Seminario del Campo Freudiano en Bilbao

15 de noviembre de 2014

Es un volumen que impresiona un poco. Quinientas ochenta y una páginas. Este seminario, que se ha publicado recientemente en español, ya se había publicado parcialmente hace unos años en Freudiana, en particular las lecciones sobre Hamlet. Yo tenía cierta familiaridad con él por haberlas traducido entonces, pero la perspectiva cambia mucho cuando ves todo el seminario entero, y se pueden entender mucho mejor cosas que en su día recuerdo que no acababa de situar.

Ahora empezaré, precisamente, tratando de situar un poco lo que sería este seminario en el contexto de la enseñanza de Lacan. Como primer referente, me parece interesante hacer el ejercicio de situarlo en relación a lo que son unas coordenadas que hace unos años Jaques-Alain Miller planteó en una lección de su curso en París, La orientación lacaniana, que también se publicó en Freudiana nº 31 bajo el título “Los seis paradigmas del goce”. Allí plantea una periodización de la enseñanza de Lacan a partir de una serie de referentes estructurales. A mí me han sido siempre muy útiles para orientarme.

Este seminario, número VI, estaría incluido dentro de lo que Miller llama el segundo paradigma. Plantea que lo que lo caracteriza es “la significantización del goce”. Me volví a leer ese texto, porque recordaba esto, que Miller lo incluía en este paradigma. Y sin embargo, al leer el seminario vi que surgían matices interesantes. Me sorprendió, porque no lo recordaba, encontrarme con toda una parte del seminario en la que lo imaginario tiene mucha más importancia que lo que yo en principio había esperado a partir de esta idea de significantización del goce.

Esto nos indica que las referencias que encontramos en Miller para leer a Lacan no las podemos sobre-simplificar, no son esquemas rígidos. Tenemos que ir con cuidado, a veces lo que vemos es que los seminarios, vistos en detalle, son de una gran complejidad, en gran parte porque en ellos el propio Lacan está tratando de resolver algún problema, un problema para él mismo. Por eso hay una riqueza de elementos que no acaban de entrar en el cuadro. De todas formas, este segundo paradigma del goce corresponde más de lleno al Seminario V, Lasformaciones del inconsciente. Y lo interesante es, precisamente, que al año siguiente del seminario, algo empieza ya a moverse, a desplazarse. Luego veremos que esta palabra no está dicha porque sí.

Entonces lo primero que he querido hacer es ver un poco en detalle la tensión entre el Seminario V, donde el proyecto lacaniano de significantización del goce se articula de una forma más estable, central, lograda, y este Seminario VI, donde algo empieza a escaparse de ese planteamiento, lo desborda. Algo empieza a no quedar del todo subsumido en esa idea triunfal de que el goce finalmente se podría significantizar, incluso de modo integral. O sea, que se podría producir un pasaje de lo que sería del orden del goce a la dimensión del sentido. Es lo que podemos situar, por ejemplo, en la operación de la metáfora. Una de las formas en que podemos describir la función de la metáfora es como una traducción, pero no cualquiera: una traducción de algo del goce al sentido. Por supuesto, plantearlo así ya es todo un logro de Lacan, poder pensar que hay esta posibilidad de una especie de transustanciación. Que la sustancia del goce se puede trasladar al sentido. Y cuando decimos traducir, el término no tiene la fuerza que yo quisiera darle. Traducir, en este caso, es casi una conversión. Convertir el goce en sentido. No se trata de traducir como si las dos cosas pueden estar presentes, como cuando traducimos de una lengua a otra, sino de que algo se convierta en otra cosa. Gran parte del peso que Lacan pone en la metáfora consiste en esta idea de que se puede convertir algo del goce en sentido.

Ahora bien, hay una dificultad. Y es que – eso se puede ver asomando la nariz en el seminario V – paradójicamente, uno de los elementos que Lacan va a introducir primero, digamos, con un papel relativamente secundario con respecto a esta operación fundamental de convertir el goce en sentido mediante la metáfora, ese elemento en principio secundario va a empezar a adquirir un protagonismo inesperado.

Si se me permite decirlo así, hay una especie de invitado pobre en el Seminario V, que es la metonimia, y resulta que el invitado pobre empieza a ponerse díscolo. Además, lo digo así deliberadamente porque en el Seminario V, donde Lacan hace toda una elaboración sobre el trabajo de Freud “El chiste y su relación con el inconsciente”, da un lugar muy interesante a lo que llama chistes metonímicos. Y algunos chistes metonímicos son chistes de pobre, en los que un pobre es el personaje principal, como por ejemplo el chiste del “Salmón con mayonesa”. El chiste metonímico consiste en que, en la operación de metaforización – que muchas veces es esencial en la producción de semblantes sociales – algo se interpone, alguien empieza a pedir tonterías, a decir tonterías, pero básicamente lo hace reduciendo las metáforas a metonimias, mostrando que el vector normal que va de lo metonímico a lo metafórico puede ser invertido, lo cual produce un efecto de comicidad, de ridículo, que acaba con todos los semblantes. Se trata de mostrar que las metáforas son artefactos, semblantes que se pueden desmontar, porque, aunque no nos hemos dado cuenta, antes han sido montados, son montajes.

Lacan relaciona esto en aquel momento, además de con la articulación estructural entre metáfora y metonimia – siempre hay metonimias en las tripas de una metáfora y se pueden sacar a la luz – con lo que llama el objeto metonímico, que encarna eso que no puede acabar de ser metaforizado, cuyo ejemplo prínceps lo tenemos en la constitución del fetiche, por otra parte. Es decir, el objeto metonímico constituye una especie de inercia, inesperada, ante la gran misión metafórica del lenguaje y, particular, la misión del Nombre del Padre.

Pero a pesar de todo, en ese momento, en el Seminario V, tras esta tensión entre metáfora y metonimia, se diría que hay una especie de final feliz. O sea que la metáfora triunfa, porque al final, incluso en la aparente destrucción de sentido que es la irrupción de lo metonímico, se produce también sentido (Lacan lo resume en el juego con el pas de sens, que se puede leer al mismo tiempo como “no sentido” y como “paso de sentido”). Aunque sólo sea porque finalmente el Otro tiene que sancionar el chiste metonímico con su risa, aceptándolo con su risa. Y eso produce también sentido. Es el triunfo final de la metáfora. La metonimia es una especie de inercia momentánea, pero finalmente la gran conversión podría producirse igualmente.

Y sin embargo, lo que vemos desde el inicio del Seminario VI es que va ya en otra dirección. Incluso se diría que Lacan está muy tenso al principio, parece que hay algo que no acaba de cuadrar, se produce la sensación de cierto forzamiento. Por eso las primeras lecciones son muy difíciles de leer y a ratos un poco antipáticas. Porque Lacan está retomando una serie de elementos que ya había usado anteriormente, y sin embargo hay una especie de incomodidad, no queda del todo claro porque ya no los usa igual, aunque por supuesto en varias ocasiones dice que es lo mismo, que ya lo había dicho antes – como a menudo hace.

Dicho sea de paso, se tiene la impresión de que cuando Lacan está incómodo con sus propias construcciones parece responsabilizar al pobre público de esa incomodidad. Hay momentos un poco tensos. Yo me imagino lo que serían esos momentos en que se pone antipático delante de su público, cuando les decía, más o menos: “Ustedes creían que lo habían entendido, ¡pues no!, es todo lo contrario”. ¡Y total, había pasado un verano! ¡Qué le pasó a este señor durante el verano en Guitrancourt! – se preguntaría más de uno. Pero en fin, Lacan no era cómodo porque él mismo no se permitía ninguna comodidad para sí mismo, no se permitía dormirse en los laureles.

En algunas cosas que dice por el camino hay puntos que hasta podrían ser un poco contradictorios, habría que leerlo en detalle… esto es así porque en aquél momento está tratando de dar un paso más, y no acaba de poder realizarlo hasta la parte final del seminario. Hay seminarios donde se ve muy claramente un proceso similar, el parto doloroso de un concepto. Por ejemplo, en el Seminario III también se empieza sin una definición clara de lo que es la forclusión y sólo después de todo un recorrido se acaba con la definición de la forclusión del Nombre del padre. En el caso del Seminario VI tenemos algo parecido, con respecto a lo que me parece que es un eje conceptual central: el par deseo – fantasma. Esa tensión recorre todo el texto, pero se va resolviendo hacia el final.

