Freud escribió, al final de su vida y de su experiencia como analista, el texto “Análisis terminable e interminable”, en el cual describe el impase encontrado, por hombres y mujeres, al final de un análisis, que él nombra la roca de la castración. En los hombres, eso tomaria la forma de la protesta viril, la lucha contra su actitud pasiva o femenina en relación con otro hombre. En las mujeres, eso se manifiesta como Penisneid, envidia del penis, o sea, un deseo persistente de obtener aquello que no tiene. Lo común entre los dos es la actitud en relación con el compejo de castración: una recusa de la feminidad. A esta protesta masculina, o aspiración a la virilidad (das Streben nach Männlischkeit), Jacques-Alain Miller opone la expresión “aspiración a la feminidad”, que él introduce en su Curso del 2011[1]. La aspiración a la virilidad está articulada al fantasma y es un intento de llenar la falla de la castración fundamental de todo ser hablante, que escribimos –f, por un pequeño a, un objeto de la pulsión. Es así que se constituye fálicamente el sujeto, por medio de un fantasma que es siempre un fantasma fálico. Lacan tiene la idea entonces que se puede destituir el sujeto de su fantasma fálico, que se puede hacerlo decir sí a la feminidad, o, dicho de otra manera, renunciar a este rechazo de la feminidad que afecta el ser hablante. El mejor ejemplo para Lacan es el psicoanalista mismo y es por eso que decimos que la posición analítica es análoga a la posición femenina.

¿Y qué sería la aspiración a la feminidad? En el siglo XXI, con lo que hemos llamado de feminización del mundo, la aspiración a la virilidad no es tan aparente. Lo que parece ser la tendencia dominante es la aspiración a la feminidad, el orden viril reculando frente a la protesta femenina. Si el orden viril es el orden del fantasma, fálico, que se trata de atravesar, la travesia no regla todo lo pulsional: el goce femenino está justamente más allá del goce fálico. Y la exigencia pulsional es algo de lo real que se repite en la compulsión a la repetición. La insistencia de la pulsión se apega a una fijación invariable para cada uno, que es el principio de su sinthome y es impensable sin el cuerpo. Si el falo da una significación de transgresión, correlata de la interdicción, al goce, hay un goce que no depende de la interdicción, el goce de la pulsión, que no tiene ni día ni noche, que siempre demanda satisfacción. ¿De qué satisfacción se trata? – nos preguntamos en estas Jornadas.

Para Miller, esta “aspiración a la feminidad” provoca una reacción fundamentalista que quiere reintroducirla en el orden androcéntrico, lo que testimoniamos todos los días con la violencia contra las mujeres y los que contestan este orden. Un ejemplo reciente es la prisión de tres mujeres en Moscú, por haber cantado, en una Iglesia Ortodoxa, una protesta en contra del Presidente Vladimir Putin. El grupo Femen, grupo femenista que tiene representaciones en algunos países del occidente, es una figura, a mi entender, de un nuevo feminismo. Un feminismo que, en lugar de demandar los mismos derechos que los hombres y hacer las mujeres desaparecer bajo la máscara masculina, lleva las mujeres a protestar con sus cuerpos y atacar el orden androcéntrico. La ascensión de las mujeres al poder, por otro lado, las acerca a este orden androcéntrico, lo que ilustran las figuras de las mujeres consideradas las más poderosas del planeta. Tenemos entonces, de un lado, las damas de hierro, que entran en la lógica fálica, y del otro, un orden de hierro, representado por la aspiración a la feminidad, a un goce más allá del falo, evocado por Lacan como revelador de una exigencia superyoica de goce. Más que una nueva figura de la protesta viril freudiana, esta protesta femenina me parece característica de un nuevo orden simbólico, próximo del modo de goce más allá del falo.

