Lacan y los post-freudianos. El caso de Fairbairn.
Por Vicente Palomera
Conferencia de apertura del Departamento de Estudios de psicopatología clínica. Nucep, 10 de noviembre de 2022.
1.Lacan lector de los post-freudianos.
Durante las primera década de su enseñanza, de 1953-1963, mientras Lacan era miembro de la IPA, dedicó una gran atención al comentario de los trabajos de sus colegas psicoanalistas. En el ultimo seminario de esa década, en 1963-64, en el Seminario X sobre La Angustia vemos un exquisito trabajo de lectura de los casos clínicos presentados por analistas inglesas, Barbara Low, Margaret Little y Lucy Tower. Será el ultimo seminario en el que Lacan practica esta lectura y comentario de sus colegas. La dará por terminada a partir del momento en que la IPA considera buena la decisión de excluirle de su seno. Desde ese momento “no volverá a hacer el trabajo de ellos, es decir, de transformar pequeños hallazgos clínicos, frecuentemente tesoros clínicos, aunque presentados de manera embrollada, en valiosas exposiciones sistemáticas”[1] que podemos tomar como un control de la práctica analítica.
La innovación teórica del “retorno a Freud” es a mi entender inseparable de su lectura atenta de la práctica clínica de los analistas. Pero, más que hacer la lista de las opiniones de los analistas que son el soporte de una experiencia clínica, para Lacan se trataba de ver de qué manera esa práctica eran modos fijos de responder a un desconocimiento fundamental. En esas opiniones se trata siempre de “hombres honorables”, como dice Shakespeare. Son todos analistas de valor. No es con ambición de sátira que Lacan habla de ellos, sino para entender a que falta cada uno de ellos responde con su originalidad”[2]
En un Flash para la presentación de la XVII Conversación clínica del ICF, Rosa López declara que : “A falta de una buena concepción de la estructura del inconsciente, los analistas postfreudianos o no hallaban la interpretación por ningún lado, o bien, como Glover, la encontraban por todas partes. Por este motivo evitaban interpretar el deseo inconsciente, para dirigirse unos a las defensas del yo (annafreudianos), otros a la pulsión a través de sus supuestos representantes psíquicos (kleinianos), y algunos, más allá de los dichos del paciente, a la realidad a la que supuestamente representan (Ernest Kris). Claro que esto incide no sólo en el lugar acordado a la interpretación respecto del discurso del analizante, sino también al lugar que ocupa el analista en la dirección de la cura, en este caso el del Otro del saber, del ideal con el que identificarse, del garante de la verdad y hasta del paradigma de hombre feliz.
Lacan no solo está dispuesto de actuar como relojero; también emulará uno de los trabajos más humillante de Hércules: limpiar los establos de Augias. Se enfrenta a la tarea imposible de limpiar la literatura psicoanalítica de la escoria acumulada a lo largo de los años, y que ha sedimentado en esa especie de pantano del que apenas puede surgir el dedo del San Juan Bautista de Leonardo para devolverle a la interpretación su dignidad: recobrar el horizonte deshabitado del ser donde debe desplegarse su virtud alusiva.
Cuando en 1914 Freud escribe “Recuerdo, repetición y elaboración” confirma que el analista no es solo en el dispositivo es un interprete (alguien de quien se espera que diga “lo que eso quiere decir”, que dé el significante o los significantes del deseo inconsciente). Descubre que hay amor de transferencia y, más allá, otra cosa que llama reproducción de algo pasado, de algo que pasó con los objetos primordiales. Después de 1914, la mayoría, en el movimiento analítico, proponen que el analista es un objeto. No saben bien qué objeto, saben que es un objeto de amor pero intentan decir los nombres del objeto: para Freud el padre es el nombre del analista, para Abraham, el objeto parcial. Klein y Winnicott, que sitúan al la madre como el objeto.