Entonces, vemos que se plantea un problema centrado en el estatuto de la metonimia. De hecho, es un problema ya anticipado a partir de “La Instancia de la letra”, del año cincuenta y siete – o sea, cuando Lacan se está ocupando todavía del caso de Juanito en el Seminario IV, “La relación de objeto” – donde la metonimia se vincula ya con la función del deseo. Y ahí se establece claramente que no se pueden pensar la metáfora y la metonimia separadamente, sino que están articuladas.

Sin embargo, el deseo, definido a partir de esta función fundamental de la metonimia, no se plantea como central hasta el Seminario VI. En el Seminario V, dedicado a “Las formaciones del inconsciente”, no es así todavía. Incluso el grafo, que ya se introduce en ese momento, no adquiere todavía el nombre de “grafo del deseo” con el que solemos designarlo. Si bien se mira, cuando se introduce allí es más bien el grafo de la demanda y de la metáfora, no del deseo y la metonimia. No se trata de que estos dos últimos no estén presentes, sino de destacar lo que constituye el eje principal en cada momento.

La metonimia ¿es una simbolización o no lo es? Esta es la pregunta, porque la primera idea que podríamos tener es que es la metáfora la que es una simbolización, mientras que la metonimia no lo es. Pero este seminario, el Seminario VI, está dicho que la metonimia es una simbolización. Pero al mismo tiempo es una simbolización que plantea una serie de problemas. Esto, que parece un detalle sin importancia, es muy importante y tiene consecuencias prácticas, por ejemplo en el trabajo con niños psicóticos y sobre todo autistas. En todo caso, lo que se ve es que ahora la metonimia se ha convertido en el referente para una nueva definición del inconsciente, que empieza a ser pensado, no ya como la relación inconsciente con el Otro – como en el esquema L – sino en función de la estructura metonímica – radical, dice Lacan – de la cadena significante.

Esto está anticipado en “La instancia de la letra”, como hemos dicho, pero su desarrollo y las consecuencias más importantes que tiene están asumidas aquí, e implican un cambio de estatuto en el Otro. Entonces resulta que la metonimia se convierte en un concepto central, mucho más cerca de lo que es la definición del inconsciente en este momento. De ahí que se le reconozca un estatuto fundamental, como un tipo de simbolización.

Ahora bien, ese lugar central de la metonimia y esa relativización de la metáfora – y más en particular, de la metáfora que se sostiene en el Nombre del Padre – plantea problemas. Porque a diferencia de la metáfora, que se puede vincular con un efecto de estabilización, con el punto de capitonado, la metonimia es más bien un movimiento disolvente de toda identificación, se opone a la estabilidad de cualquier punto de capitonado.

Hay que tener en cuenta, por otra parte, que en el Seminario V Lacan articula la cuestión de la identificación con el punto de capitonado. O sea, es porque se puede producir el recorrido simbolizado por el grafo, por el hecho de que se pueda producir esa escansión que constituye el punto de capitonado, que se estabiliza el sentido, por un lado, y por el otro se estabiliza una identificación, al final del recorrido. Y recíprocamente. Lo uno va con lo otro. Así, el hecho de que el sentido sea estable para un sujeto y que sea capaz de identificarse, de decir “yo”, son cosas que se producen de un modo articulado y dependen de la función del Nombre del Padre en su función de garantía del Otro del lenguaje. Y este padre no es sino el padre de la metáfora.

Pero si la metonimia es la estofa misma de la que está hecha el inconsciente, todo lo que se elabora en torno al punto de capitonado se muestra frágil. Por un lado, ese punto de capitonado se vuelve tanto más necesario, para detener la deriva de los significantes, pero al mismo tiempo parece más frágil. El estatuto del Otro, y en particular el del Nombre del Padre como garantía, empieza a ser cuestionado. Hay ahí una fuerza poderosa que se opone a toda identificación y tiende a disolverla. Esto supone que el grafo ya no va a ser el grafo de la demanda, sino el grafo del deseo, concepto que de pronto se convierte en central en su construcción.

Y entonces la pregunta que va a surgir para Lacan es inmediata. ¿Qué es lo que suple, o al menos asegura, este punto de capitonado desfalleciente, si la función del Nombre del Padre como garantía ya no es tan sólida? Esta es una de las tensiones fundamentales que nos permite ver muy bien Miller en los comentarios que hace en “Los seis paradigmas del goce”. Nos hace notar – esto es una guía de lectura excelente, sin ella no se entiende nada – que en este Seminario VI dos términos, deseo y fantasma, están constantemente en tensión, como veremos dentro de un rato. Y así es, lo podemos comprobar, Lacan plantea siempre los dos en tensión, articulados pero no asimilados. Aun cuando se alcanza en la última parte la fórmula del fantasma como elemento de fijación, se sostiene esa dimensión problemática del deseo como elemento que, a pesar de ese nuevo punto de capitonado – o complemento al punto de capitonado – que parece ser ahora el fantasma, sigue ahí presente como lo que presentificaría la dimensión imposible de eliminar de la metonimia fundamental del inconsciente.

Esto nos permite entender por un lado cuál es el problema y por otro lado por dónde está la solución. Primero, hay algo que, tal como lo había concebido Lacan en el Seminario V, Las formaciones del inconsciente, deja de funcionar o como mínimo es relativizado. Y la pregunta de Lacan será luego: qué estabiliza al sujeto y lo protege de la dimensión desestabilizante, incluso mortífera, de la metonimia imparable del inconsciente.

La clínica del enfermo que hemos presentado esta mañana en el hospital tiene que ver algo con eso. La metonimia es destructiva. Lo que veíamos en este señor, era su forma particular de fallo del punto de capitonado. Y tenía que ver con la imposibilidad de poder situar un objeto como privilegiado. Se veía muy claramente esto cuando él mostraba esta especie de goce metonímico como una satisfacción infinita, que se acompañaba de un sentimiento de “elación” – o entusiasmo – narcisista. Pero al mismo tiempo que de esa satisfacción, el sujeto testimoniaba de que eso es algo mortífero. Porque si no hay un punto de anclaje, no solamente un significante, sino también en un objeto como tal – una relación con un otro dotada de un valor afectivo, de tal manera que el sujeto deposita algo de su libido allí – esa metonimia se convierte en algo mortífero.

Pensarlo desde este punto de vista me permite entender algo que me resultó difícil al principio: por qué Lacan insiste tanto en los primeros capítulos en el sueño de El padre estaba muerto y no lo sabía. ¿Qué es lo que está en juego ahí? Me pareció llamativo y no acababa de situar la necesidad de esta insistencia. Le dedica dos capítulos y medio, y luego vamos viendo que algo de eso insiste durante todo el seminario. Y es que hay algo que orienta a Lacan y que, me permitiré decir esquemáticamente, es la clínica de la manía . Puede parecer raro decirlo, pero al fin y al cabo, la manía es una de las caras del estadio del espejo, el lado del júbilo, cuando se queda sin contrapeso, mientras que el otro lado, también sin contrapeso, sería el de la melancolía. Es decir que se trata de la metonimia contra el Otro. La metonimia del deseo como un poder disolvente, mortífero, que va contra el Otro – pero que, si nada la frena, entonces se vuelve contra el sujeto. De ahí el afecto de la culpa, todo lo que rodea también a las distintas formas de sacrificio. O sea, hay que sacrificar algo de esa pura vida que se afirma ante el Otro caído. En la confrontación entre el deseo inmortal (así lo llamó Freud) y el Otro muerto, el dolor se sitúa en esa zona delicada entre el goce y una pérdida necesaria, una cesión. Recordemos que en los primeros capítulos Lacan habla del afecto del dolor.