El orden simbólico en el siglo XXI

Lo que llamamos “el orden simbólico en el siglo XXI”, a partir del cual podemos hablar, en estas Jornadas, sobre el sexo, el amor y la satisfacción, tiene su origen en el orden simbólico introducido por Freud en el pasaje del siglo XIX al siglo XX, época en la que la autoridad del padre decae y donde el desarrollo de la ciencia y de la técnica se pone al servicio de la pulsión de muerte. Freud toca el núcleo del orden simbólico cuando hace aparecer el pathos del padre: en primer lugar el suyo, un padre humillado, y después aquel de sus pacientes, siempre sospechoso de traumatizarlas. La sexualidad aparece como la condición fundamental de desarmonía en las relaciones entre los hombres y las mujeres, lo que Lacan va a formular más tarde con el aforismo “no hay relación sexual”. Si Freud pensaba inicialmente que la interpretación, con el sentido, podía disolver los síntomas, él ya nota, en los años 20, que algo objeta a esta lógica. Fenómenos clínicos tales como la reacción terapéutica negativa, lo llevan a los conceptos de pulsión de muerte y masoquismo erógeno, al mismo tiempo que el enigma de la feminidad resiste al saber del inconsciente.

La invención del inconsciente freudiano se ha revelado como la invención de un nuevo orden simbólico, que Lacan ha hecho equivaler al discurso del amo, formalizando el discurso analítico como su revés. J.-A. Miller ha señalado la proximidad del discurso analítico con el discurso contemporáneo, donde el objeto a está en el puesto de comando[2]. Pero mientras que el discurso analítico enlaza los elementos – el sujeto, el significante amo, el saber y el goce -, en el discurso contemporáneo estos elementos estarían al contrario sueltos, desordenados. El discurso analítico, que parte de lo real o de lo que existe para darle un nombre, es el revés del discurso del amo, o aquel del inconsciente, que parte de un S1 y produce sentido. La cuestión de Lacan que hacemos nuestra es entonces la de saber como, con la palabra, podemos operar sobre lo real del goce.

Los síntomas contemporáneos y la experiencia analítica

Si, según Lacan, en la clínica de las neurosis uno ama aquel a quien supone un saber, la interpretación introduce el sujeto supuesto saber y por lo tanto el amor. Al paso que, a partir del nuevo orden simbólico – que pone en evidencia el desorden de lo real – la hipótesis de Miller es que tenemos primero el amor, y después el saber. En las patologías contemporáneas, los pasajes al acto y los síntomas que ponen en escena el cuerpo y sus diferentes modos de satisfacción están en primer plano. Es, en ese caso, muchas veces difícil abrir el inconsciente en su dimensión de suposición de saber, y esto no es posible sino a partir del amor de transferencia. Pero este amor solo surgirá si el sujeto puede depositar en el analista el objeto de su inversión libidinal, haciendo existir el Otro de la transferencia a partir de la pulsión. Tal vez le suponga, a partir de ahí, un saber, o un saber en el inconsciente.

¿Cómo articular, en este nuevo orden simbólico, o frente al desorden en lo real, el discurso analítico y lo que llamamos la aspiración a la feminidad? Si el orden introducido por Freud con la invención del inconsciente era un orden centrado en el falo como significante que ordena, el orden simbólico actual está decentrado e implica un enjambre de nominaciones segregativas, ancoradas sobre la exigencia de satisfacción pulsional. En la primera enseñanza de Lacan, la referencia al Nombre-del-Padre y al falo permitía pensar la satisfacción pulsional como ligada a la interdicción, como lo muestra bien la clínica de las neurosis. Pero la última enseñanza de Lacan nos permite pensar una satisfacción que no depende más de ninguna interdicción. Este goce positivado de un cuerpo que se goza es lo que Miller llama un acontecimiento de cuerpo, acercándolo de la manera como Lacan termina por pensar el goce femenino, no más centrado sobre el Penisneid o sobre la aspiración a la virilidad, sino como un régimen del goce como tal[3].