Por su parte, en un principio, a partir de su tesis del inconsciente estructurado como un lenguaje, Lacan se sitúa a contracorriente de los postfreudianos: el analista no es un objeto, sino un significante, puede ser un Sq o más genéricamente el S2 que se necesita para que los significantes representen al sujeto. Solo, después, da un paso más, señalando que el analista está en el lugar del objeto a, el objeto que divide al sujeto. El analista que soporta en primer lugar la transferencia del saber, viene de hecho a encarnar el objeto a-simbólico:
La cuestión en juego es pues crucial: ¿cómo responder a un analizante? Nada más complicado. Señalemos que la interpretación no es la única respuesta, porque el analista soporta algo que le interpela y que Lacan llama “una solicitación secreta, obscura” en la palabra, a la que dará el nombre de Demanda.
2. La pirámide de herejía. La teoría de la relación de objeto
Partiré del Seminario II dedicado a una crítica de la escuela anglosajona pero va directamente contra la tendencia predominante en la SPP, la teoría de la relación de objeto. Si bien “relación de objeto” es un término que no tiene buena prensa en la enseñanza de Lacan, es curioso destacar que en la historia del psicoanálisis el objeto ha alcanzado su estatuto de honor con Lacan. Las preocupaciones de los analistas respecto a la relación de objeto son anteriores al reordenamiento que Lacan hace del sentido del objeto en psicoanálisis y de su lugar.
En esta parte vemos la actitud crítica de Lacan respecto a la imagen que la tradición analítica ha hecho del objeto. Pero sólo mucho más tarde va a utilizar sus propios conceptos, hasta el punto de inventar un objeto nuevo del psicoanálisis: el objeto (a). Es sorprendente que una gran parte de su enseñanza ha estado dedicada a evacuar un determinado modo de representarse el objeto freudiano, el objeto del deseo. Según Lacan el tema de las relaciones de objeto borra el descubrimiento freudiano, la clínica freudiana que es fundamentalmente una clínica del síntoma y del sentido del síntoma.
Antinomia entre un psicoanálisis que toma como referencia el comportamiento del sujeto con relación a sus objetos y otro psicoanálisis que toma como punto de partida la relación del sujeto al significante. Pero Lacan es sensible al hecho de que un determinado manejo de la relación de objeto es la piedra de toque de la clínica. Por ejemplo, a propósito de los ejemplos clínicos en la histeria y en la obsesión que están presentes en esta parte, la tradición analítica hace prevalecer dos objetos: 1) Oral – Histeria, 2) Anal – Neurosis obsesiva
Más todas la complicaciones con los objetos de la pulsión (M.Klein, Winnicott…) se trate de un retraso en el desarrollo – el el desarrollo de la libido – o de los estadios del yo, las perturbaciones o trastornos de las relaciones del sujeto con los objeto de su deseo, será más o menos mediatizados por estos dos objetos fundamentales y por una serie de clivajes de estos objetos.
Lacan declara la guerra abierta a esta concepción a esta manera de ver las cosas. Cuando dicta su seminario estábamos en la época dominante del kleinismo que tomaba por prototipo de la estructura de las relaciones del sujeto con su mundo un tipo de objeto particular: 1) El objeto parcial versus el objeto global y 2) prevalencia de la fase llamada depresiva, aquella que consiste en que el sujeto repara al otro, reparar al otro que habría sido amputado de su totalidad. Todos estos objetos: objeto bueno/malo, objeto parcial/total, son bien diferentes de los objetos freudianos. Lacan, volviendo a Freud, con la referencia de Lévi-Strauss, se apodera de la noción de objeto para poner en evidencia su función, es decir, preguntándose finalmente ¿Para qué sirve el objeto en relación al deseo? El sujeto ¿qué hace de ese objeto? Y de este modo ha mostrado los usos numerosos que se pueden hacer, y en particular toda la serie de los objetos posibles que se intercalan entre el “objeto fetiche” y el “objeto erotomaníaco”.
En una observación lacónica Lacan subraya la distancia, no del objeto, (tan por Bouvet y otros analistas de los años ’50) no del sujeto respecto de su deseo sino la distancia que existe entre el objeto que describe la experiencia analítica, “el objeto fetiche” y el objeto erotómano, aquel del que la mujer erotómana está segura de ser amada: “él me ama”. Nunca se diría esto de un zapato y, sin embargo, la teoría psicoanalítica habla siempre de objeto.