Así, la metonimia del deseo, del deseo como metonímico, triunfa sobre el Otro de la metáfora. No hay Nombre del Padre que resista al poder disolvente de la metonimia del deseo. Por eso gran parte de este seminario se puede entender como la introducción al más allá del Edipo. De modo que, después de haber pasado mucho tiempo tratando de buscar y agotar la lógica del Edipo freudiano – como se ve en el laborioso trabajo sobre los “tres tiempos del Edipo” en el Seminario V –, y después de haber podido articularlo en función de dos cosas: la cuestión del falo y la castración, por un lado, y la metáfora paterna, por otro lado, ahora es la problemática del deseo la que le muestra a Lacan que hay algo en ese esquema que es insuficiente. Ahí se inscribe este sueño del padre muerto, descrito por Lacan, como una especie de devaluación del Otro. La figura del padre muerto, y que además no lo sabía, es un contrapunto radical a lo que era antes la figura del Otro del lenguaje y de la demanda – éste lo sabe todo, y entonces es el sujeto el que no sabe nada. Quizás me atrevería a decir: ¡no sabe que está vivo! En el Seminario V se trata, al menos de entrada, del sujeto que no sabe nada y que no tiene más remedio que alienarse a los significantes de la demanda del Otro, que es el Otro que lo sabe todo. Digo de entrada, porque también en el Seminario V hay un modo de introducir lo vivo del sujeto, precisamente en el chiste, que fuerza al Otro a aceptar lo imprevisto, a dar lugar a un goce que antes no tenía lugar. Ahí es donde el sujeto ya sabe que está vivo y se impone como tal. Pero se parte de una posición de predominio del Otro.

Lacan nos muestra en los primeros capítulos de este nuevo seminario de qué modo hace ahora una lectura diferente de lo que llamaríamos el desarrollo infantil, con un acento distinto. Porque en el seminario V Lacan destaca la alienación al Otro de la demanda, la identificación a los significantes de la demanda intransitiva, el amor, etc., etc. Y aquí lo que vemos es que por la comparación entre los sueños de Ana Freud, el sueño de fresas, frambuesas, y el sueño del padre muerto, se pode de relieve una inversión, para plantearnos que la constitución misma del inconsciente tiene que ver con la caída del Otro. Ahora el inconsciente ya no es esa “Otra escena” que es la escena del Otro en el sujeto. Por el contrario, el inconsciente como tal queda instituido en el lugar mismo en que el Otro cae. En efecto, Lacan destaca que el inconsciente todavía no está instituido en el sueño de Ana Freud, porque los niños, al principio, creen que el Otro conoce sus pensamientos, porque sus pensamientos se dan en el lugar del Otro.

Pero lo que destaca, por el contrario, del sueño del padre que está muerto pero no lo sabía, es que ahí el Otro ya no sabe. No hay verdaderamente inconsciente mientras el Otro sabe. Y lo que añade Lacan a esta institución del inconsciente, que pasa por esta tachadura del Otro, es un plus, algo más, una significación imaginaria suplementaria. Es decir que esta tachadura, esta barra sobre el Otro adquiere una representación, inlcuso una interpretación que ya es de otro orden. Y que supone, para empezar, cierta traducción imaginaria de esa tachadura del Otro. Por eso el sueño sobre este padre que está planteado ahí como una especie de Otro que es degradado a la condición de un otro con minúscula, impotente, devaluado, incluso privado de la palabra, por eso, decía, este sueño adquiere aquí mucha importancia.

Así lo que plantea Lacan esta dimensión del deseo del sujeto que ya no es el deseo del Otro. Ahora el vector está ya claramente del lado del sujeto, y es un deseo del sujeto que tiene como condición la barra fundamental sobre el Otro, que ya está tachado. A esto se le añade una significación imaginaria, de hecho una interpretación, que es en términos de deseo de muerte: “según su deseo”. De modo que se abren dos dimensiones distintas. Una cosa es la dimensión estructural de esta caída del Otro, la tachadura constitutiva del inconsciente como tal. Pero luego otra cosa es por qué esto es imaginarizado en esa figura, un otro paterno, que ya no es un gran Otro, sino que es un otro con minúscula. Un otro que está al nivel del sujeto, incluso está en menos con respecto al sujeto. Surge entonces la distinción entre lo que sería la dimensión del deseo como tal, la estructura del deseo como tal, que es la metonimia significante, y el hecho de que esto es interpretado por el sujeto en términos fantasmáticos, que incluyen una imaginarización.

Es decir, en el lugar del Otro tachado aparece un fantasma. El fantasma del padre. El fantasma del padre es lo que queda de la reducción del Gran Otro a un pequeño otro impotente, muerto y que no sabe nada. La cuestión es cómo se pasará de este fantasma del padre, que se aparece en sueños, al fantasma del sujeto – jugando aquí con los dos sentidos del término fantasma.

Así, lo que vemos es que este cambio de estatus del Otro no es sólo una cuestión de estructura, sino que surge toda la problemática relacionada con el hecho de que el sujeto produce una interpretación imaginaria de esa caída del Otro. Esto abre uno de los aspectos de la vía del fantasma. Ahí vemos que surge la culpa, el sujeto se hace cargo de la falta. Pero no es suficiente con eso, porque así se quedaría la interpretación del deseo en una vía puramente mortífera. Si todo lo que el sujeto puede hacer para interpretar esa función estructural del deseo es en términos de muerte, deseo de muerte, ¿qué pasaría?.

A partir de esta transformación del Otro se plantean dos problemas, que Lacan indaga y articula a lo largo del seminario. Por un lado: si el Otro no tiene la respuesta, si no tiene el significante necesario ¿cómo hace el sujeto para poder encontrar algo que ocupe el lugar de un nombre. Y por otra parte: ¿cómo va a hacer el sujeto para no quedar atrapado en este fantasma mortífero con el Otro, para poder reinsertar algo de la vida ahí de un modo que no sea la vía maníaca, sin límite?

Es interesante destacar, pues, que en este seminario se empieza hablando del deseo como deseo de muerte, y luego la pregunta es cómo se reintroduce algo de la vida en esta salsa. Es un problema. Me parece que entonces, discretamente, Lacan recurre a una fórmula suya conocida, pero que tendrá que actualizar. Por eso decía antes que podíamos mostrar lo que en este seminario empieza a salirse del paradigma de la “significantización del goce”, porque lo imaginario ocupa un lugar importante para pensar qué hace el sujeto para reintroducir algo de lo vivo en este funcionamiento. De hecho, lo que hará es introducir una significación, pero una significación en la que el elemento imaginario es vital – nunca mejor dicho.

La metonimia de por sí no introduce nada de la vida en términos que para el sujeto sean subjetivables, suficientemente fijos, estables, capaces de sustentar algún tipo de identificación. Entonces, ¿qué hace Lacan? Revisita el esquema R. Porque en el esquema R ya se había planteado que el sujeto del significante se introduce en la estructura como muerto. No hay nada vivo en el significante mismo. Y si ustedes recuerdan, en el extremo superior izquierdo del esquema R, aparece una fi minúscula. Lacan lo comenta diciendo que es mediante la identificación imaginaria con el falo que algo de lo vivo se introduce en esta estructura. Es decir, no bastaba con lo simbólico sino que hace falta algo de lo imaginario. Algo del cuerpo como cuerpo vivo. En la época del esquema R, esto se produce a través de la mediación fálica, pero en tanto imaginaria. En tanto que yo soy un objeto vivo para el otro, puedo identificarme como cuerpo vivo.

Bueno, pues si vemos bien el detalle del Seminario VI, Lacan hace algo parecido, pero lo lleva más allá. El lugar donde pone el fantasma, como dispositivo que reintroduce algo de lo vivo en este aparato que potencialmente es letal, mortífero, es semejante a la fi minúscula que aparece arriba a la izquierda del esquema R. Y esto se ve, por ejemplo, cuando Lacan construye el grafo y añade estos dos pisos intermedios, además de los dos pisos principales: uno que es la relación del yo con el objeto especular y otro, el piso intermedio de arriba, la relación del fantasma con el yo. De este modo, se lleva a cabo una operación semejante a la que vemos cuando se incluye el esquema del estadio del espejo en su esquema óptico. Se trata de ver, entonces, cómo algo de lo imaginario se introduce en ese dispositivo simbólico, para poder añadir, a partir de algo de lo vivo del cuerpo, lo que de entrada no está dado en lo simbólico. Algo así va a hacer ahora, pero atribuyendo una función equivalente al fantasma y tomando al grafo como la estructura donde hay que introducir ese elemento vivo.

