Conferencia impartida por Rosa López en Salamanca, primera del ciclo “Cuatro analistas hablan de hombres” organizado por el Seminario del Campo Freudiano de Castilla y León.
Domingo 5 de junio de 2022
Un hombre manifiesta que su ideal de cuarto de estar es la sala de mandos de la nave espacial Enterprise: un confortable sillón rodeado de pantallas comandadas a distancia.
Al oírle, pensé que Star Trek (una serie de los años 70) reúne casi todas las fantasías masculinas a condición de añadirle los dos detalles que fueron elididos en la frase: para algunos hombres no hay nada mejor que vagar por el espacio sin moverse de sus cuartos mientras se masturban mirando pornografía en las pantallas.
El Goce del Idiota
Lacan afirmó que el goce fálico es el goce del idiota. Aclarando que usa este termino en su acepción etimológica: idiota es aquel que no se ocupa de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados. Si lo pensamos en términos eróticos podríamos decir que el goce del varón (que las mujeres comparten parcialmente) tiene una tendencia a aislarse del Otro y buscar la satisfacción en el propio cuerpo desde la posición del que mira.
Freud descubrió que la masturbación está en el origen de toda adicción, precisamente porque aquel que está casado con la botella, la droga, el porno u otros objetos que el mercado de consumo ofrece por doquier, se desinteresa del lazo social con los otros y se dedica a lo propio. El goce fálico es el del propietario que -ilusoriamente- cree poseer el objeto más preciado: un órgano que, en su estado de erección, ha sido objeto de todo tipo de representaciones desde los dibujos en los baños públicos hasta los obeliscos en las ciudades
Lacan, siguiendo la enseñanza de Freud sobre la condición masculina, llega a proclamar que “no hay mas felicidad que la del falo”, aunque inmediatamente añade una aclaración fundamental “el único que es feliz es el falo, no su portador”
El varón que se cree propietario es un infeliz convertido en contable del rendimiento del órgano. Su ánimo se exalta por el numero de logros o se deprime por el numero de fallos. Un vaivén imaginario que introduce de lleno al sujeto en el terreno de las competencias fálicas, cada día más salvajes. Se pueden decir muchas cosas de esta época, pero casi todos coincidimos en que el discurso capitalista combina muy bien con la instancia del superyo que ahora, más que prohibir el goce, lo exhorta hasta el paroxismo. El goce fálico tiene un límite, como queda ilustrado por la detumescencia del órgano, mientras que el superyo pide más y más goce. Ni el sexo químico que utilizan los homosexuales para mantener orgías non-stop, ni el consumo de drogas, de pornografía o de objetos humanos, alcanzará jamas el goce total, por la sencilla razón de que no existe. Aquellos que lo intentan llegarán antes al embrutecimiento o a la muerte.
Hay una brutalidad en la libido masculina que no encontramos en las mujeres y que no tiene nada en común con la lucha instintiva de los machos de algunas especies animales, cuyas peleas forman parte de la selección reproductiva. En el caso de los humanos las manifestaciones agresivas son casi siempre inútiles. Desde la sociología se sostiene que la causa está en el deseo de poder, mientras que el psicoanálisis mantiene que lo que está en juego es el impulso sexual como causa. Lo demás son consecuencias, incluida la obtención de algún tipo de poder.
Las jóvenes se hacen daño a sí mismas, pero es muy extraño que maltraten el cuerpo del otro. Incluso cuando se dañan no llegan a los extremos de los varones, cuya exaltación fálica les puede conducir hasta la muerte en un ridículo alarde de valentía.
El goce propiamente femenino puede llevar a una mujer al extravío: a perderse en una suerte de paisaje sin límites. Pero a través del goce fálico el varón busca la transgresión. Conociendo el límite, goza sobrepasándolo, lo que se traduce en una violencia en la que los cuerpos juegan a golpearse mientras se abrazan. Esto ha sido así a lo largo de la historia, por tanto no es tan claro que podamos imputarlo a la educación machista, la cual contribuye a acentuarlo pero no es la causa primera. Insistimos en que se trata del goce masculino y la prueba nos la ofrece está época en la que el discurso y los acontecimientos van en la línea de deconstruir el ideal de virilidad machista sin que haya disminuido la tendencia de algunos hombres a usar la violencia en sus distintas variantes. Desafortunadamente el feminicidio continúa y las violaciones en manada aumentan de modo alarmante según los datos que arroja el estado español. Los sociólogos, psicólogos y educadores centran el problema en el plano de las identificaciones ambientales y buscan las soluciones en la educación o en el aumento de las condenas. Ignoran el factor del goce sexual que empuja los actos, pulsiona el cuerpo y no se deja educar. En definitiva, los comportamientos masculinos disruptivos no son la respuesta a factores sociales sino la expresión de ese goce idiota que por definición es asocial.