En la contemporaneidad, lo que nos orienta como discurso no es el Nombre-del-Padre como instancia simbólica o los ideales, sino lo que escuchamos muchas veces decir bajo la expresión “derecho al goce”. Si Lacan ha dicho que en la toxicomanía hay una ruptura con el falo, creo que podemos pensar que, también en los síntomas contemporáneos está en juego una cierta ruptura con el goce fálico, que es cortocircuitado en función de una relación más directa con el objeto a. Así el objeto oral, en los síntomas alimentarios; el objeto anal, como objeto de consumo fácilmente desechable; la mirada, presente en las adicciones a internet – como muestra el afiche de estas Jornadas – la voz, presente en los pequeños objetos de los cuales no podemos separarnos hoy día. Pero ni todas las adicciones son equivalentes, y el empuje a la muerte presente en algunas adicciones de manera explícita, está mucho más moderado en otras. No solamente una droga no equivale a otra, sino también que una adicción no es equivalente a otra. Ser adicto al trabajo, por ejemplo, puede estar muy bien conectado al falo, mientras que, con algunas drogas, hay una ruptura devastadora con el falo. Lo que me parece interesante resaltar, es que nosotros no somos higienistas, o sea, no pensamos tratar el sujeto para que se vea libre de sus objetos o modos de goce. Pensamos, eso sí, que podemos conectarlo al Otro, a veces al inconsciente, y moderar su goce autoerótico, abrir su horizonte para que tenga más elecciones posibles, introduciendo una dosis de contingencia en lo necesario del síntoma, pero solo sabremos lo que es posible uno a uno. La operación analítica es una operación que camina en el sentido del no todo, en la medida que descompleta, inconsiste, y abre la posibilidad de que, allí donde el objeto se presentaba solamente en su vertiente de plus de goce, podamos vaciar o desustancializar el objeto, tanto como posible, para dar lugar a la falta y al deseo.

Los sujetos que recibimos en tratamiento, más o menos neuróticos, en el sentido freudiano del término, suelen tolerar mal la experiencia de la castración, e intentan colmar la falta – de amor, de goce, de parejas, de bienes – con los objetos más de goce, en el intento de hacer existir el Otro, o, paradojalmente, intentando cortocircuitarlo. Pero como ha dicho Eric Laurent, los objetos no dejan de ser maneras de conectarnos al Otro[4], y no debemos idealizar, nostálgicamente, una relación con el Otro sin nuestros desechos: nuestros síntomas, nuestros fantasmas, nuestros objetos de goce. Hay dos maneras en las cuales el hedonismo contemporáneo encuentra sus límites: de un lado, la satisfacción de la pulsión nunca está saciada y pide más. Podemos ubicarla del lado femenino de las fórmulas de la sexuación, como aspiración a un goce sin límites, más allá del principio del placer, pulsión, en último término, de muerte. La ausencia de excepción, sea la excepción paterna, sea la excepción dada por la función fálica, puede inscribirse, pienso, con la fórmula ~Ex~Fx, que Lacan nombró, en su Seminario Les non dupes errent, como un orden de hierro[5], en la medida en que impera ahí el mandato superyoico de goce. Si los síntomas contemporaneos introducen un modo de ruptura con el goce fálico, su goce afecta el cuerpo al modo del goce femenino, no localizado, goce místico[6]. En un mundo sin excepción, observó Graciela Brodsky, surge esta nueva forma de universal: si no hay al-menos-Uno, no hay no-todo. La ferocidad del goce femenino, no limitado por el falo, exige un máximo para todos. El no-todo femenino, ~VxFx, ya introduce una relación con la excepción[7], no necesariamente el padre, sino una función sintomática. Es ahí, me parece, que podemos distinguir la posición femenina, no-toda, de la aspiración a la feminidad, para todos.

¿Y el amor?