Ahora bien, ¿cómo se hace eso? Hay todo un trabajo, es laborioso. A partir de aquí empieza una interrogación sobre el valor a dar a este elemento incluido en el fantasma, el objeto, que por un lado se introduce como un elemento imaginario, pero también más adelante aparece la pregunta por la relación de este elemento con algo real. Y también con lo simbólico, por supuesto.

Vemos entonces por qué este seminario ocupa un lugar importante, como un momento en que Lacan procede a transformar algunos elementos fundamentales de su enseñanza. Algo que sintetizará en la fórmula “no hay Otro del Otro”. Vemos que se trata de eso, de una operación de transformación del Otro, y de pensar qué es lo que, a partir de ese momento, ocupará esta función, en cierto modo la suplirá. El término fundamental en esta operación será ahora el fantasma, pero no es un término que esté definido desde el principio, sino que hacerlo será la tarea del seminario, planteando una fórmula y dándole distintas lecturas a esa fórmula.

Al principio vemos la fórmula en cuestión tiene una lectura en la que el valor de la letra a minúscula, está mucho más cerca de lo que es la relación con el otro especular. Y hacia el final del seminario el valor de esa letra a se vincula más con el valor de objetos parciales, pulsionales, pero de un modo inédito. Hay todo un recorrido. Y esto lo podemos leer de muchas maneras. En el proceso de ir definiendo los distintos valores de ese matema, Lacan recurre a una serie de elementos clínicos. Se trata de cómo articular la relación entre el otro especular con el objeto, que se acabará definiendo en relación a los objetos pulsionales, condensadores de la libido, iniciando así una nueva perspectiva que tardará su tiempo en desarrollarse. Esta es una de las cuestiones que recorren el seminario.

Que el fantasma se vincule tanto con el eje imaginario como con los objetos de las pulsiones parciales, pero ya articulados, como veremos luego (Capítulo XXI, apartado 3), con una dimensión de corte, es un punto esencial, que hay que leer con mucho detalle. Porque el hecho de que se asista a lo largo del seminario, que se insista, en cierta continuidad desde el objeto especular, al objeto imaginario, el objeto libidinal, luego el objeto del fantasma vinculado a una función de corte…. esto no se debe a una especie de coincidencia prodigiosa, sino que hay detrás toda una reflexión profunda sobre lo que es el objeto a y cómo se constituye.

En cierto modo, en esta perspectiva sobre el objeto, Lacan está discutiendo consigo mismo, porque no mucho tiempo antes, él había dicho que la relación de objeto era fundamentalmente relación con los objetos en la demanda de amor, planteando esos objetos como significantes de la demanda. Este año lo plantea de un modo completamente distinto. Dice incluso, explícitamente, que la relación de objeto, si hay una, es la que se escribe con la fórmula $ ◊ a. Lo suelta así, de forma contundente, en el inicio del apartado 3 del capítulo XX: “Esta es la forma verdadera de la supuesta relación de objeto y no el modo en que hasta ahora ha sido articulada”. O sea que Lacan, dando un giro espectacular, lo que viene a decir es que lo que dos años antes, y en gran medida todavía el año pasado, había llamado relación de objeto no es tal. Entonces, el objeto metonímico, que surge discretamente en el Seminario IV, se desarrolla en el Seminario V…. ahora ocupará un lugar central en el modo de concebir el objeto del deseo.

¿Cómo se produce este pasaje del otro en relación a–a´, del eje imaginario, a la dimensión de lo que sería propiamente el objeto del deseo, pero más allá de eso, en una perspectiva que va avanzando hacia la definición del “fantasma fundamental”, con todo el peso que tiene esta misma expresión? En este sentido, vemos la importancia de todo este nuevo trabajo sobre el lugar central del objeto, por ejemplo en torno a Ofelia en las lecciones sobre Hamlet, donde Lacan destaca toda la complejidad de la relación de Hamlet con ese objeto femenino, en el que en algunos momentos destaca aspectos del orden de la identificación imaginaria, pero con un peso mucho mayor de lo que este tipo de identificación había tenido antes, pues está en juego algo radical en la relación del sujeto consigo mismo. Es decir que el sujeto pone algo de su identidad en ese objeto erótico, y eso no es algo secundario, episódico, una simple inercia, como en la época del esquema L. La relación con el objeto erótico también funciona a un cierto nivel como una respuesta a la pregunta por el propio ser del sujeto, pregunta que está muy presente en todo el seminario, también en relación con la cuestión del sujeto de la enunciación. Confluyen, pues, cosas muy diversas.

Esto me parece un punto muy importante, porque solemos ir demasiado deprisa al objeto a sin pasar por su construcción. Y aquí es donde está construyendo el objeto a, laboriosamente, Si Lacan dirá más tarde – en una nota añadida posteriormente a “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” – que el objeto a es un objeto que se produce mediante una extracción, esto sólo se entiende a partir de todo este proceso, que parte de reexaminar la función en la estructura de la relación con el otro especular. Y teniendo en cuenta este proceso es como se podrá entender que esta fórmula, $ ◊ a, ocupará el lugar de una identificación fundamental para el sujeto. Si hay una modalidad del fantasma, o un nivel, que se llamará fundamental, es porque es el fantasma en tanto que cumple la función de una identificación fundamental para el sujeto. Subrayo el matiz: cumple la función.

En este seminario, en este proceso de resituar la importancia central del objeto, Lacan da mucho valor a cierta clínica de la relación con el objeto amoroso. En la relación de Hamlet con Ofelia, por ejemplo, lo que se pone de manifiesto es que cuando hablamos de objeto no solamente se trata de algo de orden libidinal, como destino de la libido, entendido como elección de objeto, sino que hay algo en la relación con ese objeto en lo que está en juego algo de la propia vida del sujeto, de su ser vivo, alojado en ese objeto de amor. Este tiene, por supuesto, algo de objeto narcisista, pero aquí el narcisismo se toma muy en serio porque tiene relación con la problemática del ser, el ser del sujeto. Y esto es así porque el significante ya no puede decir el ser.

No hay que olvidar que al principio, en las primeras lecciones, Lacan hace toda una serie de referencias un poco enigmáticas sobre la cuestión del ser. Y se pregunta por lo que sería el sujeto que habla en nombre propio. El sujeto del deseo no es ya simplemente un sujeto alienado al Otro, sino que ya está separado, es un sujeto que ya debería ser capaz de asumir, en cierto modo “por su cuenta, el lugar de una cierta identificación fundamental a partir de la cual habla. Pero esto es precisamente lo que resulta problemático, porque esa identificación que permite hablar no está dada de entrada. Esto no lo encuentra el sujeto en un significante del Otro. Sino que la enunciación implica algo más, una operación en el propio sujeto, algo que nadie le puede ahorrar. Hay que tener en cuenta, entonces, que en este seminario el fantasma ocupa el lugar de una identificación que no está dada en el Otro. No es una identificación a los significantes del Otro.

Para ver de qué estamos hablando, conviene pensar en la clínica, la clínica de la vida amorosa. Podemos decir que si la cuestión del partenaire amoroso es tan importante para el sujeto, es ciertamente porque es una de las vías para responder a la problemática del ser del sujeto, más allá del atravesamiento del estadio del espejo y ya de un modo distinto. Una de las formas a través de las cuales tratamos de responder a lo que somos pasa, extrañamente, por lo que aquí Lacan llama el objeto del deseo, que en este sentido es un curioso heredero del otro imaginario del estadio del espejo. Por un lado estará hecho con las pulsiones parciales del sujeto, porque son esas las formas que adquiere la libido disponible, pero por otro lado se tiene que encarnar, necesariamente, en la figura de un otro imaginario.

Por eso el partenaire amoroso contiene elementos identificatorios muy importantes para el sujeto. Y es en virtud de esta identificación que eso puede ocupar, o como mínimo alojar – ésta, el alojar, es la perspectiva que luego se acentuará definitivamente en el Seminario XI, con la expresión: “en ti más que tú” – cierta identificación del ser. En la retórica amorosa hay mucho de eso. Todo el tema de la media naranja, por supuesto, o por ejemplo la frase: tú eres la niña de mis ojos. En esta frase se ve la mezcla entre lo que sería de la dimensión de lo libidinal, con algo de una identidad, además de este “niña”, que podríamos pensar a partir de la observación de que “girl = phallus”. Por eso el neurótico, obsesionado por lo que Lacan llama en “La dirección de la cura” la falta en ser, está muchas veces tan preocupado por encontrar a “su pareja”.