Entonces se concibe, se ve que los dos objetos freudianos puestos en una cierta perspectiva, o la satisfacción del que parte en la teoría kleiniana, se ve que esto haya hecho necesario tener que pensar la unidad de toda esta serie. Evidentemente el resultado es pobre si es: objeto oral, objeto anal. Sólo a título indicativo de ejemplo como un punto límite de la experiencia psicoanalítica tomemos la función del objeto fetiche: Aquí es manifiesto que en relación al objeto -el objeto fóbico- el famoso animal que aterroriza al niño, ha que decir que está bien lejos del prototipo del objeto de la demanda. Y es especialmente en relación al objeto fóbico que lacan puso en evidencia un objeto perdido por la tradición psicoanalítica: es el objeto fóbico.
Todo ese montaje del objeto parcial global, bueno/malo, se explica según Lacan por una represión, en la historia del psicoanálisis mismo, represión de la función que tiene (en el deseo) la significación fálica, y en relación justamente al falo. Lacan mostró en este Seminario 4 sobre las relaciones de objeto la función de suplencia del objeto fóbico (el animal que da miedo) la carencia fálica. ¿Por qué el niño se da miedo con este animal? Esto debe servirle para algo. Le sirve para poner este objeto en su sitio y en el lugar de una función que le faltaba, de una carencia; no carencia de amor, el niño tiene mucho, sino una carencia que Lacan llama simbólica, es decir, que el padre no juega el juego, que no prohíbe nada.
Pues bien, el niño utiliza un objeto que va a cumplir esta función. Por consiguiente, tratemos este objeto como símbolo. Lacan dice “como un significante”: significante suplementario o que suple la carencia del entorno simbólico. Una pequeña operación de rectificación como ésta indica la necesidad de pensar el objeto – o los objetos en la doctrina psicoanalítica- la necesidad de pasar por la castración, cosa que los analistas favorables a la doctrina de la relación de objeto olvidan: se privilegian los objetos pre-genitales en la medida en que se olvida la función especial y precisamente la función simbólica que tiene este famoso objeto genital, en relación al cual se estructuran los otros. Es por medio de este objeto retrospectivamente o retroactivamente, por la función de la castración, se acelera el papel de los objetos llamados parciales en la teoría. Pues bien, en el lugar de estos objetos, e igualmente en el lugar de un objeto central en la doctrina que Lacan critica, que es la madre, Lacan ponía delante de la escena el significante del falo, el significante paterno. Por este sesgo, Lacan contaba con hacer la economía de todo lo que pertenecía al dominio de los estadios llamados pregenitales.
¿Qué quiere decir que él contaba con hacer la economía? Para dar cuenta de los mismos fenómenos que los kleinianos y los ingleses iba a restaurar un dominio también ignorado o reprimido de la doctrina freudiana que es el narcisismo. Entonces, es demostrable que en la primera parte de su enseñanza la “parte freudiana” de Lacan, aquella en la que Lacan comenta a Freud, recusa la teoría de la frustración y de la castración imaginaria. La relación del sujeto con los objetos externos pasa por el narcisismo pero “la relación imaginaria “ está mediatizada por el significante fálico.
Así pues todo ocurre como si la suma de los artículos e incluso la suma de los conceptos producidos por el movimiento analítico sobre el objeto, estaban destinados a subrayar el papel que en la clínica tiene “la relación imaginaria”, o incluso “la relación especular”. Los Seminarios de Lacan se aceleran cuando disponemos de esta clave: la intrusión de la estructura narcisista en la relación de objeto
Lacan, de un lado, pone en perspectiva los objetos del deseo en relación a la castración, en relación al significante fálico, pero, de otro lado, respecto a los síntomas más clásicos de la clínica (la inhibición, la duda obsesiva, la agresividad) Lacan va a hacer un recorrido por la relación narcisista y, yo creo, que es lo que tiene lugar de relación de objeto: es lo que va a llamar muy pronto “alienación”, “la alienación narcisista”.
Evidentemente Lacan cambia el sentido utilizando: 1º) Una terminología que concierne al sujeto, el sujeto narcisista y no el objeto para dar cuenta de estos fenómenos. 2º) Contradice la corriente dominante de la época que era la “psicologización de Freud”, es decir, la reducción de Freud a una teoría comportamental (comportamiento del sujeto en relación a los objetos exteriores) y utiliza una categoría filosófica, hegeliana, la alienación.
