El tiempo pone en crisis a la verdad, por Margarita Bolinches

Muchos de nosotros hemos visto, por los diferentes medios que han ido proliferando en estos meses, cómo la naturaleza ha seguido su ciclo de desarrollo con una actividad regenerativa exuberante: plantas, flores, árboles, crecían en lugares insospechados. Ciervos, delfines, pájaros se acercaban y tomaban posesión de los sitios que, hasta ese momento, habían sido desalojados.

Bastaron tres meses para que fuéramos nosotros los desalojados. Confinados en los espacios reducidos de nuestras casas asistíamos asombrados a los espacios vacíos de las ciudades, calles, tiendas, bares al mismo tiempo que la sombra de la incertidumbre iba ganando terreno. Y ¿Ahora qué? ¿Hasta cuándo?

Del narcisismo ingenuo de los que invocaban un ¡Salvemos el planeta! Pasamos a un ¡Sálvese quien pueda! Quizá muchos pudieron darse cuenta que el planeta podía seguir con y sin nosotros. Que éramos un elemento prescindible.

De la conciencia traumática de esa fragilidad surgieron dos respuestas distintas: la solidaridad  que bordea la angustia o la demanda a un Estado fuerte y protector. Esta última requiere seguir sus desarrollos y consecuencias…

1- Quizá a los tres momentos de castración, de límite como “ ofensa al amor propio de la Humanidad” que nos indicó Freud, en 1917, se podría añadir un cuarto: el de la pandemia actual. Ella inaugura una nueva conmoción en la creencia de dominio global en el que, nuestra época de mercados y de desarrollo científico- técnico, nos prometía un progreso ilimitado.

En el blog de Zadig salió un artículo de Phillippe Metz a quien agradezco el testimonio directo del equipo de urgencias de un hospital al este de Francia que recogió para nosotros. Las palabras de cada uno son esclarecedoras de la angustia que surge cuando se pierden los puntos de referencia ante lo imposible. Y cómo este imposible les empuja a dejar a un lado los protocolos y encontrar en su saber hacer, desde la subjetividad que nace contingente, su deseo de curar.

Recojo algunos de esos testimonios en los que se puede leer este encuentro con el agujero del Otro que les empuja a responder desde su singularidad, cuando se pierden los puntos de referencia.

«Antes del Covid-19, podíamos confiar en el conocimiento médico establecido. No digo que fuera mecánico, pero teníamos protocolos de cuidado, un saber-hacer, métodos de diagnóstico. Basándonos en los signos clínicos, podríamos medir la gravedad de la patología, hacer un diagnóstico fiable, dar el tratamiento adecuado. Hoy nada funciona(…) Tratamos de encontrar una estrategia, nos equivocamos todo el tiempo.»

“Sería casi deseable olvidar los conocimientos médicos, concentrarse en los signos discretos de la clínica, volver a los métodos empíricos, confiar en la propia intuición, en los propios sentimientos. No estamos acostumbrados a razonar de esta manera, es casi contrario a la ética de nuestra profesión, que se basa en la evidencia, en el método científico. Lo que funciona un día no funciona al siguiente, no hay leyes, ni reglas, no podemos aplicar nuestro razonamiento científico.»

Y concluirán

«Estamos frente a un extraño, una página en la historia de la medicina que se está escribiendo (…) La medicina se enfrenta a algo nuevo y tendrá que encontrar soluciones ante este imposible, ante esta desaparición de nuestros puntos de referencia.”

Y este testimonio no fue sin la presencia de un analista que les invitaba a encontrar un lugar desde donde atravesar la angustia con un decir propio funcionó como agente causa y por efecto de una transferencia. No es fácil conseguir esa transmisión subjetiva, en aquellos momentos, de un colectivo enfrentado a la urgencia extrema.

Ya Lacan, en 1947, nos invitaba a “encontrar en el impasse como tal de una situación, la fuerza viva de la intervención”. Esa es la fuerza que los sanitarios de todo el mundo han tenido que asumir no sin atravesar la angustia.

Publicado en X Conversación Clínica de Bilbao