Se trata de un problema complicado, porque no se trata sólo de un desarrollo de lo que sería la identificación imaginaria primera, sino de qué modo esa identificación imaginaria, transformada, ocupara algo de lugar que queda en el Otro al quedar este último tachado, marcado por la barra. Es así como ese objeto, a, ocupará un lugar central. Pero claro, esto no se da sin algunas complicaciones más, porque no basta para ello con el objeto puramente imaginario que funciona como imagen del semejante. Ese objeto empieza a volverse entonces más complejo. Por un lado, Lacan aludir a un elemento real en su constitución. Por ejemplo, en el apartado 3 del capítulo XXI leemos: “Este a que, por su parte, no es un símbolo, sino un elemento real del sujeto, es lo que interviene para soportar el momento, en el sentido sincrónico, en que el sujeto desfallece para designarse al nivel de la instancia del deseo”. Y luego lo define como “efecto de la castración”.

Pero la cosa se complica más todavía, porque en la última página del capítulo XX, leemos: “El a minúscula es un término oscuro, un término opaco, que participa de una nada, a la que se reduce. Es más allá de esta nada donde el sujeto va a buscar la sombra de su vida, perdida de entrada”. Podemos entender esta nada, para empezar, porque este objeto es “efecto de la castración” – y aquí hay que entender que la castración es también del Otro – lo que inscribe ahí ya un vacío. Pero el fantasma, y este es un punto crucial, produce una especie de positivación de esta nada, haciendo uso para ello de la dimensión imaginaria que alojará la vida. Es muy fuerte la tensión entre la dimensión real, el vacío incluido en el objeto y lo que podríamos llamar su casulla imaginaria.

Luego, en la página 418, capítulo XXI, leemos: “Para el sujeto, en tanto sujeto que habla” – es decir, no ya hablado por el Otro sino como sujeto que habla – “el a aparece como vacío”. Lacan añade entonces que ningún significante garantiza la secuencia de los significantes. Y aquí viene la operación que yo quiero subrayar, que es la emergencia de la dimensión imaginaria del objeto en ese mismo lugar: “El sujeto entonces hace venir de otra parte, de lo imaginario, algo de una parte de sí mismo en tanto que él mismo está comprometido en la relación imaginaria con el otro”. Esta frase es un poco endiablada. Pero ¿qué es lo que está diciendo aquí Lacan? Que es en el lugar mismo en que el sujeto no encuentra una respuesta del Otro del significante, donde recurre – modo de suplencia, podemos decir – a algo imaginario, pero no cualquier cosa sino “una parte de sí mismo”. Tenemos pues los dos lados: es una parte del sujeto, algo de lo que serían las pulsiones parciales – o sea, del cuerpo como vivo, aunque ya descompletado por la castración, no ya el cuerpo vivo sin recortar del estadio del espejo – pero en tanto está implicado en una relación imaginaria. Es así como el objeto del deseo viene a ocupar ese lugar tan fundamental.

Toda la cuestión ahora es cómo se podrán conjugar todos estos aspectos distintos en torno a un mismo objeto: un vacío, un elemento real libidinal, una identificación imaginaria, la suplencia de una identificación que no se encuentra en el significante… Se trata de conjugarlos todos sin aplastar estas distintas dimensiones. Es entonces cuando la solución se esboza por el lado de cierta topología. De ahí el título del capítulo siguiente, el XXI: “La forma del corte”, que me permitiré llamar un punto de capitonado del seminario. En efecto, ahí todo esto empieza a ordenarse. Por un lado Lacan habla de el deseo en tanto que metonímico, y por otro del fantasma vinculado con la función del objeto que está definiendo en estos términos.

Vemos cómo se va elaborando este punto. En la página 418, leemos: “En este objeto encuentra el sujeto su sostén. En el momento en que se desvanece ante la carencia del significante para responder de su lugar de sujeto a nivel del Otro…”

Esto tiene mucho alcance. Se trata, en efecto, de hacer confluir todos los cabos sueltos. El grafo del año anterior, constituido a partir de la demanda, ya no se sostiene igual. El punto de capitonado mismo podría estar en cuestión, parece que hay que asegurarlo de otra manera. En todo caso, está claro que ya no basta con la dialéctica de la demanda. Así, leemos: “A este nivel donde el sujeto trata de reconstituirse, de reunirse consigo mismo en la demanda que dirige al Otro, para autentificarse como sujeto de la palabra, la operación de división se detiene, en la medida en que ese cociente que el sujeto trata de obtener, de alcanzar, permanece suspendido en presencia de la aparición en el nivel del Otro, de aquel resto, mediante el cual el sujeto mismo aporta el rescate…”. Es decir aquí está todo. El sujeto como sujeto de la enunciación, en el momento que trata de dirigirse al Otro con una palabra que es de él, no del Otro, necesita otro apoyo. Y entonces aparece la dimensión de una suplencia en la continuación de esta misma frase: “…la operación de división del sujeto, se detiene en la medida en que puede situar a nivel del Otro ese resto mediante el cual el sujeto mismo aporta el rescate, y suple la carencia a nivel del Otro del significante que le responde. Este cociente y este resto permanecen aquí en presencia el uno del otro, y sosteniéndose el uno por el otro. El fantasma no es ninguna otra cosa más que este enfrentamiento perpetuo de $ y a minúscula”.

Hay que destacar este término, “rescate”, en francés “rançon”, que resulta muy interesante para entender de qué lógica se trata. Se trata del rescate como de una suma que se paga en un secuestro, no es cualquier cosa. O sea, el sujeto tiene que poner algo suyo para rescatar algo del Otro desfalleciente, pero sobre todo para rescatarse a sí mismo. También es destacable el término “cociente”, que parece aludir a la división, a $. Mientras que el rescate es a.

Aquí se ve como en este momento, al final del seminario hay una especie de intento de síntesis, que es una respuesta diferida al problema de la enunciación tal como éste está planteado en las primeras lecciones. Todo apunta a reconstituir – es el verbo mismo que usa Lacan – a partir del fantasma lo que sería el je de la enunciación. Es un punto fundamental.

Hablar de sujeto de la enunciación supone plantear la problemática de la identificación. Así, mientras que en el Seminario V la enunciación parecía estar garantizada, poder apoyarse en algo, porque había un sujeto identificado con el Otro, y la identificación consistía en el atravesamiento de los dos pisos del grafo para alcanzar, al final del recorrido, I(A)… aquí el valor de esta identificación, sin ser desmentido, es relativizado. Esa identificación con I(A) no da para hablar en nombre propio, no sustenta al sujeto de la enunciación. Ahora Lacan dice que hay algo en esta operación que permanece suspendido, y que lo que funciona como punto de síntesis y de abrochamiento requiere la participación del fantasma.

Resulta llamativo que se hable en este contexto de “suplir”, porque esta perspectiva de la suplencia la introdujo primero en la psicosis, no en la neurosis. Porque antes se suponía que la estructura, en la neurosis, no tenía esa falta central, ésta sólo se producía por la forclusión. El Nombre del Padre estaba ahí y con él era suficiente. Aquí, fuera del campo específico de la psicosis, en la estructura pensada en general, hay ya una carencia. Y se trata de ver cómo se puede suplir eso. Lo que nos está diciendo Lacan es que con un elemento imaginario se puede suplir una carencia simbólica… aunque no es cualquier elemento imaginario, y además no es sólo imaginario. Por eso antes, en el mismo seminario, Lacan alude a la necesidad de reunir los tres registros, incluso en términos de nudo. Lo vemos en la introducción del capítulo VII: “.. lo que trato de demostrar es que el deseo no resulta de algunas impresiones dejadas por lo real, sino que sólo se puede captar, comprender, en el nudo más estrecho en que para el hombre se anudan conjuntamente lo real, lo imaginario y su sentido simbólico”. Y luego añade que este es el motivo por el que la relación del deseo con el fantasma se inscribe, en el grafo, en el campo intermedio entre las dos lineas “estructurales de la enunciación significante”. Vemos, entonces, por qué el objeto del deseo, alojado en el fantasma fundamental, se va elaborando como no sólo imaginario, sino estructurado también por una operación simbólica – operación que incluye entre otras cosas el corte – y añadiendo un elemento real que todavía cuesta de especificar.

