“Freud señala que los obsesivos no son tan accesibles al análisis como las histéricas, que tienen mucho menos que consultar, que esconden su mal en la vida social y acuden al análisis cuando su estado es gravísimo. No acceden tan fácilmente al análisis como las histéricas porque están enzarzados en el debate no con el Otro, encarnado efectivamente en un amo, sino consigo mismos. En eso la neurosis obsesiva es una enfermedad de la intrasubjetividad, no de la intersubjetividad; por eso pedirle análisis al otro, a otro, constituye un obstáculo al inicio mismo del tratamiento porque implica confesar su falta. Y puede muy bien pedir análisis a otro pero para ponerse de inmediato, en la práctica, a adularlo, quedándose pues solo, imaginariamente, en la experiencia analítica. Por eso, contrariamente a la histeria, la neurosis obsesiva no crea vínculo social.”
Miller, J. A., (1989), “La contribución del obsesivo al descubrimiento del inconsciente”, Introducción a la Clínica Lacaniana. Conferencias en España, RBA, Barcelona, 2006, pág. 194.
Selección: Jesús Sebastián
Comentario:
En una conferencia en la que Miller[1] se interroga acerca de la pregunta en la experiencia analítica, diferencia analizantes “preguntones” de otros que no lo son; y contrapone la posición de la histeria con la de la neurosis obsesiva. El sujeto obsesivo no plantea preguntas, no espera respuestas más que de sí mismo; la paradoja de su posición reside en que al plantearse las preguntas a sí mismo, él es quien no sabe, y a la vez, quien debe dar la respuesta. Esto permite entender la inmovilización del sujeto obsesivo, -esta es ya una salida ante esa pregunta-, a la vez que el enorme trabajo que realiza para poder dar la respuesta. No quiere recibir la respuesta de otro. Esto explica también sus dificultades con la interpretación; Miller lo nombra como “intolerancia” a la interpretación. Es por esto que Lacan en sus primeros textos llama “intrasubjetiva” a esta posición, en tanto el sujeto obsesivo no se dirige al otro. El analista es un desecho primordial, y el Sujeto-supuesto-Saber, -poder saber un día la respuesta a la pregunta-, es el sujeto mismo.
La entrada en análisis no será posible sin la histerización del sujeto, sin que éste se abra a la relación con el otro, el analista[2].
El síntoma es lo que conduce a un sujeto a análisis. Es la manifestación sintomática del inconsciente situable en el dispositivo preliminar a la entrada en análisis. Pero eso que no funciona para un sujeto, no es de entrada un síntoma en el sentido analítico del término.
“No hay causa sino de lo que falla”[3], nos señala Lacan. También nos dice a propósito del síntoma obsesivo, que el síntoma, para hacerse analizable, “para llegar al estado de enigma aún no formulado” requiere que surja esa dimensión de la causa, causa oculta de eso que se impone. El análisis no parte del enunciado del síntoma con su forma clásica definida desde siempre, sino del reconocimiento de que “eso funciona así”. El síntoma sólo queda constituido cuando el sujeto se percata de él; sabemos que hay formas de comportamiento obsesivo en las que el sujeto no sólo no ha advertido sus obsesiones, sino que no las ha constituido como tales. En este caso, nos dice Lacan, “el primer paso del análisis es que el síntoma se constituya en su forma clásica, sin lo cual no hay modo de salir de él, porque no hay modo de hablar de él, no hay modo de atrapar al síntoma por las orejas”[4].
Para que el síntoma salga del estado de enigma todavía informulado, el paso a dar no es que se formule, es que en el sujeto se perfile algo tal que le sugiera que hay una causa para eso. Se entra en el análisis por una puerta enigmática.
Es también condición necesaria para que pueda haber un análisis, en este tiempo previo de entrevistas preliminares, el surgimiento del sujeto-supuesto-saber. De ahí, que deba producirse, en el caso del sujeto obsesivo, la apertura al Otro.
En esto, su apertura al otro le da a la histérica una pequeña ventaja sobre el obsesivo en el camino al análisis. A partir del algoritmo de la transferencia de Lacan, Laurent propone la tesis de que las suertes de entrada en análisis están ligadas no con la producción de la cadena del saber, que existe siempre, sino con lo que puede ocurrir, o no, en este punto: que se suelte el sujeto supuesto al saber. Porque en este punto, esto puede no ocurrir; es algo que está ligado al amor[5].
El sujeto obsesivo puede muy bien pedir análisis a otro pero para ponerse de inmediato, en la práctica, a adularlo, quedándose pues solo, imaginariamente, en la experiencia analítica. Una experiencia analítica que equivoca la puerta de entrada, puede conducir directamente a lo que Miller evoca como “placer del psicoanálisis”. Por ello el esfuerzo exigible a quien demanda un análisis, para evitar el dormir que recubre la verdad que revela su síntoma, esfuerzo que consiste en contrariar el principio del placer. Y hace falta algo que empuje para que alguien esté dispuesto al esfuerzo del análisis.
Carmen Conca
[1] Miller, Jacques-Alain. “Los preguntones”. Introducción a la clínica lacaniana. Conferencias en España. Pg. 64, RBA, Barcelona 2006.
[2] Miller, Jacques-Alain. “La contribución del obsesivo al descubrimiento del inconsciente”. Introducción a la clínica lacaniana. Conferencias en España. Pg. 198, RBA, Barcelona 2006.
[3] Lacan, Jacques. El Seminario 11, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis. Pg. 30. Ed. Paidós.
[4] Lacan, Jacques. El Seminario 10, La Angustia. Pag. 154. Ed. Paidós.
[5] Laurent, Eric. “Las suertes de entrada en análisis”. Seminario y Jornadas del Campo Freudiano en Barcelona, 1985. I Umbrales del análisis. Ed. Manantial.
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