Entonces, esto no lo hizo para divertirse o par demostrar que había seguido el Seminario de Kojève, sino porque consideraba que el psicoanálisis privilegiaba en esta época la categoría del yo fuerte, el ego y no la estructura del inconsciente. Hay que decir que en esta época la oposición entre clínica psicoanalítica y psicoanálisis del comportamiento pasa precisamente por una crítica de la relación de objeto. En la época se hacía el catálogo de los tipos clínicos – p.ej., obsesión e histeria en relación al comportamiento frente al objeto de amor o el objeto sexual. En cierto sentido la confusión que se puede hacer entre “estructura” y “carácter” como se dice “carácter obsesivo” o “carácter histérico”
Un tipo estereotipado de comportamientos se puede decir: “es muy histérico” o “es muy obsesivo” y si se lo expresa así es porque se pretende hacer una apreciación sobre la densidad o la gravedad del síntoma en tanto síntoma observable en un comportamiento, uno con sus pequeñas manías, otro con sus semejantes.
En el fondo, lo que se quiere decir es que la relación a los objetos testimonia del tipo clínico al que pertenece; p.ej.: “es muy ambivalente”. Cuando se dice esto se pensará inmediatamente en la obsesión, en la famosa ambivalencia en relación al objeto del obsesivo, olvidando eventualmente que el término pertenece más bien a la clínica de las psicosis (Bleuler) y la ambivalencia designa algo distinto a decir “un día sí, un día no” para el deseo.
De tal histérica también se dirá que ella es muy “ambivalente” con sus amantes. Ella los toma y luego los rechaza. El problema es que, desde luego, un síntoma no dice la estructura como tampoco una conducta típica en relación al objeto y tomará un ejemplo muy simple que el mismo Freud da (no hay que olvidar que hay una determinada responsabilidad en todo este asunto).
Es Freud mismo el primero en haber hablado de relación de objeto. No se contentó con hablar del inconsciente, de la estructura, del síntoma. Llegó a intentar construir tipos clínicos, precisamente sobre el tipo de la relación de objeto. El ejemplo es conocido, es el de una formación reactiva: consiste en que cuando se detesta a alguien manifestarle un afecto de sentido contrario, a sonreír. Freud llamó a esto formación reactiva, es decir, una reacción al movimiento de la pulsión. Hay que decir que es un síntoma, particularmente ilustrativo del tipo “clínica del obsesivo”. Y, sin embargo, cuando Freud habla en “Inhibición, síntoma y angustia” (1926) toma el ejemplo de una histeria, es un ejemplo curioso: pide cuál es el sentido del síntoma siguiente que consiste, en una madre de familia, manifestar una ternura excesiva por sus niños a quienes sin embargo odia. Y es con estos conceptos de objeto los tipos de relación que ella tiene son sus objetos -relación de odio, relación de amor- que se desplaza.
Freud hace la constatación siguiente, que justamente lo que permite decir que es una histeria y no un obsesivo es que su relación con el objeto no está generalizada, que ella hace excepción con sus hijos, es decir, que ella no es más tierna con los niños que no son los suyos. Los niños “ le hartan” pero como ella misma tiene niños y bien, ella dispone y después de todo ese un mecanismo psicológico suple que es la formación reactiva. Ella les manifiesta, pues, una ternura suplementaria que hace síntoma, un “plus de celo” en la maternidad. Es aquí donde hay que ver en esta mujer un impase con el significante materno.
Lo que Freud nos quiere decir es que la mujer en cuestión se explica con la maternidad o, incluso, no está representada mediante el significante materno, no está representada quod matrem. Es a la vez la relación respecto a la feminidad y la difícil identificación de una mujer al significante nadie, el que da cuenta del síntoma, síntoma que es típico de la neurosis obsesiva.
Es bastante manifiesto que este ejemplo de Freud testimonia “a contrario” de su explicación tipo “relación de objeto, de la incidencia del significante paterno en la relación del sujeto a los objetos de su deseo.