Como otras veces en la enseñanza de Lacan, vemos esta anticipación de ciertos temas. Este esfuerzo por articular elementos heterogéneos pero que coinciden en un punto, es lo que mucho más adelante, se desarrollará sistemáticamente en términos de nudo, lo cual implica, por supuesto, reconocer que la topología del grafo del deseo no es ya la que conviene. A lo que podemos añadir que esto es porque esta topología es demasiado dependiente del Nombre del Padre y su efecto de punto de capitonado metafórico.

Y en esta exploración de las consecuencias de esta nueva definición del grafo y su dinámica, con la valorización de elementos imaginarios y, en particular, del fantasma, hay otro tema importante, que quiero destacar. Lo que voy a leer es uno de esos pasajes fulgurantes de Lacan donde se ve cómo está tratando de resolver un problema y anticipa respuestas. Al inicio del apartado 2 de la página 420 dice: “Decimos que, en el momento del deseo, se apunta a una nominación, que revela ser desfalleciente, del sujeto” Y sigue: “El sujeto en el fantasma está al borde de esa nominación, y eso es lo que define su papel estructural”. ¡Es muy fuerte!

O sea, primero separa deseo y fantasma. Y entonces, por un lado, vincula el deseo con el desfallecimiento de la nominación y, por otro lado, vincula el fantasma con un estar al borde de la nominación.

 

Deseo > desfallecimiento de la nominación

Fantasma > al borde de esa nominación

 

Yo creo que la experiencia clínica de la psicosis está presente en esta reflexión, porque en una serie de fenómenos psicóticos que Lacan nos muestra, se ve claramente cómo puede haber un efecto de nominación en una alucinación, que es un significante, pero relacionado con algo pulsional. En última instancia es también un objeto, hay un objeto en juego en esa identificación. Por ejemplo, el famoso caso de la alucinación “¡Marrana!” Marrana es una nominación. Es una nominación de tipo psicótico. Y hay que destacar que ese nombre de goce, que es también cierta forma de objeto – para empezar, porque pone al sujeto mismo en el lugar de un objeto de goce de un Otro – surge precisamente en el lugar en que lo simbólico fracasa. Así, allí donde lo simbólico, por la forclusión del Nombre del Padre, no nombra al sujeto, surge el nombre de un objeto. Donde falla una nominación, aparece otra.

Pero como hemos dicho antes, ahora Lacan ya no piensa que la carencia de lo simbólico sólo concierna a la psicosis, de manera que algo de ese mecanismo, aunque a otro nivel, también funciona. Y en cierto modo esa es una de las dimensiones del fantasma fundamental. Aunque hay, por otra parte, un matiz muy importante, porque como hemos visto se especifica: “al borde de una nominación”. Esto es muy preciso, porque vemos en efecto que hay una diferencia entre una alucinación auditiva y un fantasma. Es verdad, el sujeto en el fenómeno psicótico no está al borde de una nominación, está nominado, del todo nominado. El sujeto en la alucinación cree ese nombre a pies juntillas, aunque lo rechace con todas sus fuerzas. Lo rechaza tanto porque lo cree, precisamente. En el fantasma, por el contrario, es “casi” una nominación, un “a punto” de que lo sea. En francés, “au bord de” es tanto temporal como espacial, a punto de y cerca de. No acaba de serlo y sin embargo, si lo pensamos bien, estructuralmente ocupa un lugar equivalente al que Lacan sitúa en la psicosis cuando, en el Seminario III, trata el ejemplo de ¡marrana! como una forma de identificación. Aunque en aquel momento Lacan destaca más su dimensión imaginaria, vemos que es un nombre de goce para el sujeto.

Pensando un poco mejor la diferencia entre lo que ocurre en la psicosis y en la neurosis, para ver la distancia entre el fenómeno elemental y el fantasma, una manera de entenderlo es la referencia a la topología del borde, leyendo al pie de la letra esa fórmula: “al borde de una nominación”. Y lo crucial aquí es justamente el tema del borde. Es decir, aquí hay algo que tiene una topología distinta, gracias a la cual, el peso de ese nombre de goce no cae sobre el sujeto con todo su peso real. Podríamos decir que ese objeto nominador está negativado, aligerado, vaciado. Esta cuestión del borde es la que se empieza a pensar aquí a partir de la dimensión del corte y que más adelante ocupará a Lacan mucho tiempo, muchas elaboraciones. Lo que, por otra parte, le obligará a cambiar la topología – pasar del grafo a la banda de Moebius, en particular, pero eso todavía no ha llegado en este seminario.

Por eso a lo largo de estos últimos capítulos, cuando de lo que se trata es de ir profundizando en lo que supone hablar de fantasma fundamental, va situando ese lugar crítico del objeto como algo que sitúa el goce del sujeto, pero también introduce un cierto vaciamiento y también cierta distancia. De hecho, el ◊, el losange entre el $ y el a representa cierta distancia, el sujeto mantiene cierto tipo de identificación, pero al mismo tiempo el objeto está fuera – podemos decir que es éxtimo. Es decir que gracias a lo que más adelante Lacan situará como la dimensión de extracción del objeto, su peso de goce y su fuerza de identificación no están presentes con toda su virulencia, masivamente. Pero, a pesar de todo, es interesante comprobar que en la misma página, Lacan va a introducir la pregunta por lo real. Hablando del sujeto, dice: “La primera fórmula que puede ocurrírsenos es que él debe sostenerlo realmente, sostenerlo con su propio real, consigo mismo en calidad de real”.

Es decir, si recordamos al sujeto de esta mañana, en quien aislamos algo de la posición del sujeto maníaco, vemos que él no estaba dispuesto a sostener eso con su real. En otros términos, podemos decir que no quería poner ahí nada, pagar con algo vivo, en términos de castración y de objeto perdido. Ahí vemos, en este tipo de casos, la disfunción radical del fantasma, en particular el fracaso de la función del objeto, porque lo que nos viene a decir Lacan es que el objeto es algo que se constituye mediante un cierto sacrificio, la “rançon”. Es decir, algo del goce del sujeto queda alojado en el objeto, separado, pero porque él lo pone ahí, perdiéndolo de algún modo. Eso significa que el sujeto ha puesto algo de su real, del todo singular, en ese objeto, de tal manera que éste adquiere una densidad suficiente para poder sostener el lugar de esta identificación imposible, en cuyo borde se mantendría el sujeto, pero que en su misma imposibilidad constituye el centro mismo de la subjetividad, de da su estabilidad.

Mónica – Que va a ser la libra de carne en el Seminario VII.

Efectivamente, la libra de carne. Vemos, pues, cómo Lacan va progresando. Podemos ver que ha ido dando pasos a lo largo del tiempo. Primero parte de la idea de que allí donde lo simbólico no alcanza aparece lo imaginario, como cuando empieza a penar lo que es la suplencia en las psicosis… y luego también en el trabajo de Juanito, todos los elementos que l niño usa para suplir la carencia paterna. Luego ve, en su misma experiencia de la psicosis, que no es suficiente con lo imaginario, que lo que estabiliza la relación del sujeto psicótico con esa deriva imaginaria es la alucinación como una especie de nominación real, que fija al sujeto a un significante de goce. Y por supuesto, luego hay que introducir, poder pensar bien la diferencia entre la alucinación psicótica y el fantasma neurótico, para poder entender el tipo de estabilización o fijación que supone el fantasma.

Resumiendo: aquí hay una dimensión de nominación, se nombra algo del goce del sujeto, pero al mismo tiempo el sujeto está separado de ese real a través de una estructura de borde, que hace que ese objeto esté, al mismo tiempo constituido por un goce en su positividad, pero también marcado por un vaciamiento. Esté vaciamiento está relacionado con la castración, pero es relacionado en una perspectiva más inclusiva, más general, con la función del corte. Todos estos elementos están presentes en las últimas lecciones del seminario. Son términos que nos pueden parecer muy complicados pero son muy clínicos.

