ejemplos aducidos por Jorge Chamorro (2011), o la puntuación y las resonancias semánticas y metonímicas que menciona Silvia Salman (2004) caen del lado del sentido; lo simbólico predomina sobre o real. Aun así, toda interpretación encierra un silencio, un enigma con el que se intenta incomodar el discurso yoico, molestar la defensa.
La operación analítica que apunta al goce del analizante tiene tres pilares fundamentales: el silencio, que incluye el enigma, el corte y el equívoco.

La cadena significante recubre el enigma del síntoma; se trata de saber callar para que sea el inconsciente quien interprete. En el Seminario 17 Lacan nos dice que el enigma es una enunciación cuya función es decir a medias, «dejo a su cargo [analistas] que lo conviertan en un enunciado» (2010b: 37). Jorge Chamorro (2011: 23), por su parte, habla del enigma como un vacío; no tiene enunciado, podría ser un gesto, una interjección, un bostezo… es el analizante quien interpreta los signos del oráculo, afirmación esta que puede completarse con la de Graciela Brodsky (2001) cuando sugiere aprovechar la ley de la comunicación y ponerla del lado de los analistas siendo escuetos, ambiguos, oraculares y enigmáticos para obligar al analizante a interpretar nuestra interpretación con los recursos de su inconsciente y no con los de su entendimiento.

El silencio es una interpretación primordial, deconstruye el sentido, pero lo que se opone al sentido, además del silencio, no es el sin-sentido, sino la letra. En el Seminario 18, Lacan desplaza el significante y pone la lupa en la letra, asegurándose de ubicar a qué orden pertenece cada uno: «La escritura, la letra, está en lo real, el significante, en lo simbólico» (2009: 114). Pero la noción de letra y escritura que Lacan plantea en «La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud», texto de 1957, dista mucho de la que se formaliza en su última enseñanza. Allí, como señala Paskvan (2014), escritura y lectura, o lo que es lo mismo, descifrado de la significación, van juntos, mientras que la letra separada del sentido hace obstáculo a la interpretación. La letra no encierra ya un mensaje cifrado, es un deshecho, un resto, y Lacan, asimilándose al estilo joyceano, pone en serie los términos letter (letra) y litter (basura) para ilustrar mediante un equívoco el estatuto que ahora tiene la letra en el inconsciente (2009: 106-09). La letra se separa del significante, en efecto, pero no es anterior a él, de hecho es efecto, consecuencia del lenguaje. La escritura forjada con esta letra traza el litoral de la analogía que emplea, dibujando el borde real del agujero del saber. La dirección de la cura en la última enseñanza de Lacan, pues, toma una nueva orientación en la que el analista está advertido de la separación entre lo real y el semblante.

La reducción del sentido que implica la interpretación que se dirige al parlêtre se vincula con el corte, acto que funciona como resorte de la pulsión en tanto que la pone a trabajar. Frente a la puntuación, que en la vía de la elaboración siempre añade sentido, Miller sitúa, por la vía de la perplejidad, el corte «que conduce al sujeto a la opacidad de su goce» (1996: 13). En el corte, lo real predomina sobre lo simbólico.
A diferencia del enigma, el equívoco es, en palabras de Silvia Salman (2004), un enunciado, un significante librado por el analista que tiene la propiedad de abrir de tal manera el significado que impide que no se cierre el sentido, o lo que es lo mismo, obliga al analizante a interpretar su goce. El equívoco puede así resonar en los orificios del cuerpo sensible. El significante en este momento de la enseñanza de Lacan adquiere estatuto de letra y se separa del sentido por medio del equívoco; se manifiesta como una huella de escritura, ¿huella de qué? de la marca originaria del lenguaje en el cuerpo.

La interpretación que se dirige a lo real hace posible la emergencia del goce Uno, o lo que es lo mismo, evidencia que no hay relación sexual (Miller, 2012: 50).

Como afirma Lacan en «La dirección de la cura» (2002: 578), la interpretación es coextensiva de la historia (202: 578), en otras palabras, depende del momento en que es realizada; la interpretación es sin garantías, solo après-coup sabremos si tuvo efectos; la interpretación pone a trabajar no solo el inconsciente transferencial, sino también la pulsión, y es ajena a la diacronía, esto es, ambas, la dirigida a lo simbólico como la que apunta a lo real pueden actuarse en cada sesión.

Tras la experiencia en este grupo de investigación hemos hallado algunas respuestas, nunca definitivas, pero también se han abierto nuevos interrogantes, necesarios siempre para mantener, como dice Lacan en el Seminario 18, el saber en jaque; he ahí donde el psicoanálisis se muestra mejor y he ahí una buena manera de ponerse a trabajar.

Rosa Durá Celma

* Este escrito es la producción final del Grupo de Investigación del Instituto del Campo Freudiano 2014-2015 titulado: «La interpretación en la práctica analítica del siglo XXI», realizado en la sede de la ELP de Valencia y coordinado por Patricia Tassara.


BIBLIOGRAFÍA
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