La otra manera en la cual el imperativo de goce encuentra sus límites, es el amor, en la medida que el amor introduce la falta, un vacío, y que localiza en el Otro el objeto que falta. Pero el amor, el encuentro amoroso, es en tanto tal contingente. Contingente es aquello que puede ser o no ser, acontecer o no. Y una vez que acontece, el hablante ser va a intentar repetirlo, fijar el encuentro, para que no cese de escribirse, intentando transformar lo que fue un encuentro, contingente, a través de la repetición, en algo necesario. Una vez que el amor depende del Otro, ese encuentro termina por ser siempre faltoso, y es ahí que el sujeto puede intentar evitar ese encuentro faltoso agarrándose a un objeto plus de goce, sea en el fantasma (VxFx), sea con su síntoma. Pero hay una diferencia entre el objeto plus de goce del fantasma neurótico, marcado por la falta fálica, y los objetos de goce ofrecidos en el mercado globalizado. En ese sentido podemos tal vez repartir el llamado “derecho al goce” de los dos lados de las fórmulas de la sexuación. Del lado masculino, donde pueden estar hombres y mujeres, el todo de que se trata es el todo marcado por el falo, donde el objeto es ante todo un objeto fantasmático. Estamos todavía en el campo de las neurosis, aunque la sexualidad del sujeto neurótico sea cada vez más marcada por modalidades de goce autoerótico.

El amor para Freud y para Lacan pueden ser distinguidos en sus relaciones con la necesidad y la contingencia. Para Freud el amor es necesariamente repetición y el sujeto busca reencontrar en el objeto de amor los rasgos de sus primeros objetos. En sus “Contribuciones a la psicología del amor”, Freud trata de pensar la relación entre los hombres y las mujeres a partir de sus callejones sin salida. Cuando habla de la elección de un objeto de amor, este objeto es i(a), donde el objeto a es velado por la imagen. El término de elección significa que no cualquier persona va: hay condiciones. La condición es una disposición que desencadena el deseo sexual y hace elegir este objeto de amor. No hay libertad del sujeto, por el contrario: en el momento en que se realiza la condición, se desencadena una compulsión. Aunque haya tiché en el encuentro, contingente, hay automaton en la compulsión. Es el principio del flechazo.

La primera versión del inconsciente en Lacan está articulada con esta concepción del amor: se trata de un inconsciente que es ante todo determinación, combinatoria significante. El amor de transferencia es lo que permite ubicar en el Otro su objeto libidinal, haciendo existir el Otro como lugar del saber. La concepción del inconsciente como sujeto supuesto saber ya comporta una nueva forma de amor, un amor que no es solamente repetición, sino la producción de un saber que uno no tiene y que trata de inventarlo. El amor, dice Lacan en el Seminario 20, es el signo de un cambio de discurso[8], y lo vemos en la histerización del discurso, o en el pasaje de analizante a analista. O aún, el amor es lo que permite al goce condescender al deseo. Cuando Lacan habla de un amor sin límites, fuera de los límites de la ley[9], en el Seminario 11, tal vez ya esté hablando de un más allá de la ley del significante, al final de un análisis. En la “Nota Italiana” Lacan habla de un amor más digno[10], en contraposición a la “abundancia de parloteo que constituye hoy día”. Sicut palea, decia Santo Tomás, al final de su vida de monje, como paja. El desecho es por lo tanto lo que Lacan introduce aquí para hablar del analista que ha atravesado el fundamento neurótico de su deseo articulado al falo. El amor más digno, posible de encontrar al final de un análisis, no es un amor a los ideales, y podemos recordar la definición de la sublimación del Seminario 7, donde Lacan habla de elevar el objeto a la dignidad de la Cosa. Aquí, al contrario, lo que está en juego es restituir el objeto a la dignidad de la causa. Se trata entonces de un amor singular, que comporta la “salvación por los desechos” [11], los restos de identificaciones y los restos sintomáticos de cada uno, que dan lugar a un amor sinthomático. Este sería, a mi modo de entender, el nuevo amor del cual hablamos en el psicoanálisis de la orientación lacaniana, primero, no sin el inconsciente, después, no sin la pulsión.

Goce femenino y posición del analista

Para terminar, me parece importante distinguir la aspiración al goce femenino, apuntado por Miller como goce del ser hablante como tal, y la posición del analista.