El órgano hace síntoma
La clínica nos enseña cómo el órgano masculino es un polo de síntomas para el portador. Síntomas que se presentan en un amplio espectro: desde la comedia fálica con la que se construyen los chistes hasta los aspectos mas dramáticos. La eyaculación precoz o las formas de impotencia psíquica prueban que el órgano tiene un funcionamiento propio que burla las intenciones conscientes del yo, porque así como no comparece donde se lo espera sorprende manifestándose en las situaciones mas inoportunas y contrarias a la moral del sujeto.
Lacan subraya el carácter “fuera del cuerpo” del goce fálico en tanto no puede integrarse completamente en el funcionamiento del mismo. La imposibilidad para el sujeto masculino de integrar este goce llega a su aspecto más dramático en algunas psicosis, como lo demostró el caso descrito por Rosine Lefort del pequeño Roberto de tres años y medio, que intentó cortar con una tijera de plástico esa parte de su cuerpo que experimentaba como un real extraño y absolutamente insoportable.
Antes de internaros en el aspecto sintomático es necesario aclarar la importancia que tiene la función fálica en la constitución del sujeto del deseo. El significante fálico es el resultado de la operación de castración que permite dar un sentido al goce insensato que lalengua produce sobre el cuerpo del ser hablante, y esto sirve tanto para los hombres como para las mujeres. La lógica del falo y la castración es la única capaz de darle al goce real un sentido sexual. Sin el falo no funcionan los semblantes, y en ese caso puede ocurrir lo peor, a saber: que todo lo simbólico deviene real, como sucede en la esquizofrenia. Allí donde la castración no se ha inscrito en lo simbólico retorna en lo real del pasaje al acto en el que el sujeto, por ejemplo, amputa una parte de su cuerpo.
La Masturbación
Tras esta cuestión de cautela, retomemos las dos afirmaciones de Lacan antedichas: “el goce del idiota” y “el fuera del cuerpo” para tratar de entender qué lugar ocupa la masturbación.
En la clínica con varones es frecuente escuchar el relato de lo que supuso la primera masturbación y el susto ante la primera eyaculación como un traumatismo que revienta la pantalla de la realidad que hasta el momento constituía su yo y su mundo. El caso Juanito se puede ordenar en dos tiempos:
1º) El paraíso narcisista que Juanito sostiene con su madre, una mujer castrada que compensa su privación haciendo del hijo su falo, es decir, su objeto erótico, a cambio de lo cual el niño consigue construir la imagen de su yo con la que unifica ese cuerpo que inicialmente se experimenta como fragmentado e impropio. “Soy el falo del Otro materno, ergo soy yo”, es la formula del narcisismo.
2º) La ruptura del paraíso se produce cuando el pequeño varón descubre el goce que puede obtener en una parte de su cuerpo, un goce que no puede integrarse en el mundo materno. Entonces, se ve compelido a una elección: o seguir siendo el objeto que tapona la falta en la madre lo que le dificultará mucho usar el pene cuando corresponda o renunciar a ese pernicioso privilegio para poder hacer uso del órgano en el encuentro sexual con otro cuerpo.
Este tránsito no es el resultado de una maduración normativa sino que requiere de la puesta en marcha de la función paterna, independientemente de quién sea el agente de la misma, y cuyo cometido es decir un “no” sin ambages al goce de ser el falo de la madre y también al goce masturbatorio. De este modo se consigue que el sujeto salga de sí mismo y dirija su interés hacia los otros y más específicamente que tenga el coraje de afrontar, de la buena manera, la otredad del goce femenino. En el seminario 20, Lacan dirá que “para el hombre, a menos que haya castración, es decir, algo que dice no a la función fálica, no existe ninguna posibilidad de que goce del cuerpo de la mujer, en otras palabras, de que haga el amor”4 (Ídem, p.88).
Hacer el amor no es lo mismo que follar, como casi todo el mundo sabe. Hay coitos que no dejan de ser sino otra forma de masturbarse.