Lacan lleva las cosas en el sentido del significante del Otro, especialmente del padre. Es incluso fuente de dificultades ya que Lacan en esta época utiliza en término de objeto paterno: “la relación de la histérica al objeto paterno”. Lacan rectifica la clínica anglosajona de la histeria: pone el. Hecho de que el padre es amado en tanto que castrado. Cuando Lacan habla de “objeto paterno” está claro que Lacan se refiere al padre como objeto de amor.
Si pensamos en términos de relación de objeto el análisis del caso contado tendría una dirección distinta; se intentaría hacerle integrar sus pulsiones agresivas buscando medir la separación que existe entre la distancia buena o mala, que existe entre ella misma y los niños, o mejor, cómo ella fue tratada cuando era niña: ¿tuvo una buena madre o una mala madre? Porque la gente consideraría que ser una mala madre es tan patológico que esto no puede tener como causa más que el hecho de haber sido, uno mismo, objeto de una mala madre y que la tradición de la relación de objeto no ha intentado poner en cuestión el concepto de “madre total” o el concepto de “buena madre”, es decir: “el sujeto está representado frente a los niños por el significante madre”
Entonces, para dar el contrapunto a este análisis Freud dice: “Voy a explicarles lo que sería el comportamiento de un obsesivo, lo que sería la ternura excesiva, la formación reactiva en un obsesivo. Pues bien, estaría generalizado a todos los objetos”. Esto significa que en la obsesión lo que debe ser puesto de relieve es la relación del sujeto al Otro y al deseo del Otro, y no como en el ejemplo precedente, la relación de la mujer respecto al significante materno. Es como destrucción del deseo del Otro que el obsesivo reacciona ya que se habla de formación reactiva o eventualmente de un exceso de oblatividad.
Lacan pone la agresividad en la cuenta de la estructura narcisista, desgarramiento del sujeto contra sí mismo y no tratar al Otro como un objeto parcial, y, segundo, la relación del sujeto histérico respecto al partenaire, a la pareja sexual se explica, especialment4e la relación de agresividad, se explica por los avatares de la identificación. Es ahí donde, por ejemplo, en el caso Dora de nuevo juega este concepto de alienación narcisista y la especularidad. Así tras la célebre bofetada que Dora da a su compañero ella sufre de neuralgia facial, que Freud da cuenta en términos de culpabilidad, de mala conciencia. Lacan hace una operación que consiste en poner entre Dora y el Sr. K un espejo:
Dama Sr. K
Dora Padre
Y diciendo: no vale la pena ir a buscar las pulsiones agresivas fundadas sobre una mala relación con el objeto, sobre una mala distancia con la pareja sino más bien que la pareja es su yo. Es decir que Dora no está identificada a una mujer que daría una bofetada a un Sr. que no se comporta bien, ella misma está identificada a un hombre y cuando abofetea al Sr. K es a ella misma a quien abofetea.
Por tanto, o creemos en la especularidad de la relación narcisista o no creemos. Sin embargo, Lacan con mucha elegancia puede poner en serie, a la vez la imposible identificación de Dora a una madre, a la vez el hecho de que su objeto, si se lo puede llamar “erótico”, no es el hombre sino la dama y en tercer lugar ese pequeño síntoma (o grande) de culpabilidad, sin duda, se explica por esa tipología imaginaria.
3.Fairbairn: el caso de la dama de la pequeña vagina
Entonces, o bien partimos de un estado del desarrollo de la líbido o de un estadio que sería agresivo en el sentido en que el partenaire no estaría aún identificado como portador del falo; o bien, identificado como portador del falo desencadenaría por la “frustración” una rivalidad, una envidia kleiniana en las jóvenes. Así, en 1951, en “Intervención sobre la transferencia” Lacan utiliza ya este instrumento de la relación narcisista, antes de poner a punto la “tri-plicidad”: Imaginario-simbólico-real. Y, cinco años más tarde (Seminario 2) cuando dispone de una teoría del yo, Lacan hace la crítica de Fairbairn. Es el célebre escocés que inventó la libido object seeking.