Lacan nos ha enseñado a pensar que el goce femenino se divide. La mujer tachada tiene como partenaire, de un lado, el falo y del otro, S(A) tachado[12]. Ella no tiene una relación directa con el objeto pulsional, que es secundario en relación con la importancia que adquiere, para una mujer, el deseo del Otro[13]. Es a partir de esa relación con el deseo del Otro que una mujer, como causa, tiene afinidades con la posición del analista como objeto causa del deseo. Al final de un análisis, es posible distinguir la posición del analista como semblante de objeto a, en afinidad con la posición femenina, de S(A) tachado, otra cara del goce femenino que aparece hoy como aspiración a un goce sin límites. Es cuando el analizante atraviesa el plan de las identificaciones que puede encontrar un significante nuevo para él, o un nuevo modo del significante, que hace litoral con S(A) tachado. Este nuevo significante le permite, por un lado, contornar S(A) tachado, y enfrentar la inconsistencia del Otro. Y por otro lado, aislar el objeto a como consistencia lógica, vacío topológico, y encarnar el objeto causa del deseo.

Si Lacan ha primero pensado, con Freud, el goce femenino a partir del goce masculino, en su última enseñanza, el goce femenino es concebido como principio del régimen del goce como tal, no simbolizable, infinito. Es cuando Lacan piensa el goce no todo fálico, reintroduciendo ahí una excepción, que puede cernir lo que llama el sinthome, lo más singular de cada uno, a partir de los restos sintomáticos de su análisis. El analizante que se torna analista nombra así un modo de goce irreductible, no-todo, cerniendo un cierto imposible para él. Es entonces que podrá ocupar el lugar de un cuerpo vaciado de goce en la función analítica, lugar al cual un analizante cualquiera podrá conectarse, depositando ahí algo de su propio goce. La posición femenina de la cual se acerca un analista, no es por lo tanto la aspiración a un goce sin límites, sino la posibilidad de encarnar la causa del deseo.

Elisa Alvarenga


[1] Cf. MILLER, J.-A. L’Un tout seul, lección del 9 de febrero del 2011

[2] MILLER, J.-A. Una fantasia, in Opção Lacaniana n. 42, febrero del 2005, p. 9.

[3] Cf. MILLER, J.-A. L’orientación lacaniana. El Ser y el Uno, inédito. Leciones del 9 de febrero y del 2 de marzo del 2011.

[4] Cf. LAURENT, E. O objeto a pivô da experiência analítica, in Opção Lacaniana 49. São Paulo, agosto 2007, p. 114-119.

[5] Cf. LACAN, J. Le Séminaire, livre XXI, «Les non-dupes errent», lição de 19 de marzo del 1974, inédito.

[6] Cf. Laurent, E. La disparidad en el amor, Conferencia pronunciada en Tours en 1999, in Virtualia #2, disponible en https://www.revistavirtualia.com/articulos/760/destacados/la-disparidad-en-el-amor

[7] BRODSKY, G. Seminário realizado em las Jornadas de La EBP-SP em noviembre de 2011, notas personales.

[8] Cf. LACAN, J. O Seminário, livro 20. Mais, ainda. RJ, Zahar, 1985, p. 26.

[9] Cf. LACAN, J. O Seminário, livro 11. Os quatro conceitos fundamentais da Psicanálise, RJ, Zahar, 1985, p. 260.

[10] Cf. LACAN, J. Nota Italiana, in Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 331.

[11] Cf. MILLER, J.-A., A salvação pelos dejetos, in Correio da EBP 67, São Paulo, 2010, p. 19-26, y SANTIAGO, J. Jacques Lacan, o feminino e o amor mais digno, in O feminino que acontece no corpo, Belo Horizonte, Scriptum, 2012, p. 238.

[12] Cf. LACAN, J. Encore, Paris, Seuil, 1975, p. 75.

[13] Cf. LACAN, J. L’angoisse, Paris, Seuil, 2004, p. 221.