En los tiempos que corren el “no” al goce fálico es tan débil que la masturbación reina en un mundo hiperconectado técnicamente pero eróticamente autista. No es de extrañar que los hombres retrocedan frente a las complicaciones de cómo abordar a una mujer y se refugien en la masturbación que les ofrece la ilusión de manejar, nunca mejor dicho, el control de su órgano. De este modo, la pantalla narcisista que había sido reventada por la primera masturbación ahora se restaura, no por azar, acompañando el acto solitario con las dispositivos que ofrecen pornografía a la carta. ¡Qué mayor facilidad! Ya ni siquiera es necesario tomarse el trabajo de fantasear.
Los clubes de masturbación grupal solo para hombres existen desde hace décadas en las grandes ciudades estadounidenses y empiezan a extenderse a ciudades de otros continentes. Sus creadores los describen como lugares donde no se busca sexo entre hombres, sino una conexión física y espiritual siendo que algunos se afirman como heterosexuales. Una especie de hermandad fálica en la que los hombres se reúnen para que cada uno goce por su cuenta. A decir verdad, este tipo de práctica no tiene nada de nuevo. Lo nuevo en cuanto a las prácticas sexuales vendrá de la mano de la tecnología. Se vaticina que en 2045 uno de cada cinco jóvenes tendrá sexo con un robot de forma habitual. Los muñecos eróticos no solo ofrecerán una perfecta forma humana, como los actuales, también vendrán dotados de una inteligencia artificial que mediante sofisticados sistemas operativos les permitirán actuar según el gusto del propietario. Las parejas a distancia, cada día mas frecuentes, podrán acariciarse aunque se encuentren a cientos de kilómetros, imprimir en 3D una réplica exacta de los genitales del otro para después coordinar sus movimientos con una app móvil o utilizar tecnología que les haga sentir en el cuerpo el orgasmo de varias personas simultáneamente. El sextech, la unión entre tecnología y sexo, en solo una o dos décadas nos llevará a explorar universos íntimos aún difíciles de imaginar. Si los años 70 del siglo XX desafiaron tabúes muy instalados en la cultura, estamos en los albores de una revolución mucho mayor: una que se colará entre nuestras sábanas, comandada por la tecnología.
En el caso de los robots o androides, “podrán usar esta tecnología para estimular directamente el sistema nervioso, ajustar sus actividades a las técnicas o fantasías de cada uno, con información basada en una reacción muy exacta a tiempo real, que será mucho más efectiva que la intuición que ahora utilizamos las personas para intentar percibir qué le gusta a nuestra pareja durante las relaciones sexuales”. Parafraseando a Lacan, saber como goza el Otro no es prueba de amor
Si el falo no siempre le asegura la felicidad al portador, quizás sí funciona como el instrumento que puede proporcionarle la felicidad a la mujer. A fin de cuentas, es esto lo que se ha pensado siempre sobre el mejor tratamiento para curar la histeria. La receta que el profesor Chrobak susurró al oído de su joven alumno Freud: penis normalis, dosim repetatur. Algunos creen en las virtudes de calmar a una mujer mediante “el sereno poder del falo”. Un poder que, como hemos visto, no pertenece al varón, quien más bien pierde toda serenidad cuando se enfrenta, en cada ocasión, a la incertidumbre de cómo se va a portar esa parte de su cuerpo. Otros lo pasan tan mal que prefieren refugiarse en el goce masturbatorio para no enfrentar la alteridad siempre incomprensible del deseo femenino y, a la vez, la alteridad de su propio órgano. Están también los que, independientemente de su edad, no pueden arriesgarse a fallar e intentan asegurarse previamente con el viagra.
Aún tomando todos los recaudos para ir seguros al encuentro con una mujer, antes o después el varón se dará cuenta de que ellas no siempre se conforman con una buena actuación del falo. Por supuesto que las mujeres pueden gozar y mucho del órgano fálico, pero lo esencial del llamado goce femenino pasa por otro lado y la pista nos la ofrecen precisamente los síntomas histéricos de los que el psicoanalisis ha aprendido tanto.