Para Freud la libido no busca el objeto, sino que busca el placer. Entonces en 1955 no era una sorpresa en el psicoanálisis: las conductas agresivas explicadas por la “triplicidad” “frustración-agresión-represión”. La libido que busca su objeto, cuando se lo retira, no está contenta. Pues bien, Fairbairn da un pequeño ejemplo de agresividad con la “dama de la pequeña vagina” ya fue en el caso hay una pequeña teratología. Lo real de su anatomía: hay una pequeña vagina que no se corresponde con ningún útero. (Dejo de lado los detalles de la anatomía que Lacan se toma muy en serio).
En resumen, Fairbairn produce este ejemplo para mostrar la dificultad que tiene una mujer, histérica, para satisfacer la identificación femenina por el hecho mismo de ese real anatómico. Lo aprovecho para señalar aquí la existencia de este caso de crisis depresiva en una histérica. Evidentemente, estas crisis depresivas lo son bajo transferencia (los errores de interpretación de Fairbairn conducen a eso).
A saber: Fairbairn explica que ella agrede a los hombres; lo que no va en su vida es que agrede a los hombres sin darse cuenta. Y como buen escocés (que considera que los sujetos son personas morales, que tienen remordimientos, considera también que las fases depresivas se suceden de manera normal, en la fase de reparación.
Lacan muestra que el análisis hecho por Fairbairn se aplicaba a la culpabilidad y por ende al afecto depresivo. Y que lo que la paciente atacaba era a ella misma. Las virtudes depresivas de las imágenes de los hombres están muy ligadas al hecho de que los hombres son ella misma. Y la identificación masculina en una histérica ha sido favorecida por este real anatómico, en la medida en que su sexo biológico no le asegura signos objetivos de la feminidad.
No es pues una dialéctica de la envidia o de los celos que estaría vinculada al objeto parcial “pene” lo que da la orientación. El conjunto de los síntomas, en efecto, resulta de esta identificación con el hombre y nos hallamos en una situación comparable a la de Dora, que es una situación especular. Lo mismo ocurre con el famoso “desdoblamiento” del obsesivo. Lacan, en esta ocasión, utiliza la expresión “teatro obsesivo”. El obsesivo en tanto actor delega en su yo, transfiere a su partenaire imaginario el beneficio como la pérdida de su deseo. No pudiendo reconocer su deseo como suyo. Por consiguiente, todas las relaciones ambivalentes del sujeto obsesivo con sus objetos están totalmente reguladas por la fórmula S tachado (sujeto barrado al deseo).
Aquí también la relación agresiva que el obsesivo mantiene con sus objetos debe ser tomada como la consecuencia de una relación mortal del sujeto consigo mismo. Por tanto, es claro que cada vez que se pone en juego un ejemplo de la literatura psicoanalítica, sea freudiana o no freudiana, para decir: “no hay que olvidar el objeto, etc. No sólo hay el inconsciente, hay la relación de objeto”, Lacan dice: ¡No. Es la estructura del deseo!, es la relación del sujeto mismo como sujeto de deseo que da cuenta de la estructuración de su mundo.
Y para la obsesión es lo mismo que para la histeria.
El concepto de deseo del Otro que da cuenta de esta diplopía del yo, de este clivaje del yo. Y aquí es donde los anglosajones ponen el clivaje (splitting) del objeto en la ambivalencia obsesiva: está la parte que se ama, y la parte que se detesta. Lacan subraya los embarazos del deseo del obsesivo como efecto de una alienación. En el fondo, no es él quien desea, no es él quien detesta, es su yo. Es la alienación a ese amo que es el yo el que da cuenta de todos los desórdenes de la conducta. Lacan hace la crítica, después de la que hace a los anglosajones, de una concepción determinada del psicoanálisis que prevalece en 1955, la crítica de Bouvet: la buena distancia con el partenaire, la buena distancia a tomar en relación con el objeto del deseo, siendo el psicoanálisis el prototipo de esta buena relación, haciendo de ésta el eje mismo de cura.
Por tanto, finalmente, no se trata de las relaciones de objeto, se trata de evocar lo que será la entrada a la enseñanza de Lacan propiamente dicha donde se sitúa el objeto.
[1] Laurent, E., Quarto XI, 1983, p. 32.
[2] Miller, J.-A., Introducción a Variantes de la cura tipo, Umbrales del análisis (I), Manantial, 1986, p.23.
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