Se me ocurre una reflexión general sobre el avance de la teoría en la enseñanza de Lacan. Creo que se puede decir, en más de una ocasión, que los mismos elementos de formalización que introduce para construir un paradigma acaban siendo los mismos que lo subvierten. Así, él toma metáfora y metonimia para explicar el Edipo freudiano, y obtiene ese resultado fantástico que es la fórmula de la Metáfora Paterna, superando ciertos impasses del Edipo. Pero finalmente esos mismos elementos acaban, con todo su poder de formalización, mostrando las inconsistencias de su propio paradigma teórico. Entonces eso implica una necesidad de reacomodar todos los términos. Vemos que cada seminario de Lacan es la puesta en crisis de un resultado anterior de su investigación. Aquí se ve claramente. O sea, sumergiéndose en las tripas de la metáfora paterna – seminario IV y V – encuentra allí la metonimia… y cuando da su lugar a la metonimia en la estructura, entonces todo se mueve, se desestabiliza.

Cambiando ahora de tercio, hay otra problemática importante que también recorre el seminario VI. Tiene que ver con la cuestión del falo y su relación con la problemática del objeto. Ahora que Lacan se ha atrevido a decir que lo que es verdaderamente la relación de objeto es $ ◊ a, la cuestión es qué lugar ocupa el falo en esto. O sea, cuando el objeto ya no es objeto de la demanda, o sea, no es un objeto fundamentalmente significante, queda pendiente qué parte del objeto, por así decir, se puede incluir en la serie de equivalencias que implica al falo como una especie de mínimo común denominador, y qué parte del objeto no entraría en la medida fálica, o sea, no se puede reducir ni a lo imaginario ni a lo simbólico del falo.

Hay una necesidad de repartir, de descomponer la dimensión del objeto. Así como en el seminario anterior Lacan había acentuado la dimensión significante del objeto, como objeto de la demanda, aquí se trata de dar al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios. Lacan hace un esfuerzo para ver, en esta nueva concepción del objeto que está desarrollando, la cuenta pendiente que dicho objeto tiene con el falo. No quiere poner demasiado rápidamente toda esta nueva elaboración sobre el objeto a cuenta de las pulsiones parciales. De modo que, en esta nueva vuelta que le da, tiene que examinar hasta qué punto todo eso no puede ser reducido a la medida fálica. Y, por supuesto, no todo puede ser reducido… pero bastante sí puede serlo. Como mínimo tiene que ser articulado con él.

Hay un capítulo muy interesante en este sentido, que ocupa un lugar intermedio en este trabajo. Es el capítulo VII, titulado: La mediación fálica del deseo. Fíjense el orden de los capítulos. El seis es Introducción al objeto del deseo, y el siete, La mediación fálica del deseo. Lacan es en esto bien metódico. No se lanza a desarrollar toda su teoría del objeto del fantasma – en tanto que implica el elemento real que empieza a asomar la nariz – sin hacer el esfuerzo de verificar hasta qué punto esto de lo que estamos hablando, no podía ser ya descrito en términos de las equivalencias fálicas.

Porque en cierto modo se le podría decir: de todo esto que usted nos dice, Freud ya había dado el primer paso. Por un lado había descrito las pulsiones parciales, y había dicho que no hay una “unificación pulsional” (Ganzesexualstrebung), pero que lo que cumple el lugar de la unidad que no existe de entrada entre las pulsiones es la equivalencia simbólica, que implica el falo como medida general de goce. La medida fálica, en efecto, constituye cierta unificación de los objetos a través de una equivalencia. Y aquí Lacan tiene que hacer el trayecto inverso de Freud. Tiene que ir del falo al objeto parcial, para pensarlo de otra manera.

No vamos a poder entrar en detalle en este punto, pero puedo adelantar mis impresiones. ¿Cuál es el problema de esta equivalencia freudiana, de la medida fálica de lo que serían los objetos? Y por otra parte, si no es a través de esta mediación fálica común, ¿cómo pasar de los objetos, en plural, al objeto, en singular, algo que resulta imprescindible para hablar de “fantasma fundamental”? El problema es que eso pasa por el Otro. Es decir, que el significante fálico es introducido por el Otro. El objeto, en tanto fálico, o sea, en tanto equivalente al falo, depende demasiado del Otro.

El problema, entonces, es que el objeto en esta perspectiva da razón del deseo del Otro. Pero aquí Lacan está preocupado por el deseo del sujeto, un deseo más allá de la separación respecto del Otro. Y esto supone un cambio de estatuto del objeto como tal. Aquí se anticipa un cambio importante, que tiene que ver con el vuelco de los años sesenta. Esto se entiende si se ve que en toda una época Lacan piensa el deseo del sujeto partiendo del deseo del Otro. Pero aquí se ve que se terminó esa historia. Esto, el objeto dependiente del Otro, ya lo había articulado Freud en gran medida, o Lacan lo había leído en Freud y lo había formalizado. Y aquí Lacan está cada más ocupado en decir lo que Freud no había hecho. O sea, aquí se ve un más allá de Freud. Un más allá del Edipo freudiano. Un más allá de todos los elementos del Edipo freudiano. Y el objeto cambia de definición, es un objeto separador.

Lacan, por supuesto, había dedicado un gran esfuerzo a formalizar el Edipo freudiano en términos de falo, castración y la metáfora paterna. Ahora todos estos términos son reevaluados, se confirma su valor, pero también para ver en qué punto son insuficientes. Vemos pues ahora la revisión del falo en la nueva perspectiva del objeto que se empieza a introducir. Habrá que estar atento. Sería interesante ver en estos capítulos lo que iría más allá de la referencia al falo para poder situar aquello del objeto del deseo que ahora le interesa a Lacan. Creo que este es uno de los motivos por los que se introduce en este seminario el término de “corte”.

¿Cómo entender esto? Una forma de pensarlo es que Lacan busca una operación que se pueda pensar en una perspectiva más general que la castración. El corte se puede entender como una función que hace que la castración sería una modalidad más, pero el corte va más allá. Y tiene la ventaja de poder situarse más allá de lo imaginario y lo simbólico, relacionado con las alusiones que hace Lacan, como antes vimos, al “nudo” en el que interviene algo real. Así, la idea de corte es una idea mucho más general, implica que no todo es castración. No todo es castración, operación que implica muy fuertemente al Otro.

Además, en esta perspectiva más general y más compleja, además de que la operación que interesa no es sólo imaginaria y simbólica, se trata de poder pensar algo que Freud insinúa, pero que no acaba de formalizar, y es que en la castración no sólo hay pérdida, sino que también algo se recupera. Se tratará entonces de poder pensar qué función tendrá a partir de ahora ese pedazo separado, que ya no se puede entender sólo en la dialéctica falo/castración. O sea, el resto metonímico de la operación es mucho más importante, al contrario de lo que la palabra “resto” daría a entender. El corte da lugar a un “recorte”, no es sólo la desaparición de algo. Es decir, se trata ahora de poner el acento no en la pérdida, sino en una recuperación. Cosa que es central para pensar la función del fantasma. Esto se sitúa necesariamente más allá del Otro y de la medida fálica de los objetos de goce introducida por el Otro como tal. El corte, entonces, es tanto un recorte del objeto como tal, como también una operación de separación con respecto al Otro. Como luego se va a desarrollar de un modo muy detallado en el Seminario XI. Vemos que eso empieza a elaborarse aquí, mucho tiempo antes.