Tomemos el sueño de una paciente de Freud a la que se conoce como “La bella carnicera”. Esta señora tenía un marido, el carnicero, siempre dispuesto a cumplir en la cama. Un hombre, con la mentalidad del rico, quien cree que el deseo femenino se colma atiborrándolo con sus dones fálicos o materiales. Sin embargo, ella sueña que le falta el salmón para dar una cena. Ese salmón que tanto le gusta a su amiga, quien en una ocasión le manifestó el deseo de ser invitada a cenar a su casa suscitando en “la bella carnicera” la idea de que si le daba una buena cena la amiga engordaría y se convertiría en una mujer deseable para su marido. Como hemos dicho, el marido está del lado del propietario, del que tiene y puede proporcionar todo el goce fálico que precise su esposa. Pero lo que ella desea inconscientemente es que, prestándole ese marido a la amiga, encontraría un plus de goce más allá del falo, ya que de eso se trata en el sueño.
La paradoja femenina es que todos los esfuerzos amorosos del varón, las delicadezas, los tiernos servicios a los que muchos hombre se entregan para complacer a una mujer en la cama no solo no compensan la herida de la privación en ella sino que la reavivan por el solo hecho de que la presencia del falo en el hombre “reaviva” su ausencia en la mujer.
La premisa universal del Falo
Investigando la sexualidad infantil Freud descubrió la premisa universal del falo: tanto los niños como las niñas creen que todos los cuerpos tienen pene. Subrayemos que desde el inicio de la vida reina el malentendido sobre el sexo.
¿ Por qué el falo tiene ese valor privilegiado en el juego de las relaciones sexuales? Porque frente al enigma del goce en el ser hablante que está exiliado de las leyes naturales, el órgano nos ofrece la imagen de un satisfacción que puede localizarse en una zona del cuerpo, también puede contabilizarse, y tiene la propiedad de pasar por el orgasmo en la curva entre la tumescencia y la detumescencia. Un goce que termina con la eyaculación pareciera no dar lugar a ambigüedades, aunque el portador pueda sentirse frustrado dado que se trata de un goce limitado, a diferencia del orgasmo femenino que no puede comprobarse, ni localizarse porque no tiene un límite.
En el Seminario de La Angustia Lacan reconoce que Freud no se equivocó tanto al afirmar que la anatomía es el destino, lo que no supone ningún tipo de naturalización de la sexualidad humana. Al contrario, la anatomía traza el destino del malentendido en los seres hablantes.
Freud empezó pensando que el origen de la neurosis se debía a la contingencia de un trauma sexual, aunque pronto se dio cuenta de que la sexualidad es siempre traumática para todos. Lacan llegó a formular un axioma que resume toda su teoría: la relación sexual no existe. Si el sexo está por todas partes es porque no está en ninguna. De manera que el psicoanálisis fue el primer discurso que rompió con los determinantes biológicos y los ideales heteronormativos. El escándalo de la sexualidad infantil perverso polimorfa conmociona todos los esquemas previos. La sexualidad humana es perversa no en el sentido moral del termino, sino por su propia estructura antinatural producto del artificio del lenguaje sobre los cuerpos hablantes: no hemos conocido el goce de la vida que suponemos en los animales.
Esta condición estructural afecta tanto a unos como a otras pero de manera diferente. La esencia de la sexualidad humana es carecer de toda esencia, se pueda gozar tanto del exceso como de la privación, de lo que resulta saludable para el cuerpo como de aquello que lo enferma.
Sin embargo, lo que atañe a las mujeres es mucho más inaprensible y enigmático, por eso la cuestión de lo femenino está en el origen de innumerables ficciones. Por ejemplo, la mitología griega utiliza la figura del adivino Tiresias para dar una forma narrativa al enigma de los goces. Tiresias, quien habiendo nacido hombre fue condenado por los dioses a convertirse en mujer durante siete años, es convocado por Zeus y Hera a responder a la pregunta sobre cuál de los dos sexos experimenta mayor voluptuosidad. Tiresias puede responder a semejante cuestión por haber habitado en un cuerpo femenino más que por su sabiduría, y afirma que por cada diez partes que goza la mujer, el hombre solamente goza de una. No es asunto de cantidad, sino de falta de representación.
Sea una décima o una cuarta parte, no es la proporción lo que nos interesa, porque cuando se habla de lo femenino la vara fálica que sirve para medir el goce no da cuenta de cómo, cuánto o dónde goza una mujer. El órgano sexual masculino se vuelve elocuente porque su capacidad eréctil lo vuelve apropiado para representar el deseo y el goce. Por el contrario, el sexo de la mujer no dice nada, pues no encontramos en su cuerpo ningún signo que nos oriente sobre su deseo y su goce. El genital femenino se convierte en el lugar de un enigma que produce en el hombre perplejidad e incluso horror. Un analizante lo cuenta de esta manera: “La primera vez que toque el genital de una mujer sentí que no tenía final, que era un agujero conectado con el cosmos, un agujero elástico, como las arenas movedizas, cuyos límites no conoces. Superado por la sorpresa perdí la excitación. Después, cuando volvía en el metro, veía a las mujeres con otros ojos, como si su imagen solo fuera una mascara para disimular un orificio descomunal. Menos mal que me repuse y decidí, ya para siempre, dedicarme a explorarlo”.