En este repaso de la función del objeto y su relación con el falo, los límites de la mediación fálica, es interesante el objeto Ofelia. Porque ahí aparece también algo que va más allá del falo. En el caso de Ofelia aparece la paradoja de que ese objeto como objeto caído, muerto, incluso precisamente como muerto, sigue teniendo todo su valor de goce. Incluso demasiado. No es solamente la castración. Hay algo de un goce positivo que funciona como una condición resistente. El sujeto Hamlet ha tratado de destituir al sujeto Ofelia, la destituye de su valor fálico, menospreciándola, empujándola a la caída, como un resto sin valor… pero ¡ay! No es tan fácil – como por otra parte descubren muchos hombres tras separarse de una mujer. Tras la destitución fálica final, la muerte, Ofelia recupera todo su valor y más. Y entonces es la vida del sujeto la que está en peligro. Ahí es donde Lacan habla del lado “necrofílico” de Hamlet. Tiene que ver con esta idea, de que no todo termina con la cuestión de la castración. Sino que el objeto que se recorta tiene una función de goce fundamental. O, dicho de otra manera, que la operación de castración, si es pensada como corte, se ve que genera algo “imperdible”. ¡El problema es que ni siguiera se pierde con la muerte! Puede seguir demasiado presente. Y es cierto que no es evidente lo que puede pasar con los rasgos de goce de alguien cuyo partenaire muere. El duelo es complicado y también supone algo de reacomodación de un goce real.

Por supuesto, en todo este examen del objeto más allá de la castración, Lacan vuelve una vez más a interesarse por la perversión. En este seminario Lacan se ocupa de nuevo de la perversión, como hace recurrentemente, en su indagación de la función del fantasma vinculado a una recuperación de goce. Es un elemento a tener en cuenta en nuestra lectura, y que nos recuerda una vez más que la referencia a la perversión no es solamente en el sentido de una clínica diferencial. Por el contrario, busca en algo de la perversión una lógica del fantasma que afecta a la neurosis en cuanto tal.

También sería interesante comprar esto con referencias anteriores de Lacan a la cuestión de la perversión y ver qué cambia. Porque, por ejemplo, vemos que en el Seminario IV hay las referencias a la joven homosexual, también en el Seminario V hay alguna referencia a Gide. La cuestión de la perversión surge así en distintos lugares en la obra de Lacan. Un lugar importante, siempre vinculado a preguntas sobre la cuestión del goce y la relación del sujeto con el objeto de su deseo. Pero a medida que la cuestión del goce se va pensando de formas distintas – en cada paradigma, por así decir – la forma de pensar la perversión también cambia.

Recapitulando, antes de terminar, quiero destacar que hemos hecho una lectura de este seminario siguiendo una tensión de fondo que lo recorre. Y voy a retomar brevemente algunos puntos para completarlos.

Vemos, entonces, que después de haberse pasado el año anterior construyendo el grafo, que es primero el grafo de la demanda, empieza en las primeras lecciones construyendo otra vez el grafo, pero ya como grafo del deseo. Es como si algo hubiera quedado pendiente. A mi modo de ver, la razón secreta de esta tensión, como ya he dicho antes, es lo que en el capítulo VI, aparece explícitamente con la valorización de la función de la metonimia. En la página 114 aparece una frase destacable en este sentido: “Aun así, podemos sobre todo preguntarnos si, a la pregunta acerca de cuál es el anhelo de ‘según su anhelo’, no corremos acaso siempre el riesgo de darle alguna respuesta precipitada, prematura, y de ofrecer así al sujeto la ocasión de evitar lo que está en juego, a saber, el atolladero en que lo mete la estructura fundamental que hace del objeto de todo deseo el soporte de una metonimia esencial”.

Todo radica en este punto: la metonimia esencial. Ya no es una metonimia superflua. El punto de viraje conceptual se produce a partir del momento en que la metonimia, en vez de aparecer como algo secundario, aparece en este lugar esencial. Esto exige todo un reordenamiento, una reinterpretación de esa estructura que es el grafo. La pregunta que se hace Lacan a partir de aquí es: si el deseo está sometido a la metonimia esencial, ¿qué podría dar su legitimidad al deseo, qué es lo que daría al objeto del deseo su sanción, por así decir, también su estabilidad, más allá de la articulación del deseo con la ley por la metáfora paterna?

Es decir, aparece toda una problemática que es de largo alcance. Si ya no Otro del Otro, el deseo del Otro y el ideal no pueden legitimar al deseo. El año anterior, en el Seminario V, Lacan habla del padre que autoriza, el padre que dice que sí, que ya no solamente es una figura de castración sino que también es un padre que legitima el deseo. Pero ahora se trata de cómo pensar esto más allá del Edipo, más allá del padre. La solución no es evidente. Hay un gran problema, porque lo que queda tocado es la relación entre el deseo y la ley. No anulado, pero sí cuestionado, limitado en sus efectos. Se va a tener que introducir algún otro tipo de mecanismo, algo suplementario.

Por otra parte, hay alguna reflexión de detalle que quizás podríais tener presente para el trabajo que hagáis a lo largo del año. Este seminario está lleno de detalles. Así, tras haber planteado esta cuestión de la metonimia fundamental, sorprendentemente, en el capítulo XX, El fantasma fundamental, dice en relación al fantasma, que este introduce la perspectiva sincrónica, como una estructura mínima que sostiene al deseo. Así, la fórmula del fantasma se se inscribe en el lugar mismo de lo que sería la detención de la metonimia, y por lo tanto sería equivalente al punto de capitonado – o estaría articulada con él. Esto va en la dirección de una relativización de la operación metafórica, o por decirlo de otro modo, del lado significante del punto de capitonado. Aquí aparece otro lado de la cosa, el valor que tiene el fantasma mismo como algo que, de la metonimia, extrae un punto de fijación que no pasa por el sentido. Me parece que esto es también uno de los motivos por los que Lacan habla de fantasma fundamental.

Luego, hay que destacar todo el valor del tema de la nominación, la identificación y el sujeto de la enunciación, que es también uno de los ejes, problemáticos y también cruciales, de este seminario. Por ejemplo, en el capítulo XX volvemos a ver eso que insiste y aparece bajo distintas formas a lo largo de todo el recorrido. Es decir, el fantasma como aquello que ocuparía el lugar de una identificación fundamental que sería en el límite, imposible. Por ejemplo, dice: “Lo que permitiría al sujeto identificarse como el sujeto del discurso que él sostiene”. Y aquí la fórmula condicional es muy importante… “permitiría”… muy distinto que decir “lo que permite”.

Esto se debe al hecho de que plantear radicalmente el inconsciente como división tiene como efecto que el sujeto no puede designarse en el inconsciente, no puede nombrarse como sujeto. Y esto se relaciona con una dificultad que Lacan había situado radicalmente en la psicosis desde su “Cuestión preliminar”: que el sujeto, cuando tiene que tomar la palabra, se encuentra con que no puede situarse como sujeto de la enunciación. Y es ahí precisamente donde surge la alucinación, en el lugar de la palabra fallida del sujeto. Aquí esa dificultad ya no es sólo del psicótico, sino que es estructural, para todo el mundo. Se trata de ver cómo responde el neurótico a eso, o dicho de otra manera, qué responde por el sujeto neurótico en ese lugar de la dificultad que es decir “yo”, hablar en nombre propio.

¿Qué construye el sujeto para poder fundamentar, por así decir, este lugar vacío del sujeto de la enunciación? Una cuestión que quedaría pendiente sería pensar en los límites que tiene este planteamiento que aquí explora Lacan: pensar la problemática de la nominación por el fantasma. Es una dimensión un poco resbaladiza, como se ve por el modo en que todo queda en el terreno de un “al borde de”… Pero por un tiempo al menos, todo dependerá del valor real que pueda llegar a adquirir el objeto a. Aquí se empieza a ver como necesidad teórica, pero durante los años 60 el seminario se va a dedicar en parte a esto, a explorar esta hipótesis: cómo pensar el objeto a como real, o como mínimo como más real.

Como veremos más adelante, el fantasma no va a ser suficiente para introducir la dimensión de lo real, y Lacan va a orientarse hacia otra dimensión de la clínica que es la dimensión del síntoma. Por supuesto, existe la tentación de decir: ¡si ya sabemos que finalmente la respuesta última no está en el fantasma, pues vamos directamente al seminario XXIII y agarremos al síntoma! Pero es un error. Porque de lo que se trata es de ver este esfuerzo de Lacan y ver cómo todo este largo recorrido es en sí mismo una especie de operación de extracción. Primero, extracción de esta función del objeto, en singular, más allá de la diversidad de los objetos, y luego poner a prueba su estructura, también su lugar central en la estructura. Habrá que agotar esta lógica para poder volver al síntoma de otra manera. Como dijo Miller hace muchos años: “del síntoma la fantasma … y retorno”.

Enric Berenguer