El hombre se equivoca cuando intenta trasladar la lógica del goce fálico (goce del Uno solo) al campo del deseo y del amor que incluye siempre al Otro. El deseo está ligado a la falta de un objeto perdido que se busca en el Otro y amar es dar (al Otro) lo que no se tiene. La necedad de creer que una mujer se puede tener y que se la puede satisfacer dándole lo que se supone que quiere no conduce más que a la degradación de la vida amorosa. Mejor harían los hombres captando que en el amor lo más acertado que se puede ofrecer es la falta. Ese “tu me faltas” que le transmite al otro que es irremplazable.
Siguiendo con las desventajas del propietario advertimos que aquel que tiene es también quien puede perder y esto lo escuchó Freud en los fantasmas de sus pacientes varones. La posesión del falo va acompañada de la angustia de castración, así como la privación del órgano en las mujeres se traduce en el temor a perder el amor del Otro.
En el Seminario 20 Lacan afirma: “El goce fálico es el obstáculo por el cual el hombre no llega a gozar del cuerpo de la mujer, precisamente porque de lo que goza es del goce del órgano”.
Hay que aclarar que no se trata de una cuestión de egoísmo, como a veces se les imputa a los hombres, sino una limitación que afecta al goce sexual para los dos sexos.
“No me es dado ni dable otro goce que el de mi cuerpo”
Incluso cuando los participantes en el acto estén, generosamente, más ocupados en la satisfacción del otro que en la propia o se esfuercen por sincronizar el clímax, se verifica que el ideal de gozar “en” o “del” cuerpo del Otro (y viceversa) es imposible.
Al mismo tiempo, tratando de encontrar la respuesta a la pregunta que Freud dejó abierta sobre el goce de la mujer, Lacan descubre lo específico del goce femenino y lo presenta con sus fórmulas de la sexuación.
El goce masculino tiene un carácter fetichista, como descubrió Freud al plantear que las aman en su totalidad pero el deseo se les despierta con alguna parte de su anatomía. “Las mujeres se enamoran de los médicos por su saber sobre el cuerpo, los hombres de las modelos por su cuerpo”, me dice un paciente. Si todos partimos de la perversión polimorfa en la infancia, en los varones quedará una condición perversa como animadora de su goce.
Por su parte, el goce femenino se desdobla entre el Uno del falo y el Otro del amor. Paradójicamente, ella puede entregarse ilimitadamente a un hombre y a la vez nunca se entrega toda. Siempre habrá Otro goce que se dirige a una alteridad radical, lugar de un deseo sin ley ni ideales donde emerge un decir que toca lo real de su cuerpo.
Dios puede ser una de las figuraciones imaginarias de ese partenaire radicalmente Otro cuyo deseo no está orientado por el falo, pero también “el amante castrado”, “el hombre muerto” o “el íncubo ideal”, figuras invocadas por Lacan en “Ideas directrices para un Congreso sobre Sexualidad Femenina”.
Hay una diferencia entre el acto sexual comandado por el goce fálico con sus limitaciones y “hacer el amor”, que solo sucede sin buscarlo, cuando algunas palabras del Otro llegan a tocar lo real del cuerpo y provocan eso que denominamos el goce femenino. No cualquiera puede llegar a producir este efecto sobre una mujer, pues para conseguirlo es necesario que lo haga desde ese decir de la enunciación que él mismo desconoce y que no obedece a intencionalidad alguna, dando lo que no tiene y en posición sintomática.
En esas ocasiones afortunadas el Otro balbucea en el hombre y entonces puede “atraparla de la buena manera”. Pero convengamos que enfrentar la femineidad en su desnudez, sin la vestimenta de la ilusión fálica, resulta angustioso. Llegados a ese punto se requiere el coraje de seguir adelante cuando se ha perdido el marco referencial y se está próximo a lo real. Si acaso logra sobreponerse y avanzar, el hombre puede descubrirse a sí mismo en una dimensión que hasta entonces no conocía, y que le permite ser hombre de otra manera.
Junio de 2022
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